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1968. CUANDO SE MARCHITÓ EL ROJO DE LAS BANDERAS

1968. CUANDO SE MARCHITÓ EL ROJO DE LAS BANDERAS

IZARD, Miquel: “1968. Cuando se marchitó el rojo de

las banderas”. Barcelona, Ediciones El Lokal, 2018,

111 págs.



          Nueva obra del profesor Miquel Izard en la que se muestra en su línea de siempre, tratando de desentrañar a toda costa las patrañas que la historia oficial ha tratado de perpetuar. Y es que el único compromiso que se le conoce a este maestro de historiadores, es el de su fidelidad a la verdad, una verdad que, como decía Gramsci, siempre es revolucionaria.

           En sus páginas se analiza pormenorizadamente el fracaso de la primavera de Praga de 1968, un intento desde dentro del comunismo de liberarse de la tiranía y del despotismo del estalinismo. Desgraciadamente fue interpretado por la URSS como una injerencia capitalista y aplastada militarmente. Del fracaso de la primavera de Praga y de otros sucesos de aquel tiempo se plasmó el descrédito total del comunismo que llega a nuestros días. Sin el contrapeso del comunismo, el capitalismo se ha ido radicalizando progresivamente, aumentando exponencialmente las desigualdades entre norte y sur, y dentro del norte entre ricos y pobres.

           Se palpa entre sus páginas la desazón de una persona que lleva más de medio siglo en la disidencia, luchando por un mundo más justo y que ve como la situación no solo no ha mejorado sino que empeora día a día. Este estado de ánimo se refleja perfectamente en el texto de la solapa:

 

           “Ahora anda abrumado por la cantidad de avisos de un descalabro total con dictaduras o populismo en lugar de liberalismo, racismo versus fraternidad, nacionalismo en vez de internacionalismo, corrupción frente a integridad. Todo ello escoltado con guerras, el capitalismo especulativo, rentistas y mafioso, entrañando un proletariado precario y crecientemente empobrecido, el cataclismo climático o la crisis financiera de 2008 y el engaño del consumismo empobrecedor y castrador”.

 

           Como ya digo, el doctor Izard critica al poder en su estado puro, lo mismo al estalinismo totalitario que al capitalismo “consumista y empobrecedor”. El estalinismo asesinó a más comunistas que nadie, cargándose la democracia proletaria de los soviets, mientras que el sectarismo radical del partido comunista hizo el resto, ante su incapacidad para establecer un diálogo con todas las corrientes sociales. Este fracaso del socialismo real terminó por desprestigiar toda la doctrina marxista que quedó arrinconada como una ideología obsoleta, fracasada e inútil. Mientras la esperanza de muchos se tornaba en desesperanza, el neoliberalismo conseguía imponerse a escala planetaria, implementando una explotación intensiva de los recursos del planeta Tierra y agudizando las diferencias entre norte y sur y entre ricos y pobres. También los fascismos, los populismos y los independentismos son diana de las denuncias del profesor Izard.

En definitiva, una crítica pura, íntegra, a pesar del coste personal que esta actitud le puede acarrear, en cuanto a aislamiento intelectual. Pero Miquel Izard siempre ha tenido claro que la labor de un historiador debe ser la de enfrentarse a la verdad absoluta impuesta desde el poder. Una lectura, pues, muy recomendable que despierta el espíritu crítico, ese que debería exhibir todo intelectual que se precie.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

DE LA FORMACIÓN DEL ESPÍRITU NACIONAL A LA EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA

DE LA FORMACIÓN DEL ESPÍRITU NACIONAL A LA EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA

MIRA CABALLOS, Esteban: “De la Formación del Espíritu Nacional a la Educación para la ciudadanía: un estudio comparado”. Badajoz, Editorial Anthropiqa 2.0, 2017, 200 págs. ISBN: 9780244603762.

 

Desde los orígenes de la civilización la escuela ha sido un elemento básico de socialización, de formación y de cohesión del colectivo. Todas las civilizaciones han considerado prioritario instruir a sus jóvenes en sus más profundas convicciones socio-políticas. Ningún régimen político ha renunciado a la instrucción educativa, pues, han sido conscientes de su importancia para garantizar la paz social. Ningún régimen político ha renunciado al adoctrinamiento educativo, pues, han sido conscientes de su importancia para garantizar la paz social. Ya en la antigüedad clásica se entendió la escuela como el reflejo de la sociedad. De hecho, Aristóteles decía que el ciudadano ateniense debía ser formado íntegramente, es decir, “físicamente, intelectualmente, estéticamente y moralmente”.

En la Edad Moderna la educación estuvo controlada por la Iglesia y el Estado pero era una escuela elitista, limitada a un puñado de privilegiados. El grueso de la población se instruía y educaba en el propio seno familiar. Ya en la Edad Contemporánea con la universalización progresiva de la enseñanza, la escuela cambió. La asumió plenamente el Estado y asumió asimismo el carácter instructor y educador que antaño tuvieron las familias.

En España, aunque la Ley Moyano de 1857 estableció la educación universal hasta los 9 años, lo cierto es que nunca hubo una verdadera intención política de ponerlo en práctica. Fue la II República, a partir de 1931, cuando se intentó su aplicación, democratizando la escuela, duplicando el número de centros educativos y adjudicando por primera vez al Estado, la responsabilidad de la educación (Flores Tristán, 2005: 33-34).

Tras el Alzamiento de 1936 el franquismo supuso una ruptura en la línea democratizadora y modernizadora iniciada durante la II República. Como escribió Carlos Alberto Montaner, el general Francisco Franco fue el contrarreformista más evidente, obvio, exitoso y tenaz de toda la Historia de España (1990: 38). Obviamente, a nivel educativo, lo primero que hizo el franquismo fue desmontar rápidamente la escuela republicana para crear un nuevo sistema adoctrinador que sirviera a su ideología. El franquismo asumió desde un primer momento la idea falangista de la revolución social, para ello montó una verdadera contrarrevolución educativa. Su revolución social sólo se podía llevar a cabo a medio plazo, educando a los jóvenes en la ideología nacionalcatolicista. Lo primero que hizo el régimen fue depurar el cuerpo docente, desde los maestros de educación primaria hasta los catedráticos de Universidad. Todos los sospechosos de ser de izquierdas, republicano o simplemente liberal fueron depurados. Pero la cosa no quedó ahí; a la caza de brujas siguió el expurgo de las bibliotecas escolares, eliminando todas aquellas publicaciones que no fuesen acordes con los nuevos ideales Nacionalcatolicistas. Todo ello, se completó con una férrea censura sobre las publicaciones, los periódicos, el cine, la televisión, el teatro, etcétera (Flores Tristán, 2005: 71). La democratización y la universalización de la escuela, implantada por la II República eran ya agua pasada. La nueva educación se basaría en una visión conservadora y patriótica de la historia nacional. La Institución Libre de Enseñanza fue condenada e intelectuales como Bosch Gimpera y Altamira tuvieron que exiliarse. Y la dictadura duró tanto que en muchos casos se fueron para no regresar nunca. El mismo Franco aseguraba que desde tiempos de Felipe II todo había ido mal, especialmente en el siglo XIX con el liberalismo. Él recuperaría España para su destino universal (Fontana, 2001: 257-259).

