LOS TAÍNOS EN 1492. EL DEBATE DEMOGRÁFICO
MOYA PONS, Frank y Rosario FLORES PAZ (eds.): Los taínos en 1492. El debate demográfico. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2013, 406 págs.
En esta obra se agrupan los principales trabajos publicados a lo largo del siglo XX en torno a la polémica sobre la población taína de la Española antes de la conquista y su derrumbe durante colonización temprana. El Dr. Frank Moya hizo la selección mientras que Rosario Flores, tradujo al castellano aquellos textos editados originalmente en inglés. El resultado es un estado de la cuestión sobre la problemática que se nos antoja fundamental para construir a partir de él, propuestas futuras. Se recopilan un total de catorce aportes que parecen seguir un orden más o menos cronológico, basado en el año de edición de la publicación original; tras una presentación e introducción, encontramos dos trabajos pioneros del filólogo venezolano Ángel Rosenblat, seguidos de otros de S.F. Cook y W. Borah, Frank Moya Pons, David Henige, Rudolph A. Zambardino, Francisco Guerra, María Enrica Danubio, Karen Frances Anderson-Córdova, Noble David Cook y Massimo Livi Bacci. Prácticamente están todos los que han trabajado la temática monográficamente, con la excepción quizás de Luis Arranz Márquez.
No voy a analizar una a una estas valiosas aportaciones sino que las comentaré todas globalmente. Las cifras más bajas son las de Ángel Rosenblat, que defendió en el siglo pasado unas 100.000 personas, mientras que las más altas – ocho millones- son esgrimidas por distintos miembros de la escuela de Berkeley, empezando por Sherburne Cook y Woodrow Borah y seguidos de sus discípulos, Leslie Byrd Simpson y Carl Sauer. El resto de los autores se mueven en posiciones intermedias. Después de releer estos trabajos, me quedan dos impresiones:
Una, que se aprecian tantas divergencias entre unos investigadores y otros que todo intento de establecer una cifra exacta y consensuada es a día de hoy un problema irresoluble. Si no aparecen nuevas fuentes documentales, como censos de tributarios o libros de repartimientos, será imposible que podamos acordar una cifra concreta que goce de una aceptación generalizada. Y no parece que se vayan a encontrar nuevas pruebas, pues los historiadores llevan años escudriñando los archivos y no se han podido localizar nuevos materiales seriados censales o tributarios. En cambio, sí que es posible que puedan aparecer nuevos datos arqueológicos de asentamientos indígenas, así como trabajos antropológicos que usen la comparación con otros espacios y que nos permitan acotar las cifras máximas y mínimas admisibles.
Y otra, que los guarismos que actualmente se barajan se mueven en parámetros medios o bajos. Prácticamente se han desechado cifras iguales o superiores al millón de personas que defendieran cronistas como Gonzalo Fernández de Oviedo o fray Bartolomé de Las Casas e historiadores contemporáneos, como Cook y Borah, Francisco Guerra, Willian Denevan, Pierre Chaunu y Rudolph Zambardino entre otros. Fue David Henige, de la Universidad de Wisconsin, quien cuestionó acertadamente los errores de las tesis maximalistas de la escuela de Berkeley, tanto en relación a la escasa fiabilidad de algunas de sus fuentes -que ellos dieron por seguras- como al método matemático usado. Pero al margen de los errores científicos que cometieran, el propio sentido común invalida sus hipótesis porque es francamente impensable que la densidad poblacional de la isla duplicase a la de Inglaterra e igualase a la española.
Efectivamente, la mayor parte de los investigadores barajan cifras más o menos bajas, comprendidas en todo caso entre los 100.000 y los 500.000 habitantes en el momento del contacto. Entre ellos Frank Moya, que analizando los descensos poblaciones entre 1508 y 1514, que disponemos de datos más o menos seguros, realiza una proyección retrospectiva hasta el año 1494, resultando exactamente una población de 377.559 personas. No muy diferentes fueron los resultados obtenidos por Luis Arranz que fijó la población indígena de la isla en el momento del contacto en 270.000 almas. También David Henige, Karen Frances Anderson-Córdova, Roberto Cassá o Massimo Livi- Bacci han esgrimido números más o menos bajos, incluidos en cualquier caso entre los dos parámetros señalados. Yo personalmente, desde 1997 me posicioné en cifras muy bajas, siguiendo de cerca a Ángel Rosenblat. Tres lustros después, me mantengo en unas estimaciones parecidas que en cualquier caso, se moverían entre las 100.000 y las 200.000 personas. No olvidemos que aunque los taínos habían desarrollado una agricultura más o menos eficiente, menos de la mitad de las tierras insulares eran aptas para el cultivo, mientras que las zonas montañosas debieron estar casi despobladas como las fuentes arqueológicas están demostrando.
Asimismo, se incluyen varios textos sobre la polémica de las enfermedades que diezmaron hasta la extinción a los taínos. Hace ya varia décadas el médico español Francisco Guerra demostró convincentemente que la primera gran epidemia americana tras la llegada de los europeos, la desatada en la Española en 1493, fue fruto de la influenza suina, trasmitida por unas cerdas compradas por Colón en la Gomera. Un tipo de gripe que se transmite del cerdo al ser humano y que provoca infecciones respiratorias severas que con frecuencia acaban en el deceso del afectado. Sin embargo, con posterioridad Noble David Cook ha refutado su tesis, sosteniendo en cambio que la primera epidemia se debió a un brote temprano de viruela, mientras que Massimo Livi Bacci ha llegado a decir que no hubo epidemia y que la hecatombe se debió al trastorno que experimentaron las estructuras socio-económicas indígenas. Recientemente, otro médico español, Agustín Sanz, ha dado una vuelta de tuerca más a la polémica, rebatiendo por infundada la tesis de la viruela y posicionándose otra vez junto a los que defienden la influenza o gripe. Aunque establece un matiz, que esta gripe pudo haber tenido un origen porcino, pero también humano o aviar, o la acción combinada de todos ellos.
Quede constancia que estas pocas líneas no pretenden ser ninguna síntesis del libro, sino tan sólo un puñado de reflexiones que su lectura me ha inspirado. Mi sincera enhorabuena a los editores y a la Academia Dominicana de la Historia por haber realizado una pulcra edición y por haber seleccionado minuciosamente los textos, que recogen las principales hipótesis y sus argumentos. Ello dota a la obra de una gran valía, que es desde el mismo momento de su aparición de obligada consulta para todos los interesados en lo relacionado con la demografía taína.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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