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Libros de Historia

LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

LOS SIETE MITOS DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Matthew Restall: Los siete mitos de la conquista española. Barcelona, Paidós, 2004, 307 pág. I.S.B.N.: 84-493-1638-3

 

Cuando la temática sobre la conquista de América parecía estar agotada, este trabajo ha venido a aportar nuevos análisis y nuevos enfoques. El objetivo de Matthew Restall es desmontar algunos de los grandes mitos de la Conquista, es decir, separar la leyenda de la historia, para así poder abordar los hechos con la máxima objetividad posible.

La estructura del libro es muy sencilla, pues incluye una breve introducción, siete capítulos –uno por cada mito que intenta desentrañar-, epílogo, notas, bibliografía y un índice analítico y onomástico.

En el capítulo primero intenta desmitificar a los conquistadores, restándoles ese halo de seres excepcionales. Muy acertadamente, rompe con la clásica idea de que Cristóbal Colón, Hernán Cortés o Francisco Pizarro, fueron prohombres que hicieron posible la “proeza” del descubrimiento y de la conquista de América. En realidad, fueron sencillamente personas de su tiempo. Según Restall, si Colón no hubiese llegado a América, cualquier otro navegante lo hubiera logrado en menos de una década. Igualmente, sostiene que en torno a Hernán Cortés y, en menor medida, a Francisco Pizarro se han forjado sendas leyendas que han falseado la realidad. Casi todas las actuaciones de Cortés o de Pizarro, calificadas de genialidades, eran formas de proceder que tenían amplios precedentes en la reconquista de la Península Ibérica, en las exploraciones portuguesas del siglo XV, e incluso, más cercanamente, en la conquista de las Grandes Antillas. La quema de las naves para evitar el retorno, la búsqueda de intérpretes y de guías indígenas, el ansia de oro, el fomento del mito de que los europeos eran dioses, eran ideas que tenían una vieja tradición. Y precisamente, esta mitificación de algunos personajes, contra la que escribe Restall, ha provocado que queden en la sombra decenas de conquistadores, incluidos, algunos de origen africano, que tuvieron un papel destacado en el desenlace de aquellos acontecimientos.

En el segundo capítulo, trata una cuestión mucho más conocida, pues explica que las huestes indianas jamás constituyeron un ejército imperial, ni tan siquiera Real. Y no es que no tenga razón que, obviamente, la tiene, sino que esa idea jamás ha constituido uno de los mitos de la conquista, como él defiende. En mi opinión, ni siquiera los cronistas pudieron ocultar que las huestes estaban formadas en buena medida por civiles, es decir, por personas de a pie. Hubo ballesteros, lombarderos, artilleros, escopeteros y soldados, algunos con larga experiencia en las guerras del norte de África o de Italia, pero también barberos, curtidores, herreros y labradores. Además, es bien sabido que los capitanes y adelantados que encabezaron las expediciones las pagaron de su propio bolsillo, no teniendo los miembros de su hueste más salario que el botín de guerra, incluidos los indios cautivos. Trabajos como los de José Durand, Juan Marchena o Francisco Castrillo hubiesen ayudado al autor a perfilar mucho mejor esta parte.

Seguidamente, intenta desmontar la creencia de que los conquistadores fueron todos españoles. Citando a William Prescott afirma que “El imperio indio fue, en cierto modo, conquistado por los indios”. Para ello, se basa en los miles de aborígenes que acompañaron a los españoles en sus campañas militares. La toma de Tenochtitlán por Cortés no hubiera sido posible sin la participación de varias decenas de miles de indios, fundamentalmente tlaxcaltecas. Asimismo, Francisco Pizarro no habría conquistado tan fácilmente el incario de no haberse aprovechado de la guerra civil existente entre Huascar y Atahualpa. También, en su intento de demostrar que el proceso no fue sólo hispano, cita a varios conquistadores africanos, como Juan Valiente, Juan Garrido, Sebastián Toral o Miguel Ruiz. Su planteamiento es indudablemente correcto. Ahora bien, considerar la conquista como fruto simplemente de un enfrentamiento entre indios es tan absurdo como hablar de una conquista euroafricana de América. Los indios tuvieron una parte activísima en la conquista, pero fueron en todo momento controlados, manipulados y sometidos a los intereses hispanos. La participación africana fue absolutamente testimonial.