Una vez desmontado el espíritu liberador y democrático de la escuela republicana, el nuevo régimen comenzó su proyecto de adiestramiento de los jóvenes en los nuevos valores dominantes, es decir, en la ideología falangista y nacionalcatolicista. En 1944 escribió el inspector Alejandro Manzanares que la escuela debía ser una prolongación del hogar, una continuación de la familia. Y poco después, refiriéndose a la asignatura de religión, destaca su importancia no solamente para mantener las seculares tradiciones católicas de España sino también llevar a nuestra querida Patria al cumplimiento providencial de sus destinos imperiales. En 1968 Alfredo Gosálbez Celdrán escribió que la educación busca el desarrollo de las facultades morales, intelectuales y físicas del joven, que son necesarias para el cumplimiento de sus fines sociales y humanos (1968: 30).

El estudio comparado de la asignatura de la escuela franquista la Formación del Espíritu Nacional y de la Educación para la Ciudadanía permite al lector alcanzar una conclusión: la primera adoctrinaba en valores autoritarios, procedentes del ideario falangista y la otra formaba en valores democráticos, extraídos básicamente de la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 y de la Constitución Española de 1978.

           Vivimos en un mundo hostil, peligroso y violento. Está claro que la única forma de revertir esta situación pasa por el conocimiento, el diálogo entre iguales y la defensa de los valores ilustrados de la libertad, la igualdad y la fraternidad. De hecho, si algo caracteriza a las actitudes xenófobas o integristas es la ausencia de diálogo y la falta de respeto a las opiniones ajenas.

 

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EL SIGLO DE LA REVOLUCIÓN

EL SIGLO DE LA REVOLUCIÓN

FONTANA, Josep: El Siglo de la Revolución. Una historia del mundo desde 1914. Barcelona, Crítica, 2017, 803 págs. I.S.B.N.: 978-84-16771-50-9

 

El profesor Fontana traza en esta nueva obra un recorrido por la historia del mundo, desde 1914 a nuestros días. Los primeros capítulos, dedicados respectivamente a la I Guerra Mundial, al período de Entreguerras, a la II Guerra Mundial y a la Guerra Fría, parecen un manual al uso, aunque eso sí con la claridad expositiva a la que nos tiene acostumbrados el autor. A mi juicio, son los últimos cinco capítulos, de un total de diecisiete, los que convierten a este libro en una obra singular; en ellos describe e interpreta lo ocurrido en el mundo desde el final de la Guerra Fría hasta el año 2017. Todo lo anterior, incluida la Revolución Rusa, le sirven solo para exponer las bases de lo que realmente es el objetivo último de la obra: explicar porqué el mundo actual es como es y cómo hemos llegado hasta aquí.

La I Guerra Mundial, acogida con entusiasmo en muchos países de Europa, fue la primera gran atrocidad del siglo pasado. Los alemanes pensaban que la guerra duraría poco pues confiaban en ocupar sorpresivamente Francia, ante la pasividad de Gran Bretaña y de Rusia. Pero se equivocaron y tanto Gran Bretaña como Rusia declararon la guerra, acabando con el sueño germano de la guerra relámpago. Pero lo peor de todo fue que el gran avance técnico de la contienda, la ametralladora, acabó con la forma tradicional de hacer la guerra al tiempo que multiplicaba exponencialmente el número de víctimas. Los frentes se atrincheraron y la guerra se redujo a una cuestión de números; ganaría el que más gente consiguiese abatir del otro lado. Se produjeron batallas brutales como la de Verdún, de febrero a diciembre de 1916, en la que perecieron 700.000 personas o, peor aún, la del Somme, donde los caídos alcanzaron la cifra redonda del millón. Los estados, a través de sus generales, actuaban con total desprecio hacia la vida humana, hasta el punto que los jóvenes ya no querían ir al frente, a una muerte segura. Por ello, se contaron por centenares los fusilados por insumisos. Tras el armisticio de noviembre de 1918, los Tratados de Paz no fueron tales, pues fueron dispuestos por los vencedores, imponiendo a los alemanes pérdidas territoriales y cargas económicas inasumibles. En estos Tratados se comenzó a gestar el ascenso de los fascismos y a la postre de la II Guerra Mundial, al tiempo que los Estados Unidos de América se convertían en la primera potencia, desbancando definitivamente a Europa. Mientras tanto, en 1918 Rusia había salido de la guerra por estar inmersa en plena revolución. Lenin ofreció al pueblo lo que quería: paz, pan y tierra. La revolución triunfó en Petrogrado –San Petersburgo- y progresivamente se extendió al resto del país, no sin provocar antes una cruenta guerra civil que supuso ocho millones de muertos, poco menos que en la I Guerra Mundial.

El revulsivo definitivo de los partidos extremistas llegó tras el crack del 29, que radicalizó las posiciones tanto de la clase obrera, caladero de los partidos de izquierda, como de la clase media, inclinada más a los partidos fascistas. La II Guerra Mundial en parte fue el afán de revancha de Alemania, encabezada en esos momentos por Adolf Hitler, el Führeh del III Reich. Ningún país europeo quería declararle la guerra, pero tras la ocupación de Polonia no quedaron más opciones. Hitler interpretaba que la superpoblación de Alemania le obligaba a expandir su espacio vital por una mera cuestión de supervivencia. Asimismo, pensaban que los judíos eran los responsables de todos los males y además contaminaban a la raza aria. En los campos de concentración practicaron lo que el autor del libro llama un “holocausto industrial”. Las matanzas sistemáticas de judíos, además de polacos, gitanos, latinos, homosexuales y delincuentes comunes durante el III Reich, constituyen uno de los genocidios más flagrantes y conocidos de la historia. Los crímenes Nazis en la guerra fueron también inenarrables pues desde un primer momento practicaron una guerra de aniquilación. Un modelo brutal que para contrarrestarlo fue asumido también por los países aliados.

La batalla de Inglaterra fue un fracaso para los alemanes, al tiempo que los rusos con gran sufrimiento conseguían frenarlos en Stalingrado. Después comenzaría la ofensiva que a la postre acabaría con la caída del III Reich. Mientras tanto, Japón hacía lo propio en el Pacífico, perpetrando una verdadera orgía de sangre en China. Tras el fin de la guerra, decenas de miles de alemanes implicados directa o indirectamente en el genocidio, quedaron absueltos de toda culpa, en una amnistía general. Aunque eso sí, en Polonia y Checoslovaquia se tomaron la justicia por su mano y hubo asesinatos masivos de la minoría alemana.

