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LA CONCIENCIA SOCIAL EN LA CONQUISTA DEL IMPERIO AZTECA

LA CONCIENCIA SOCIAL EN LA CONQUISTA DEL IMPERIO AZTECA

MEDIN, Tzvi: Mito, pragmatismo e imperialismo. La conciencia social en la conquista del imperio azteca. Madrid, Iberoamericana, 2009. 298 págs.

 

Esta obra analiza el enfrentamiento de dos civilizaciones absolutamente distintas, la hispana, presidida por un gran pragmatismo, y la azteca, dominada por una cosmovisión mítica. Aporta puntos de vistas muy novedosos sobre las causas de la rápida caída del imperio mexica. Un fulgurante colapso que, como bien explica su autor, estuvo provocado por dos motivos: uno, por el ideal mitológico de los mexicas que les llevó a pensar inicialmente que los españoles eran dioses. Cuando se quisieron dar cuenta de su condición humana ya era demasiado tarde. Y otro, porque fundamentaron su poder sobre el terror, de forma que cuando arribaron los españoles, muchos pueblos indígenas los acogieron con los brazos abiertos. Como bien dice el autor, los sacrificios públicos eran el medio de propagación del terror que utilizaban los aztecas para fidelizar a los distintos pueblos de la periferia de su imperio. Este mundo mítico y precario no tardó en desmoronarse ante el empuje y el pragmatismo de los hispanos.

Asimismo, Tzvi Medin intenta rehabilitar la figura del tlatoani azteca, Moctezuma. La historiografía lo ha presentado tradicionalmente como un cobarde, mientras que Cuauhtémoc suponía la otra cara de la moneda, es decir, el prototipo de héroe, símbolo de la resistencia y padre de la nación mexicana. Sin embargo, toda simplificación supone un falseamiento de la realidad. Probablemente, ni Moctezuma fue tan cobarde ni Cuauhtémoc tan valiente. Más bien parece que el tlatoani se mostró como una persona inteligente y calculadora y, cuando mostró temor, lo hizo consciente de lo que se le venía encima. En este sentido, dice el autor que Moctezuma nunca estuvo aterrorizado, sino solamente temeroso de la difícil situación a la que se enfrentaba. A diferencia de otros líderes mexicas, él sí se dio cuenta de la gran amenaza que los extranjeros venidos de oriente significaban para la propia supervivencia de su civilización. Por ello, combinó inteligentemente una hábil diplomacia con intentos secretos para acabar con ellos. Pero, desgraciadamente para él, su contrincante no era menos listo y además tenía a su mando un puñado de hombres con una capacidad estratégica infinitamente más avanzada. Unos hombres, ansiosos de oro, que sacaron lo peor de sí mismos por la lejanía del poder así como por el afán de enriquecerse a cualquier precio y retornar ricos a sus lugares de origen. Moctezuma no se equivocó en sus previsiones, cumpliéndose los peores augurios.

Además, la relativa pasividad de Moctezuma no fue la única causa de la rápida caída de la confederación azteca. También la gran estratificación social evitó su posible resistencia. Los hombres del común, la gran mayoría campesinos y artesanos, vieron con indiferencia el cambio de amos, a los que estaban acostumbrados a servir, al igual que los siervos o mayeques y los esclavos. Entre plebeyos, siervos y esclavos sumaban más de tres cuartas partes de la población. Pero, incluso, la pequeña élite local, ante la derrota de los grandes caciques, se aproximaron a los conquistadores, tratando de desempeñar el papel de intermediarios en la explotación, ahora al servicio de los nuevos señores.

Para colmo, se trataba de un imperio relativamente joven al que todavía le faltaba cohesión interna. Las defecciones de muchos de sus viejos aliados, fundadas más en el temor que en el amor, prueban esta precaria alianza. Tampoco habían podido de momento conquistar a los pueblos del norte, conocidos como chichimecas, ni tampoco a los tlaxcaltecas. Estos últimos, quizás intencionadamente con el fin de tener siempre cautivos a mano a los que sacrificar. Era el alto precio que debían pagar los tlaxcaltecas por conservar su libertad.

Está claro que, tanto Cortés como Moctezuma, representaron una verdadera obra de teatro, en la que cada uno defendió sus propios intereses. Este último cometió, sin embargo, un gran error táctico: a través de sus embajadores remitió ricos presentes áureos a los hispanos, advirtiéndoles que no debían llegar a Tenochtitlán. Pero, como bien escribe Tzvi Medin, cada vez que lo hacía conseguía el efecto contrario, es decir, espolear la ambición de los hispanos, que no tardaron en convencerse que su meta final debía ser necesariamente la capital mexica. Posteriormente, la decisión de dejarlos entrar en Tenochtitlán no parece tan descabellada. Seguramente pensó que sería más fácil acabar con ellos dentro de su misma ciudad que en un combate en campo abierto. Y prueba de su acierto, como indica el autor, fue la derrota de éstos en la Noche Triste.

Encontramos algunas erratas insignificantes pero a la vez llamativas. La más chocante sin duda la de citar, ¡en reiteradas ocasiones!, al secretario del Consejo, Lope de Conchillos, como Lope de Cochinillos. Asimismo, hay algunos errores meramente ortográficos, como transcribir pecezuelas por piecezuelas. También nos sorprenden los errores en la ordenación alfabética de la bibliografía final. Y finalmente, encontramos algunos conceptos mal definidos, como el de demora que, al menos en el área antillana, no era ningún sistema de organización de los taínos en grupos, como indica Tzvi Medin, sino simplemente la parte del año que los indios de repartimiento debían servir a sus encomenderos.

Insisto que se trata de pequeñeces que afean algo la apariencia pero que dejan intactas las brillantes reflexiones de su autor. A mi juicio estamos ante una obra consistente, inteligente y novedosa, fundamental para entender el proceso de conquista del imperio azteca.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

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