En el capítulo cuarto trata del mito de la completitud de la conquista. Realmente, como bien defiende el autor, ésta tuvo un principio bien definido pero no un final, pese al interés de los conquistadores por demostrar que acabó a mediados del siglo XVI. Y ello, porque, una vez consumada la conquista, cualquier resistencia podía ser declarada rebelión, pudiendo ser sus responsables ejecutados y cautivados. Efectivamente, la Conquista nunca concluyó, pues, de hecho, araucanos, charrúas, guatusos-malekus, o mayas continuaron su resistencia hasta bien entrado el siglo XIX. Es obvio, pues, que la destrucción del mundo indígena no acabó con la dominación española, sino que se prolongó hasta el siglo XIX y, en casos concretos, hasta nuestros días.

Para el autor, según trata en el capítulo quinto, uno de los grandes problemas de la conquista fue el de la incomunicación. Realmente, españoles e indios tuvieron serios problemas para entenderse mutuamente. Y aunque, en la medida de lo posible emplearon lenguas o farautes indígenas, lo cierto es que no siempre fue fácil ni posible el entendimiento. Y esta comunicación fallida, fue precisamente la que convirtió al famoso requerimiento en un instrumento absurdo e irracional. Es obvio, que tras su lectura, los desdichados indios no podían aprobar ni desaprobar su contenido, sencillamente porque no lo entendían.

Se posiciona Restall con los que niegan el genocidio. Plantea la devastación indígena como un mito creado por los propios testimonios indígenas que –como los españoles-, no eran en absoluto inocentes. Reconoce que, en términos absolutos, el descenso demográfico del quinientos –entre 25 y 40 millones de indios-, constituye el mayor holocausto de la Historia. Ahora bien, niega la intencionalidad del exterminio, afirmando que los españoles necesitaban a los indios, “aunque solo fuera para explotarlos”. Y en general, es cierta su afirmación, pero omite casos más puntuales de genocidio. Aztecas, mayas o incas fueron incorporados sin problemas a la cadena productiva, aunque fuese en penosísimas condiciones laborales. Pero, hubo muchos otros grupos que no se adaptaron al trabajo sistemático y no hubo en absoluto voluntad de evitar su exterminio. Es el caso de los habitantes de las islas Bahamas, que en 1513 fueron declaradas “inútiles” y, su población susceptible de ser deportada y esclavizada. Una decisión verdaderamente genocida, aunque duela reconocerlo, y no muy diferente a algunas de las más crueles decisiones tomadas por los nazis en relación a los judíos.

Y finalmente, cuestiona el mito de la superioridad hispana sobre el mundo indígena. El falso mito del triunfo de la civilización sobre la barbarie. Una superioridad casi divina, pues hubo, incluso, quien consideró a España el pueblo elegido por Dios para la misión de civilizar el Nuevo Mundo. Restall, insiste en demostrar que la superioridad no era tan abrumadora. Fueron realmente las enfermedades, la desunión indígena y el acero las que desencadenaron esa fulminante derrota. Sin alguno de estos tres factores, dice el autor, la conquista no hubiera sido tan rápida ni tan aplastante. Ideas interesantes aunque discutibles, porque en extensas áreas de América la desigualdad entre ambos mundos –incluido el aspecto bélico- fue verdaderamente abismal.

Un aspecto criticable de este libro es que omite totalmente toda la historiografía escrita en castellano. Es cierto que la bibliografía aparecida en España e Hispanoamérica es tan abundante como desigual, pero existen decenas de obras que son absolutamente imprescindibles para acercarse al fenómeno de la Conquista. Pese a estas carencias bibliográficas y a algunos planteamientos muy discutibles, el libro de Matthew Restall incluye interesantes sugerencias. Supone, en definitiva, una revisión de algunos de los aspectos tradicionalmente sostenidos sobre el fenómeno de la conquista de América.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

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