Una vez asentada la paz, se creó un nuevo orden mundial que partía del equilibro militar de las dos grandes potencias: U.S.A. y U.R.S.S. Era la Guerra Fría, iniciada por el primero ante el temor, real o fingido, a un ataque del segundo o a una expansión de su revolución. Para evitar el avance del comunismo en Europa se ideo el plan Marshall, al tiempo que se ampliaba más y más el arsenal nuclear de ambas potencias. Y hubo notables daños colaterales de una barbarie extrema, como la inútil guerra de Vietnam, donde los aliados arrojaron cinco veces más bombas que en toda la II Guerra Mundial. Y aparte de eso, se jugó con fuego porque en varias ocasiones estuvieron a punto de desencadenar un enfrentamiento nuclear masivo. Hubo suerte y las cosas nunca pasaron a mayores.

A juicio del profesor Fontana, la revolución rusa, que justo este año cumple su centenario, ha tenido una importancia decisiva en el orden político del siglo XX, con sus aciertos, con sus errores y con su fracaso final. Tras la II Guerra Mundial, el mundo capitalista entendió que el comunismo representaba una grave amenaza para la democracia y la libertad en Occidente. Una peligro que posiblemente no se ajustaba a la realidad pero que sirvió para que Estados Unidos ayudase decidamente a la recuperación de Europa para frenar supuestamente el avance del comunismo. Más que a una improbable invasión u ofensiva soviética existía un verdadero terror a que se produjesen réplicas revolucionarias en otros países. Es decir, que el miedo a la expansión de la revolución sirvió para apuntalar el Estado del Bienestar, entendido como un antídoto para frenar la lucha obrera. De hecho, es bien conocido que la forma más plausible de evitar las revoluciones son las reformas. Por ello, dice el autor que, entre 1945 y 1975, se vivió un progreso social, es decir, un aumento cuantitativo y cualitativo de las clases medias y de la igualdad social. Sin duda, las políticas reformistas surtieron su efecto pues, desde los años sesenta, los partidos comunistas europeos perdieron apoyos, quedando sin posibilidades reales de acceder al poder. Progresivamente dejaron de ser una amenaza para el orden establecido.

Sin embargo, la caída del muro de Berlín en 1989 y la desaparición de la U.R.S.S. en 1991, cambiaron totalmente ese equilibrio. Llegó a su fin la Guerra Fría, de manera que tras arriarse en el Kremlin la bandera de la U.R.S.S. el presidente americano George Bush, se apresuró a decir emocionado ante el Congreso El comunismo ha muerto este año… Ya no existía esa supuesta amenaza comunista y, por tanto, la oligarquía económica podía recuperar el terreno perdido, a costa de quitarle derechos y renta a las clases medias y trabajadoras. Desde 1990 se acabó definitivamente con el progreso, es decir, con la suma de crecimiento económico y aumento del Estado del Bienestar. Ello ha provocado la actual acentuación de las desigualdades sociales, al tiempo que los sindicatos han perdido fuerza y base social. Los países ricos cada vez lo son más mientras que los países pobres cada vez disponen de menos recursos, mientras que en esos mismos países desarrollados, la oligarquía cada vez es más pudiente y los trabajadores sufren peores condiciones laborales y salariales. Y el autor ofrece datos significativos; por ejemplo, según datos de 2015, los sesenta y dos individuos más ricos del mundo poseían una riqueza equiparable a los 3.600 millones de seres humanos más pobres. El paro aumenta en muchos países y buena parte del empleo es cada vez más precario. Una degradación laboral que se ha incrementado desde la crisis de 2008 pero que se sigue extendiendo en nuestros días, pese a la recuperación. Y los que más lo sufren son los jóvenes, que tienen altas tasas de paro y los que trabajan se ven obligados a aceptar unas precarias condiciones laborales. Forman un grupo nuevo el de los llamados trabajadores pobres. Nada tiene de particular, pues, que Warren Buffett haya escrito que los ricos han ganado la lucha de clases. A la par que sucede esto con el empleo, muchas empresas, sobre todo las multinacionales, están aumentado su margen de beneficio, merced a un descenso de los costes salariales y a una progresiva reducción impositiva. Y consiguen que los gobiernos les bajen los impuestos con la amenaza de marcharse a otros lugares o de llevarse el numerario a paraísos fiscales, como de hecho hacen.

Actualmente vivimos un proceso progresivo de empobrecimiento del pueblo que resulta imparable incluso para el propio capitalismo y que puede provocar su propia autodestrucción. Asimismo, afirma el profesor Fontana que el fenómeno migratorio desde los países pobres, especialmente desde el África Subsahariana, va ir aumentando paulatinamente por dos motivos: uno, por el aumento insostenible de la población, en paralelo a la disminución de su ya precario nivel de vida. Y otro, porque a través de medios como internet conocen el nivel de bienestar del primer mundo y aspiran a una vida mejor.

El autor cita a Rober J. Shiller, Premio Nobel de Economía, quien ha afirmado que este aumento de la desigualdad podría provocar a medio o largo plazo, una catástrofe. Pero Josep Fontana no quiere caer en el desánimo por lo que abre una pequeña ventana a la esperanza, el de la posibilidad de que un despertar colectivo pueda dar paso a un nuevo proyecto popular trasnacional. A medida que la clase media se empobrece y se reduce, aumenta la posibilidad de un nuevo proceso revolucionario que no será llevado a cabo por los partidos de izquierda, muy desacreditados, sino por movimientos ciudadanos que, en muchos casos, se organizan a través de las redes sociales. La cosa no pinta bien, pero como siempre, habrá que agarrarse a lo único que nos queda: la esperanza.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS


EL PASADO NO EXISTE. ENSAYO SOBRE LA HISTORIA

EL PASADO NO EXISTE. ENSAYO SOBRE LA HISTORIA

SERNA, Justo: “El pasado no existe. Ensayo sobre la Historia”. Madrid, Punto de Vista Editores, 2016, 226 págs. I.S.B.N.: 9788415930334


           Justo Serna nos presenta un ensayo en el que trata de divulgar su idea del pasado, de la historia y del oficio de historiador. Empieza contextualizando su texto en el mundo actual, en una realidad en el que todo está en continua evolución y el bombardeo continuo de información nos ahoga, creando una sensación generalizada de zozobra. En este contexto, el historiador debería jugar un papel clave como indagador del pasado.

La historia no es una disciplina inútil, dedicada a rescatar curiosidades del pasado, como algunos han pretendido. Muy al contrario, tiene una importantísima función social. No en vano, la palabra historiador viene de la raíz “histor” que en griego significa “el que ve, el que sabe el que cuenta porque sabe”. La historia debe ser una maestra de vida, pues al analizar el pasado nos permite conocer sus errores y construir un presente y un futuro más justo. Y sin esa función transformadora del presente la historia no tiene ningún sentido.

Este pasado, como afirma Justo Serna, no existe, va progresivamente desapareciendo cuando van muriendo sus protagonistas. Sin embargo, nos quedan sus vestigios, más o menos abundantes, dependiendo de la época. Y como diría Lucien Febvre, esos materiales constituyen precisamente “el polen milenario” con el que los historiadores escriben la historia. Y eso es lo que hacemos exactamente, reconstruir ese pasado extinto a través de las fuentes que nos han quedado.

El problema es que cualquier persona no está cualificada para interpretar esos vestigios del pasado. Todos los documentos tienen algún sesgo, porque responden a alguna intencionalidad o a intereses particulares. También los recuerdos de las personas, están tamizados por su propia experiencia personal y por el carácter selectivo de la propia memoria. Como bien dice el profesor Serna todos tenemos pasado, y eso condiciona nuestros recuerdos. Lo cierto es que como ya escribió hace varias décadas Jacques Le Goff no hay documento inocente. Es por eso por lo que el historiador debe ser ese profesional cualificado que analice científicamente esos materiales. Unas fuentes que deben ser lo más amplias posibles, aunque debidamente cotejadas. Y es que no existe historia de calidad sin unas fuentes previamente calibradas y cuya veracidad y corrección hayan sido contrastadas. Pero para que los historiadores consigan hacer esa función social deben cumplir varios requisitos.

Primero, seguir unas normas deontológicas básicas. Fundamentalmente, afirma el autor, debemos evitar las explicaciones simplistas, la manipulación, el rencor personal, la fantasía y la mentira. La historia es una ciencia humanística y como tal tiene unos métodos de investigación y una terminología propia que solo el historiador conoce en profundidad. Como indica Justo Serna, el pensamiento del historiador debe ser “informado, analítico, contextual, hipotético, comprensivo y explicativo”.

Segundo, usar un lenguaje sencillo que les permita conectar con la sociedad. Muchos historiadores escriben solamente para sus colegas, con un lenguaje “obtuso”, no apto para el gran público. El autor distingue entre la historia de investigación y la de divulgación. La primera dirigida más a otros historiadores y la segunda encaminada a difundir esos saberes entre el gran público. Lo que ocurre a veces es que los historiadores se centran en la obra de investigación, abandonando la divulgación. Y ello ha traído como inconveniente que ese espacio de comunicación con la sociedad lo hayan ocupado otros profesionales, como periodistas, ensayistas, escritores o tertulianos. Algo que es una dejación de responsabilidad por parte de los historiadores. Por eso, el autor defiende, y además lo pone en práctica con su propio ejemplo, que los historiadores adoptemos un lenguaje sencillo que nos permita llegar a la sociedad y contribuir a formar opinión. Y yo debo añadir que para ello disponemos del mejor ejemplo a seguir, el de los historiadores anglosajones que son capaces de divulgar como nadie desde la investigación. Grandes maestros anglosajones como John Elliott, Henry Kamen, Hugh Thomas o Paul Preston practican lo que muchos llaman alta divulgación.

Tercero, reconstruir el pasado no nos puede llevar en ningún caso a tratar de predecir el futuro. Es cierto que los humanos se comportan de forma parecida desde hace miles de años pues, como señala el autor, somos menos originales de lo que creemos. Sin embargo, en el devenir histórico no solo influyen sujetos determinados sino que pueden confluir fuerzas sociales, reacciones, anticipaciones o revoluciones que alteran cualquier previsión predecible.

Y cuarto, luchar contra los mitos, escribiendo la verdad y no lo que los demás quieren oír. Como dijimos en líneas precedentes, el historiador debe conectar con la sociedad, aproximándose al pasado con honestidad y con un lenguaje sencillo, pero nunca alagándola con lo que ésta quiere escuchar. La historia, usando las mismas palabras que el autor, debe desmontar mitos, tópicos, estereotipos, esquemas, falsedades e inexactitudes. Es por eso que el analista puede ser un tipo fastidioso, porque destapa horrores y errores que molestan la conciencia de los lectores. Y para ello es importante preservar la independencia porque todos los regímenes, especialmente los nacionalistas, han financiado y patrocinado historias míticas para legitimar su Nación. Como dice el autor, especialmente durante los últimos dos siglos la historia ha servido para nacionalizarnos. Y concreta no solo el ejemplo del nacionalismo español sino también el valenciano, con el mito colectivo de la fundación del reino por Jaume I. Y todavía en la actualizad se tratan de evocar las gestas del pasado mediante las conmemoraciones, de las que el autor, con razón, desconfía.

           Ahora bien, que destapemos los horrores del pasado no significa que tengamos que pedir perdón por lo que otros hicieron hace cincuenta años, un siglo o cinco siglos. Como afirma Justo Serna, es tan indefendible como inaceptable que los descendientes de hoy tengan que rendir cuentas por lo que hicieron sus antepasados. Otra cosa muy diferente es que de alguna forma los descendientes nos veamos obligados, aunque sea de manera subconscientes, a cargar con las culpas de ese pasado.

           Se trata de un texto de ágil lectura y muy entretenido, aunque personalmente no me ha aportado gran cosa sobre el método histórico. Pero no porque no esté de acuerdo con él, sino al contrario, porque coincido en casi todo, y plantea una forma de hacer historia que yo también pongo en práctica desde hace muchos lustros. En resumidas cuentas, se trata de un libro bien escrito, muy ameno, y que plantea muchas ideas sensatas y bien fundamentadas de lo que debería ser el oficio de historiador. Un texto asequible y útil no solo para historiadores noveles sino para todas las personas interesadas en la historia.



ESTEBAN MIRA CABALLOS

EL TÁBANO

EL TÁBANO

VIÑUELA RODRÍGUEZ, Juan Pedro: El Tábano. Villafranca de los Barros, Imprenta Rayego, 2016, 144 Págs.

           Nueva entrega del profesor Viñuela que va aproximadamente a libro por año, por lo que sus lectores habituales, estamos siempre a la espera de su nuevo trabajo. Como siempre, su lectura es un disfrute por el lenguaje ameno y coloquial que emplea, por los ensayos cortos y variados y por su habilidad para que se empiece por la página que se empiece siempre tenga sentido el texto.

           En el fondo el Prof. Viñuela lo que pretende es dar sentido a la propia filosofía, como un camino para alcanzar la virtud, es decir, la excelencia. Él pretende que ésta sirva para ser mejores, dándole el valor que le daban en la Antigua Grecia. Y me gusta porque yo busco lo mismo en la historia, que pueda ser útil para construir un presente y un futuro mejor. Sin ese componente transformador del presente, ni la filosofía ni la historia tienen sentido. Y como digo, se trata de un problema común, pues muchos filósofos desvinculan su disciplina del presente, al igual que muchos historiadores se quedan en la mera narración de hechos pasados, despojando a una disciplina y a otra de su verdadero valor.

           El autor reconoce que está inmerso en un proceso de transformación de su propia filosofía, pues pretende que su práctica le lleve a un grado de meditación y de paz que mejore su estado físico y mental. Y en ese sentido llega a la conclusión razonada de que filosofía y vida son lo mismo. De hecho, siguiendo a los clásicos griegos, la filosofía es la medicina ideal para curarnos del vicio de la ignorancia intelectual y emocional, buscando el bien y la verdad. Así pretende alcanzar la paz y la serenidad. Pero no solo para él, sino también para otras personas que puedan alcanzar ese grado de virtud a través de terapias filosóficas que él mismo imparte. En cualquier caso, aunque no lo diga expresamente, la búsqueda de la virtud ha sido siempre uno de los grandes objetivos de su filosofía. Y en realidad no es nada nuevo sino que se trata solo de recuperar la vieja filosofía griega que defendía que alcanzado la virtud a través de la sabiduría, los filósofos podían sanarse a sí mismos y curar a los demás.

           Asimismo, define al hombre como un ser gregario y religioso. Y ello porque necesita un asidero para soportar la soledad de su existencia y el miedo a lo desconocido. De ahí que desde los primeros hombres del Paleolítico se empeñaran en construir toda una mitología ritual que a largo plazo se convertirían en religiones. De alguna forma yo creo que las religiones han sido una forma de adaptación del ser humano para favorecer su esperanza y su propia supervivencia. De ahí la necesidad de conocer el hecho religioso, pues no ha acompañado a lo largo de la historia. Aunque, esto nada tiene que ver con la enseñanza de la religión católica en las escuelas que, en opinión del autor, debería abandonarse y limitar este tipo de enseñanzas al ámbito personal. Actualmente, vivimos la emergencia de una nueva religión, la tecnociencia, idolatrada por la mayoría de los humanos que confían en el falso mito del progreso.

           La educación es otra de las constantes en la obra del autor, en contra sistemáticamente de todas las leyes actuales desde la LOGSE a la LOMCE que han establecido la obligatoriedad de la enseñanza hasta los dieciséis años. En este aspecto, difiero de la opinión del prof. Viñuela, como se lo he manifestado en más de una ocasión. Quizás sería pertinente buscar una vía alternativa para esos alumnos que están en clase obligados pero en cualquier caso, a mi juicio, sería un atraso social, eliminar dicha obligatoriedad. También denuncia el autor que muchos padres deleguen la educación de sus hijos en la escuela, haciendo una grave dejación de responsabilidad. Los padres deben educarlos y los profesores deberían centrarse en enseñarlos en sus respectivas materias. Obviamente, es más cómodo para muchos progenitores despreocuparse, echar balones fuera y dejarlo todo en manos de los profesores. Pero esta apuesta resulta casi siempre perdedora para la parte más débil de la cadena, el propio muchacho.

           El profesor Viñuela siempre se ha declarado un firme defensor de la Ilustración y sus valores de libertad, igualdad y fraternidad. Bien es cierto que se trata de un proyecto inacabado porque el último de los valores sigue estando inédito en el mundo actual. Eso sí, niega que el hombre sea bueno por naturaleza, como defendían los ilustrados, pues dependiendo de la afectividad y de la educación que se le dé a cada individuo desde su nacimiento podemos crear un ser bondadoso o perverso.

La sustitución del matriarcado paleolítico por el patriarcado, supuso también la implantación de un orden nuevo, el de la fuerza, el poder, la violencia y la competencia. Por eso defiende, un tanto utópicamente, la vuelta al matriarcado, en el que supuestamente reinarían las relaciones afectivas, basadas en los sentimientos naturales.

           Como en otras obras que le he leído desde hace muchos años, hace una crítica al propio ser humano por su servidumbre voluntaria, es decir, que preferimos obedecer que actuar por nosotros mismos. Yo creo que es algo innato al animal gregario que somos. Nuestra propia ignorancia nos lleva a caer en el gran engaño que supone creer que vivimos en una democracia y que tenemos capacidad decisoria cuando, en realidad, estamos totalmente maniatados por el poder. Y en esta línea sitúa el caso del nacionalismo catalán, que a su juicio responde a los intereses de una oligarquía catalana que ha conseguido imponer sus ideas sobre la “maltrecha ciudadanía”. Él se decanta en contra de la independencia, aludiendo primero a lo doloroso de la ruptura para unos y para otros, porque tenemos demasiada historia en común, y segundo al hecho de que está evitando lo que realmente se necesita que es una revolución social.

           Sería imposible comentar todos los aspectos a los que se refiere el prof. Viñuela, por eso, he seleccionado solo algunas de las temáticas y de los análisis que me han parecido más novedosos. El lector encontrará entre sus páginas mucho más, un verdadero bálsamo de sapiencia para entender mejor el mundo en el que vivimos.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

ATRAVESANDO EL DESIERTO

ATRAVESANDO EL DESIERTO

MANZANERA SALAVERT, Miguel: Atravesando el desierto. Balance y perspectivas del marxismo en el siglo XXI. Barcelona, El Viejo Topo, 2015, 317 págs. I.S.B.N.: 978-84-16288-35-9

 

        Nueva obra del Dr. Miguel Manzanera en la que aborda una historia de la teoría y de la praxis marxista, reconociendo los errores que le han llevado a una profunda crisis, pero destacando sus valores y su utilidad en el presente y en el futuro. Un planteamiento agudo, profundo, denso, serio y certero, en la línea de lo que han defendido en los últimos años otros filósofos e historiadores, especialmente Eric Hobsbawm en su obra Cómo cambiar el mundo, Marx y el marxismo 1840-2011 (Barcelona, Crítica, 2011).

        La doctrina marxista ha significado durante más de un siglo y medio una esperanza para millones de personas. Y pese a su fracaso como praxis política, ha transformado el mundo, pues ni siquiera el capitalismo ha sido el mismo después de su aparición. Efectivamente, el autor reconoce que ha fallado a la hora de conseguir establecer un mundo más justo para todos. Pero no se queda solo en el reconocimiento de estos errores sino que hace una profunda reflexión autocrítica, con el objetivo último de que esta evolución le permita seguir siendo una ideología útil en el siglo XXI.

        Tras el fracaso de los regímenes comunistas de la Europa del este y la posterior caída del muro de Berlín y de la URSS se habló de la muerte de Marx. La burocracia estatalizada de la era estalinista se cargó la democracia proletaria de los soviets, mientras que el sectarismo radical del partido comunista hizo el resto, ante “su incapacidad para establecer un diálogo con todas las corrientes sociales”. Este fracaso del socialismo real terminó por desprestigiar toda la doctrina marxista que quedó arrinconada como una ideología obsoleta, fracasada e inútil. Como contrapartida, el neoliberalismo conseguía imponerse a escala planetaria, implementando una explotación intensiva de los recursos del planeta Tierra y agudizando las diferencias entre norte y sur y entre ricos y pobres.

        Sin embargo, la última crisis del capitalismo, que comenzó en el año 2008, ha puesto de manifiesto que el neoliberalismo es una praxis peligrosa que puede llevarnos a medio plazo al colapso civilizatorio. La crisis es estructural porque la expansión consumista ha superado la capacidad del planeta de satisfacer esas necesidades. Marx se pudo equivocar en muchas cosas, sobre todo estimando en exceso la racionalidad humana, pero no en su crítica al capitalismo y en su convicción de que este sistema terminaría destruyendo las dos fuentes principales de riqueza: la tierra y el trabajador. La evolución posterior del capitalismo le ha terminado por dar la razón. Y es que parece obvio que el capitalismo actual, en su fase imperialista, está provocando dos dinámicas extremadamente perniciosas: una, que los ricos lo sean cada vez más y a la inversa, es decir, que los pobres sean cada vez más pobres. Y otra, que la voracidad del mercado, que obliga a un consumismo ilimitado, está esquilmando los recursos del planeta y provocando una verdadera catástrofe ecológica que estará en su momento álgido a mediados de este siglo. Ello unido a las armas de destrucción masiva, a la proliferación de transgénicos que amenazan la diversidad genética del planeta, a los genocidios continuos y a la contaminación del medio pueden terminar provocando el temido colapso civilizatorio. Y es que, como insiste el profesor Manzanera, la base del capitalismo es errónea e irracional porque se basa en el crecimiento continuo e ilimitado cuando los recursos del planeta son justo lo contrario, es decir, limitados. Y mientras todo eso ocurre la mayor parte de la población asiste como espectador impasible a dicho colapso, ubicada en el conformismo y reconfortada con la fe ciega en la tecnociencia, que suponen resolverá todos los problemas presentes y futuros.

        En medio de la actual zozobra del sistema capitalista, se antoja necesaria la inspiración ética del marxismo, como diría el recordado Francisco Fernández Buey. Es necesario superar el modo de producción capitalista y sustituirlo por un nuevo modo de producción que permita nuestra propia supervivencia como especie y la creación de un sistema más justo y equitativo para todos. Ahora bien, para recuperar la credibilidad del materialismo histórico hay que recurrir a las aportes de investigadores marxistas de cuarta generación, como Manuel Sacristán (1925-1985). Éste llevó a cabo una profunda reflexión sobre el comunismo, detectando los errores y proponiendo su renovación práctica, fundamentalmente a través de los movimientos sociales. Y es que merece la pena rescatar la doctrina marxista por sus ideales de justicia social y por su utilidad para explicar los fenómenos históricos en base a la lucha de clases.

        Por tanto queda claro, de acuerdo con el autor, que hay que rechazar el racionalismo productivista actual que cree ciegamente en la tecnociencia para dominar a la naturaleza y cambiarlo por un nuevo racionalismo ilustrado, que se base en la austeridad, en el respeto de los ecosistemas y en la presencia de repúblicas democráticas que mantengan entre ellas un sistema internacional de relaciones pacíficas. Un nuevo orden mundial basado en el respeto mutuo entre los seres humanos y entre estos y las demás especies del planeta. Ahora bien, como reconoce el Dr. Manzanera, no será fácil implementarlo entre otras cosas por la hegemonía de los países capitalistas y del capital y por el aburguesamiento de una parte de la sociedad, bajo el placebo del consumo. Pero antes o después el cambio llegará, voluntario o forzoso, dentro de occidente o fuera, y cuando eso ocurra, la doctrina marxista deberá ser tenida muy en cuenta para construir el nuevo orden.

        Este trabajo de Miguel Manzanera contribuye a revalorizar la doctrina marxista y a darle el sitio que merece en el pensamiento actual, como un modelo coherente y racional de entender la humanidad, muy diferente de la que propone el capitalismo neoliberal. Esta breve reseña mía es solo una reflexión de algunas de las ideas centrales de esta obra. El lector encontrará un análisis mucho más profundo de la evolución de la doctrina y de la praxis marxista, con sus aciertos y sus errores, así como una crítica aguda al sistema capitalista, actualmente en crisis.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

REFLEXIONES DE UN ESCÉPTICO

REFLEXIONES DE UN ESCÉPTICO

VIÑUELA RODRÍGUEZ, Juan Pedro: Reflexiones de un escéptico. Villafranca de los Barros, Rayego, 2014, 196 págs.

 

        Buenas noches: es un placer para mí estar de nuevo en este Instituto Meléndez Valdés, donde hace ya una década impartí docencia en dos cursos académicos. Guardo un recuerdo imborrable; era entonces el director Juan Viera y el secretario Fernando Merino. Dos verdaderos personajes que a su manera siempre sabían resolver cada uno de los conflictos que se presentaban. Por ello, es muy grato para mí regresar a este centro y nada menos que para presentar el último libro de mi admirado amigo Juan Pedro Viñuela.

        Durante estos años, especialmente en los tres o cuatro últimos, hemos mantenido el contacto, intercambiando nuestras publicaciones y manteniendo debates en las redes sociales. Debo reconocer que el pensamiento de Juan Pedro me ha influido en mí forma de hacer historia. Ambos hemos llegado a conclusiones similares desde formaciones académicas muy diferentes. Él se define a sí mismo como un escéptico esperanzado, es más dice en el libro que todo escéptico por definición aúna la duda racional con la esperanza emocional. Yo en cambio, me defino a mí mismo como un ultra pesimista aunque también esperanzado. Ultra pesimista porque conocer la historia en profundidad me ha llevado a ese extremo; Desde la II Guerra Mundial, el pesimismo domina entre la intelectualidad. Miro al pasado igual que ese ángel de la historia divisaba espantado la barbarie de los tiempos. Cualquiera que conozca bien la historia, ese camino sembrado de cadáveres, llega a una convicción ultra pesimista. Y esperanzado porque no queda otra, todo historiador sabe que la esperanza es lo que han tenido millones de desheredados, de infelices, de hambrientos, de vencidos a lo largo de los tiempos. Antes la esperanza era la otra vida en el cielo ahora es mucho más mundana: la tecnociencia. Sin esperanza solo queda el suicidio por eso yo creo –de acuerdo con Juan Pedro- que la esperanza es innata, un mecanismo de supervivencia generado por la especie humana. Me pega a mí que el escéptico esperanzado y el ultra-pesimista esperanzado están muy próximos en sus convicciones.

        El caso de Juan Pedro es muy peculiar porque es un intelectual puro, sin bandera, eso le reporta mucha independencia pero también mucho aislamiento, mucho vacío. Juan Pedro lucha en su obra y en su vida contra la mentira y la hipocresía, proceda de quien proceda. El problema es que lo mismo ataca al neoliberalismo, que a los totalitarismos fascistas y marxistas o a los partidos políticos en general o a los sindicatos, sin distinción. Tampoco se libra el pueblo en general, es decir, la clase media que somos la inmensa mayoría que estamos a su juicio alienados y somos autoculpables –dice él- por nuestra indiferencia, cobardía y pereza. En ese sentido enlaza con La Boétie cuando hablaba de la servidumbre humana voluntaria. Eso confiere a su obra un valor extra, pues está bien claro que no se debe a nadie, sino sólo a sus ideas, algo que no deja de ser una rareza en los tiempos que corren. Para él todo pensamiento se hace como crítica al poder e implica siempre disidencia. Su crítica no se dirige contra un partido político concreto ni contra una tendencia ideológica sino contra el poder, lo ostente quien lo ostente. Ese es el verdadero trabajo intelectual del filósofo como afirma el autor, lo que a veces lleva aparejado un pernicioso aislamiento intelectual. Esa honestidad es un arma de doble filo porque le resta apoyos.

Entrando en el libro, quiero decir dos cosas:

 

Primero, que es un producto genuino de Juan Pedro, sus temas de siempre, de actualidad, comentado con su ingenio y su sentido crítico. También comparecen sus escritores favoritos, tanto clásicos como Platón, Séneca o Marco Aurelio o contemporáneos como Emil Ciorán, La Boétie.

Y segundo, hay una acumulación de reflexiones a veces inconexas, sin un hilo conductor, lo cual tiene su ventaja: se puede leer el libro salteado, de adelante atrás o a la inversa. Está plagado de máximas y de reflexiones, la mayoría referentes a problemas actuales y de una gran profundidad intelectual.

        Los temas tratados son tantos y tan variados que sería imposible ni tan siquiera relacionarlos en estas pocas líneas. Por ello, me centraré en algunos de los que me han llamado más la atención.

        Una de los grandes temas del libro es el del relativismo cultural en el que el autor abunda en varias ocasiones. Existe la idea generalizada que las personas somos libres para decir y hacer lo que queramos. Pero esto no es más que un tremendo error: no todo tiene el mismo valor epistemológico. Hay actuaciones y opiniones no sólo equivocadas sino también peligrosas y, por tanto, como indica el autor, deben ser combatidas. Por otro lado si todo es relativo y todo puede ser verdad se elimina la crítica, acabando a su vez con la dialéctica y ésta a su vez con la democracia. Sin pensamiento, sin crítica y sin disidencia, dice Juan Pedro, no existe la democracia. Para conseguirla es inexcusable que la Iglesia retorne al terreno de lo privado y haga suyo el discurso de la teología de la liberación que defiende que fuera de los pobres no hay salvación.

        El relativismo enlaza con el otro gran tema del libro que es el fracaso de la democracia actual y la existencia de lo que él llama una partidocracia oligárquica. Por ello, a su juicio urge reclamar un proceso constituyente para recuperarla.

De gran interés son sus reiterados comentarios sobre el sistema educativo, la LOGSE y la LOMCE son objetos de su crítica porque, a su juicio, conducen a la pérdida de la virtud y la excelencia, sustituida por el concepto unitario de la mediocridad. Según el autor, educación para todos no significa devaluación de los contenidos como ha ocurrido lo que unido a la falta de autoridad del profesor provoca un verdadero caos educativo. Aunque su argumento es básicamente cierto, sostengo cierta discrepancia, pues, a mi juicio tanto la LOGSE como las leyes educativas posteriores, pese a que en algunos aspectos pueden ser mejoradas, supusieron un salto adelante en la democratización de la enseñanza. Todavía recuerdo el elitismo de los años setenta donde los más desfavorecidos tenían muy escasas posibilidades de acceder al sistema educativo. Actualmente, aunque muchos jóvenes lo desaprovechen, nos queda la tranquilidad de que todos, tengan el origen social que tengan, pueden acceder sin dificultad a una educación de más o menos calidad. Se trata de uno de los grandes sueños de algunos pensadores y políticos del primer tercio del siglo XX que se ha visto, por fin, cumplido.

Pese a tanta lacra, el profesor Viñuela cree que habrá un cambio forzoso por el propio agotamiento del planeta así como la inviabilidad del capitalismo y del liberalismo. Una profunda transformación que finalmente hará triunfar los viejos valores ilustrados, incluyendo el más olvidado de todos, la fraternidad. El autor defiende el cosmopolitismo frente al nacionalismo pues este último siempre lleva implícito la exclusión. Todas las personas somos iguales en dignidad y todos tenemos los mismos derechos sobre el planeta en el que vivimos. A fin de cuentas el hombre no es ningún protagonista destacado del universo sino un ser vivo más. El universo existía antes que nosotros apareciéramos y seguirá existiendo después de nuestra extinción que, antes o después, llegará.

 

En definitiva, estamos ante un libro pequeño en extensión pero grande en compromiso social. Muy de agradecer es la claridad con la que se expresan todas sus ideas que contribuyen a la concienciación de sus lectores y seguidores, entre los cuales me incluyo. El pensamiento neoliberal –la nueva religión dice Juan Pedro- tiene como una de sus principales premisas que no existe vida más allá del capitalismo y que el sistema actual es insustituible. Lo más cómodo es pensar que las alternativas para crear un mundo más justo son utópicas. Pero no es cierto, yo como historiador sé que el mundo ha vivido durante millones de años sin capitalismo y puede sobrevivir al mismo. Sin embargo, que nadie olvide una frase del escritor chileno nacionalizado francés, Alejandro Jodorowsky, con la que quiero acabar mi intervención:

 

"Absolutamente todo lo que hoy nos parece imposible,

algún día será posible".

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

 

(Presentación del libro en el salón de actos del I.E.S. Meléndez Valdés de Villafranca de los Barros, 26 de noviembre de 2014).

 

 

 

EL SIGLO DE LA GRAN PRUEBA

EL SIGLO DE LA GRAN PRUEBA

RIECHMANN, Jorge: El siglo de la gran prueba. Tenerife, Ediciones de Baile del Sol- Colección Textos del Desorden, 2013, 162 págs.

 

        Curioso e interesante trabajo de Jorge Riechmann, profesor titular de filosofía moral en la Universidad Autónoma de Madrid, además de poeta, ensayista y traductor. Se trata de una recopilación de textos más o menos cortos, editados por el autor en forma de conferencias y artículos a lo largo de 2011 y 2012. No hay un inicio ni un final, sino reflexiones de temas diversos que permiten una lectura bidireccional. Presididas en buena parte por el tono irónico hay sentencias muy fáciles de entender y otras que requieren de dos o tres relecturas seguidas para entender el mensaje subliminar que el autor nos quiere hacer llegar.

        El tema fundamental que subyace en toda la obra es la crítica al capitalismo neoliberal y al relativismo imperante en nuestra época, al tiempo que plantea la necesidad de un cambio. No tiene nada de particular que la primera página del libro arranque con el Manifiesto ecosocialista, redactado en enero de 1992 por un grupo multidisciplinar de intelectuales de distintos países de Europa. Afirma con rotundidad, que el siglo XX fue trágico pero que el XXI lo va a ser multiplicadamente, si no cambiamos la actual e insostenible economía industrial y sociedad consumista. Lo cual no deja de ser trágico, máxime cuando vivimos en una época donde existen mejores condiciones tecnológicas y productivas que nunca para que todos los habitantes de este planeta llevasen una vida razonablemente buena. Pero lo cierto es que no ha sido así y, a su juicio, se trata de una de las grandes promesas incumplidas de la Ilustración y de la modernidad. Pero, la era del crecimiento ilimitado, que trajeron las revoluciones industriales contemporáneas se ha acabado y de no dar un giro radical pronto llegará una nueva Edad Media, idea que no solo predice Riechmann sino otros intelectuales como José David Sacristán, Slavoj Zizek y Juan Pedro Viñuela por citar solo a algunos. Es necesario, pues, cambiar radicalmente ya, pues como bien afirma el autor, el daño a la biosfera es ahora y el momento de la verdad –escribe- es ahora. Las multinacionales y los grandes poderes mundiales, en un acto de estupidez e irracionalidad, están acabando con el lugar en el que operan, es decir, con el propio planeta. Y mientras eso ocurre, algunas autoridades, dice el autor, transmiten la idea de que solo hay dos modelos productivos: el capitalismo existente o el fracasado modelo soviético. Es decir, capitalismo o capitalismo. Y lo peor de todo, es que estos discursos terminan calando en una parte de la población que piensa erróneamente que no hay alternativa. Pero, sí la hay, pero hay que actuar ¡ya! o será demasiado tarde. Si empezamos el cambio podemos paliar en cierta medida el colapso civilizatorio que se avecina y si nos quedamos de brazos cruzados nos sobrevendrá un drama aún mayor que el actual para varios miles de millones de personas. Lo cierto es que, aunque los medios de comunicación occidentales con frecuencia ridiculizan los regímenes antiliberales de Venezuela, Ecuador o Bolivia, a nadie le puede caber la menor duda que, antes o después, en el siglo XXII o en XXIII, en la tierra habrá algún tipo de socialismo, se llame así o no.

        Y para este cambio resulta fundamental modificar la actitud del ser humano. Actualmente, todo gira en torno al consumo como forma principal de satisfacción. Es necesario sustituir esta actitud ante la vida y mirar a la creación como forma de realizarnos: el arte, la poesía, la filosofía… son materias que nos permiten realizarnos personalmente, sin dañar el medio ambiente. Como dice el autor, los centenares de millones de personas que hoy buscan en el consumo un sentido a su vida podrían encontrarlo en el terreno de la creación y de las relaciones con los demás.

        Denuncia, asimismo, la cultura del soborno, de aquella que él llama de suplemento cultural y que está comprada por el poder. Eso provoca que junto a una cultura comprometida e independiente del poder, como la que practica Noam Chomsky o Ignacio Ramonet, haya otra que utilice la cultura como una cortina de humo, como una mera distracción intrascendente que narcotiza al pueblo, mientras la devastación del ecosistema y las desigualdades sociales prosiguen su dramática e imparable carrera. Las mismas multinacionales que asolan el mundo, luego financian lo mismo la conservación de un parque natural que una exposición de algún evento artístico. Una idea que hace años que denunció también Slavoj Zizek, cuando dijo que las personas más ricas del mundo, como los dueños de Zara, Amancio Ortega, o de Microsoft, Bill Gates, lavaban su imagen haciendo donaciones caritativas o a eventos culturales con el mismo dinero manchado del abuso capitalista. Como afirma el autor, la sociedad no se mueve exactamente en el nihilismo o en la carencia de valores, sino en los disvalores o antivalores, en unos valores acomodaticios que se ajustan perfectamente a los intereses del poder. Por eso, Riechmann, en una actitud algo provocativa, incita al lector a elegir: tienes que decidir con quién estás, con la cultura del compromiso o con la cultura prostituida. Más adelante, pide al lector una nueva decisión, el socialismo que pide la satisfacción de las necesidades básicas de todos los ciudadanos y el cultivo de la espiritualidad humana, o el capitalismo, que solo busca la acumulación de capital. Y añade un contundente: Tú decides.

El autor, que más que filósofo y poeta es las dos cosas juntas, filósofo-poeta, destaca las conexiones y similitudes entre estas dos formas de creación que aunque aparentemente diferentes tienen mucho en común. Dice escribir para ayudarse a sí mismo, lo cual, a veces, conlleva ayudar a los demás. Y no le falta razón, pues, todos los que escribimos lo hacemos ante todo por una necesidad vital, en mayor o menor medida egoísta, que, efectivamente, a veces puede servir a otros.

El cambio tiene que empezar ya, y para ello es importante abandonar el pensamiento revolucionario escatológico. Dejar de pensar en el advenimiento casi mítico de un futuro paraíso armonioso que la propiedad colectiva de los medios de producción traería. Para Riechmann es importante cambiar la imagen tradicional de la revolución y de los revolucionarios. Un marxismo sin mitos, sin tentaciones escatológicas y sin milenarismos. Un nuevo socialismo, basado en la búsqueda de los valores interiores de cada uno, de la empatía con el prójimo y de la certeza de pertenecer todos a una misma especie habitante de este maltrecho planeta llamado Tierra. Ahora bien, advierte el autor que no conviene crearse muchas expectativas y así los logros serán un regalo, minimizando el impacto de las decepciones. Una gran verdad, pues, somos muchos los que nos hemos esperanzado con cambios que después no han llegado y hemos caído en un patológico pesimismo que no contribuye a salir del túnel.

Para finalizar, creo que estamos ante un libro bien escrito, de contenido por momentos apasionante y en otras tedioso, pero que contiene algunas perlas que merece la pena, leer, saborear y disfrutar.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS