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CLÍO Y LAS AULAS

CLÍO Y LAS AULAS

MORADIELLOS, Enrique: Clío y las aulas. Ensayo sobre educación e Historia. Badajoz, Diputación Provincial, 2013, 315 págs.

 

        Esta obra, ganadora del premio Arturo Barea 2012, constituye un nuevo análisis de la evolución del concepto de Historia así como su docencia en las aulas. Como confiesa el propio autor, en estas páginas se sintetizan experiencias personales de más de veinte años de docencia, incluyendo la impartición de una asignatura sobre los fundamentos científicos de la historia en el Máster de Formación Universitaria del nuevo profesorado de enseñanza secundaria. Y efectivamente, leyendo el texto se aprecia continuamente el carácter didáctico con el que fue concebido. Pretende ser una orientación para los actuales y futuros profesores de historia, fundamentalmente los dedicados a la enseñanza secundaria, que es el destino de la mayoría de los que cursan la carrera. Al mismo tiempo, reivindica la necesidad de seguir contando con la Historia en los planes de estudio por ser una materia formativa global, que contribuye a crear conciencia cívica y, por tanto, ciudadanos.

        Como indica el autor, el primer requisito para ser un buen docente es dominar la materia. Es decir, hay que tener algo que enseñar. Y para argumentar esto utiliza, y repite hasta en tres ocasiones a lo largo del libro, la máxima clásica Primum discere, deinde docere, es decir, primero aprende y sólo después enseña. Pero no basta con tener conocimientos de la materia sino que también hay que saber transmitirlos. El autor dedica una parte entera del libro a explicar la didáctica de la historia y los elementos del proceso educativo. A su juicio, es imprescindible recurrir a la pedagogía, una disciplina que tiene experiencias acumuladas sobre cómo hay que realizar esa práctica docente. Cuando se confecciona la programación es importante que los contenidos cumplan varios requisitos: que guarden un orden lógico, que estén bien ordenados, actualizados y, sobre todo, que se adecuen a las características y a las necesidades del alumnado. La evaluación, por su parte, debe retroalimentar el proceso de enseñanza aprendizaje, de forma que no sólo evalúe al alumno sino la práctica docente en su globalidad. Y, por supuesto, debe ser siempre congruente con los objetivos y con los contenidos de la materia.

Dedica otra parte del libro a destacar las virtudes de la historia como saber disciplinar y, por tanto, de obligada enseñanza en cualquier sociedad mínimamente civilizada. La labor de la historia y de los historiadores es fundamental para desmontar los mitos y leyendas de la historia oficial. Se niega el autor a utilizar unos términos tan de moda como la memoria histórica porque, a su juicio, ésta es siempre engañosa y, a veces, hasta traicionera. Es más afirma, siguiendo a Gustavo Bueno, que la memoria es un concepto espurio, porque no es más que un recuerdo subjetivo del pasado mientras que la historia es el conocimiento científicamente elaborado del pasado. Como afirma Moradiellos, el historiador se acerca a la historia de un modo racional, riguroso, secular y demostrativo. Es verdad que el creador de Historia, es decir, el historiador, es una persona y, como tal, es falible, pero pretende siempre acercarse a la verdad con procedimientos objetivos. En cambio, la memoria, muestra la historia tamizada por la subjetividad del recuerdo.

        La Historia aparece en todos los planes de estudio españoles desde mediados del siglo XIX. Aquella realidad dio paso a la aparición del gremio de los historiadores, necesarios para impartir esa asignatura en todos los niveles educativos. Sin embargo, la asignatura ha estado cautiva, casi siempre, en manos de intereses nacionales o políticos diversos. Cada estado, cada nación, cada pueblo, pretende instruir a sus jóvenes en unos valores determinados, cimentados en una historia y en unos intereses particulares y diferentes del otro. Y ello porque ha sido utilizada como instrumento de legitimación de conductas perversas. Pero el historiador debe ser ante todo una persona crítica que analiza el pasado a partir de fuentes objetivas. Y el acercamiento a la verdad histórica del pasado es clave porque es la única base de datos que poseemos para afrontar con garantías el presente y el futuro. Precisamente lo que distingue al homo sapiens de otras especies es nuestra capacidad para acumular y aprender del pasado para construir sobre ellos nuevos avances. Y ese pasado debemos conocerlo desprovistos de los mitos pues, como escribió Tzvetan Todorov, no se prepara el porvenir sin aclarar el pasado.

        Da la impresión que el autor confía demasiado en la objetividad del historiador científico, sin advertir que todo el mundo es subjetivo aunque afirme lo contrario. A mi juicio, el historiador no debe buscar tanto la objetividad –que es una quimera- como la honestidad personal y profesional. Hay que ser profesional y buscar la verdad a secas, incluso a sabiendas de que no es más que nuestra propia verdad. Por otro lado, al historiador experimentado, la lectura de estas páginas sólo le sirve para confirmar algunos de los rudimentos relacionados con el conocimiento, la programación y la evaluación que usa a diario. Pero esto último no puede ser tomado como una crítica porque el autor es muestra explícito en el objetivo de este ensayo. Y es que la obra de Moradiellos no es ni más ni menos que un manual para estudiantes de historia, es decir, para los futuros profesores de la materia. Es sencillo, asequible desde el punto de vista terminológico, y didáctico. Una de sus mayores virtudes es la cantidad de ejemplos que usa para argumentar sus afirmaciones y que pasan por desmontar numerosos mitos, lo mismo relacionados con la guerra de Troya que con los Nazis. En general, creo que estamos ante un manual muy básico, pero por ello útil para los actuales y futuros profesores de historia.

ESTEBAN MIRA CABALLOS

TRANSFORMAR EL MUNDO. REVOLUCIONES BURGUESAS Y REVOLUCIÓN SOCIAL

TRANSFORMAR EL MUNDO. REVOLUCIONES BURGUESAS Y REVOLUCIÓN SOCIAL

DAVIDSON, Neil: Transformar el mundo. Revoluciones burguesas y revolución social. Barcelona, Pasado& Presente, 2013, 956 págs.

 

        El nuevo libro del profesor de Sociología de la Universidad de Strathclyde, Glasgow (Escocia), Neil Davidson, constituye una auténtica obra maestra, fruto de una reflexión de varias décadas, como afirma en el prólogo Josep Fontana. Un estudio de casi mil páginas en el que se desentraña todo lo relativo a la teoría y a la praxis de la revolución en la Historia. Pese a su extensión, el texto se lee con relativa facilidad por estar bien redactado y por el uso de una terminología asequible al lector medio.

        Se traza un extenso y largo recorrido por la historia de las revoluciones, en un sentido amplio, desde la inglesa, en el siglo XVII, pasando por la holandesa, estadounidense, la francesa, la rusa y la china, hasta llegar a la actualidad. Y se hace a través de los hechos pero también de los distintos autores de filosofía política, desde el siglo XVII a nuestros días. Dada la extensión de la obra, nos limitaremos a resumir las principales conclusiones a las que he llegado después de su lectura.

        En sus páginas, no solo encontramos un recorrido histórico por todos los hitos históricos sino que, además, poseen un componente ideológico, pues demuestran el verdadero espíritu social de aquellas revoluciones burguesas. Tradicionalmente se habían segregado totalmente las revoluciones burguesas y las proletarias. Sin embargo, el autor del libro demuestra que unas y otras formaron parte de una misma cadena revolucionaria, en pro de la libertad y de la justicia social. Dos objetivos revolucionarios iniciales que los burgueses tuvieron el mérito de poner en la agenda, aunque finalmente no se materializaran. Pero ese es el espíritu ético de la llamada Era de la Revolución, desde 1789 hasta la Primavera de los Pueblos de 1848, que terminaron cambiando el mundo. Ahora bien, es importante destacar dos matices: uno, el liberalismo clásico y el capitalismo económico no tenían nada de democráticos. Estos valores se incorporaron mucho después, más como consecuencia de la presión del movimiento obrero que de la evolución ideológica de la propia burguesía. Y otro, sí habrá que agradecerles que, pese a la larga lucha, pusieran de relieve que la revolución puede ser una opción ganadora. El triunfo de las revoluciones burguesas desmonta la tesis conservadora de que todas las revoluciones acaban fracasando. Está claro que sin lucha no hay progreso y se puede triunfar si hay unas movilizaciones masivas y una adecuada dirección. Igual que el capitalismo derrotó al feudalismo, el socialismo puede derrotar al capitalismo.

        En la parte central del libro se abordan las revoluciones proletarias, nacidas como respuestas al fracaso socializador de las revoluciones burguesas. Empieza analizando con detalle la rusa de 1917, que debió haber sido la última revolución burguesa y la primera proletaria. Muchos pusieron sus esperanzas en que fuera el inicio de una nueva oleada revolucionaria que transformara de nuevo el mundo en la búsqueda de una sociedad mejor, más igualitaria y justa. Pero desgraciadamente, acabaron en un régimen burocratizado de signo totalitario, dando al traste con el sueño de la revolución. La china comunista que era otra de las esperanzas ha dado un giro neoliberal que ha sembrado el desaliento hasta el punto de que, como indica Josep Fontana, muchos piensan que no hay nada fuera del capitalismo. Y finalmente, la transición de Cuba desde el comunismo al capitalismo intervenido, ha dado al traste con una de las últimas esperanzas de los que todavía soñaban con la igualdad y la justicia social.

        Sin embargo, como han defendido por separado Eric Hobsbawm, Josep Fontana y el propio Neil Davidson, el espíritu del socialismo es hoy en día más necesario que nunca para hacer desaparecer las amenazas de hambre, epidemias, catástrofe ecológica y guerra que amenazan todo el orbe, incluido a los propios países occidentales. Solo con sus ideas de justicia social podremos limitar el daño medioambiental y humanitario que está provocando el capitalismo por todos los rincones del mundo. Será cuestión de analizar los errores cometidos en el pasado, para abrir nuevas vías que permitan la viabilidad de un sistema económico y social alternativo al capitalismo. Probablemente, el paso de un estado capitalista a uno socialista provocaría a corto plazo un decrecimiento económico y del mercado. Pero es una incógnita ya que no disponemos de experiencias previas. Y es que nunca se ha producido una secuencia larga de un estado proletario, salvo en cortos períodos de tiempo, en la URSS de 1922 a 1928, en España en 1936-1937, Hungría en 1956, etc. Brotes revolucionarios en el siglo XXI, como los de la primavera árabe, que han conseguido derrocar gobiernos estables, han demostrado una vez más que sigue existiendo actualmente una gran potencialidad revolucionaria que solo hay que saber canalizar.

ESTEBAN MIRA CABALLOS

EL MIEDO A LOS BÁRBAROS

EL MIEDO A LOS BÁRBAROS

TODOROV, Tzvetan: El miedo a los bárbaros. Más allá del choque de civilizaciones. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2008, 312 pp.

 

        Este ensayo del filósofo búlgaro Tzvetan Todorov constituye una réplica inteligente a la polémica obra de Samuel P. Huntington sobre el choque de civilizaciones. Y digo inteligente porque desmonta, con argumentos sólidos, la existencia de dicha confrontación. Con una dialéctica divulgativa, asequible por tanto a cualquier persona con una formación cultural media, ahonda en los orígenes del concepto de bárbaro y lo confronta con el de civilización. Y a continuación, analiza con ejemplos recientes el supuesto enfrentamiento entre civilización –Occidente- y barbarie –países islámicos- así como los enfrentamientos supuestamente étnicos o culturales, dentro de las fronteras de los propios países occidentales.

Los partidarios de la teoría del choque de civilizaciones concretan un total de ocho civilizaciones, incluida la occidental, todas ellas rivales. Pero, a juicio de estos, solo dos de ellas, la occidental y la islámica, libran en la actualidad un combate a muerte por el liderazgo mundial. Este nuevo combate entre Occidente e Islam, comenzó a Partir de 1990 cuando cayó el Muro de Berlín y se desmoronaron los regímenes comunistas de Europa. Del enfrentamiento del Capitalismo-Comunismo hemos pasado al enfrentamiento entre Occidente e Islam. Y para justificar su tesis del enfrentamiento civilizatorio, esgrimen todos y cada uno de los atentados perpetrados por los yihadistas; los ataques terroristas como las Torres Gemelas de Nueva York o el de Atocha en Madrid, fueron muestras inequívocas de esa guerra civilizatoria. El Islam se confunde con el integrismo islámico y con el barbarismo, mientras que Occidente encarna los valores liberales y democráticos.

Pero la realidad no es exactamente así; estos atentados no indican la existencia de nada parecido a un choque de civilizaciones sino que responden tan solo al deseo de una minoría integrista de satisfacer sus rencores personales y al de los otros de devolverlos. En esta teoría coinciden tanto Tzvetan Todorov como el filósofo esloveno Slavoj Zizek. Y las venganzas con que actúa sobre todo Estados Unidos con sus guerras preventivas o las torturas en Guantánamo y Abú Graíb no hacen más que acentuar el odio y retroalimentar el resentimiento. Además, los extremistas a sabiendas de que si son capturados sufrirán torturas, prefieren morir como kamikazes a ser capturados, aumentando considerablemente los daños y las víctimas. Occidente está renunciando a sus valores democráticos con la excusa de que se lucha contra el terror. Eso permite a Estados Unidos y a sus acólitos campar a sus anchas, invadiendo países, robando, y sembrando el terror y la destrucción por allí donde pasan. Cada golpe terrorista, vinculado al islam, se responde con otro golpe, lo que provoca un encadenamiento funesto de hechos dramáticos. Un círculo vicioso que es necesario romper. Y para colmo, esas agresiones son vistas como legítimas por los llamados países democráticos. Sin embargo, este contraterrorismo cada vez se parece más al terrorismo que combaten, dando argumentos a estos grupos extremistas para seguir en su lucha. Como dice el autor, es precisamente este miedo a los bárbaros lo que amenaza seriamente con convertirnos a todos en bárbaros. Porque esta idea de la confrontación civilizatoria, pese a ser falsa, crea un ambiente de hostilidad mundial peligrosa para todos.

El autor califica a los países del mundo en cuatro grupos, a saber: primero, los de apetito, formado por países emergentes como China, la India, Brasil, México y Sudáfrica. Segundo, los del resentimiento, formado por aquellos estados que están enojados por la continua humillación, real o imaginaria, padecida a costa de Occidente. Aquí se agruparían la mayoría de los países musulmanes como Pakistán, Afganistán, Irán, Irak, Libia, etc. Tercero, los países del miedo, que estaría formado por los estados occidentales que temen por igual los ataques terroristas de los países del resentimiento como la pujanza económica de los países del apetito. Y cuarto y último, los indecisos, que son un grupo de naciones que podríamos denominar neutrales y que, por tanto, no se pueden enmarcar fácilmente en ninguno de los tres grupos anteriores.

        El gran problema de Occidente es el miedo a los bárbaros que está provocando una serie de actuaciones que retroalimentan el problema. La palabra bárbaro tiene lejanos orígenes grecolatinos, pues estos llamaban así a todo el que no dominaba el griego, es decir, a todos los extranjeros. Estos bárbaros se caracterizarían porque obedecen a un tirano y porque no reconocen la humanidad de los demás grupos humanos. Es decir, que un bárbaro se caracterizaba sobre todo por su incapacidad para reconocer la humanidad del resto de los mortales, a diferencia de lo que hacían los grupos civilizados. Si aplicamos el concepto al Occidente actual nos daremos cuenta que son tan bárbaros como aquellos otros a los que pretenden controlar. No olvidemos que Estados Unidos ha sido único país del mundo que ha lanzado bombas nucleares contra población civil, en Hiroshima y Nagasaki, allá por 1945. ¿Hay acto mayor de barbarie?

        A nivel interno, en estos países supuestamente civilizados, se está generando un rechazo hacia el extranjero, y muy en particular hacia el musulmán. La xenofobia y la islamofobia se están convirtiendo en un gran problema, apoyada por algunos intelectuales, como Pim Fortuyn, que han escrito que el Islam es el mayor enemigo del mundo libre. Los extranjeros, son vistos como una amenaza, por lo que piensan que sería conveniente aislarlos o, incluso, expulsarlos. Suponen que contaminan la cultura europea, obviando que todas las culturas que existen en el mundo son mestizas. Es más la cultura está en permanente estado de transformación. De hecho la identidad europea es fruto de múltiples influencias: persas, árabes, celtas y, por supuesto, grecorromanas. La discriminación que sufren los europeos con raíces magrebíes provoca que muchos de ellos, pese a haber nacido en Occidente o ser, incluso, hijos o nietos de occidentales, se vinculen a su identidad originaria, ante el rechazo social. Pero, como afirma Todorov, sus aspiraciones no pasan por imitar a los ayatolas o a los suicidas islámicos sino simplemente conseguir el dinero suficiente para satisfacer su consumismo: unas deportivas de marca o un teléfono móvil de última generación. Es decir, que la agitación social no la provoca el Islam ni los ayatolás sino la rabia y la impotencia de unas personas que se sienten discriminadas y rechazadas en su propio país. No hay nada parecido a ese supuesto choque de civilizaciones. Como escribe Todorov, las civilizaciones no chocan, los que chocan son los intereses económicos y políticos. El Islam es una religión esencialmente pacifista y caritativa, aunque tenga o haya tenido, como el cristianismo, fases más violentas relacionadas con la guerra santa. Confundir o comparar terrorismo con Islam, supone herir la dignidad y el orgullo de los mil millones de musulmanes que viven en el mundo. Y ello, no supone otra cosa que alimentar la confrontación. Por tanto, el remedio a tanta indignación y a la radicalización de algunos grupos de integristas no es religiosa, ni cultural, como afirma Todorov, sino política.

        Para concluir, debemos decir que este libro desmonta a base de argumentos razonados el mito del choque de civilizaciones. Todo un entramado artificial, auspiciado por oscuros intereses de Occidente y, en particular, de los Estados Unidos de América. Desde el momento que práctica la ley del talión, aterrorizando, asesinando y torturando a terroristas, asume que puede ser igual de bárbaro al menos que sus oponentes. Asimismo, presentar a los musulmanes como enemigos peligrosos y violentos supone, además de una falsedad, multiplicar por dos la confrontación y hacer de nuestro planeta un mundo mucho más inseguro y peligroso. Estas páginas, magníficamente redactadas, pueden servirnos para reorientar nuestros posicionamientos y entender mejor nuestra realidad actual. Solo con diálogo y con empatía podremos conseguir un mundo mejor y más seguro para todos.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

UN GRITO EN EL DESIERTO DE LO REAL

UN GRITO EN EL DESIERTO DE LO REAL

VIÑUELA RODRÍGUEZ, Juan Pedro: Un grito en el desierto de lo real. Villafranca de los Barros, Imprenta Rayego, 2013, 198 págs.

 

        Último libro del filósofo extremeño en el que vuelve a abordar, con un lenguaje sencillo y directo, los grandes problemas de nuestro tiempo. Preguntas y respuestas se entrecruzan en su libro, casi siempre sin un orden aparente, siguiendo los impulsos espontáneos de su autor. Sin embargo, su elocuencia y sus característicos cambios de tercio, le dan una gran viveza al texto, al tiempo, que permiten una lectura libre, multidireccional, lo mismo por partes, que de principio a fin, que de fin a principio.

Su filosofía es utilitarista, pretende ser una herramienta para ayudar a entender nuestro mundo y servir al bien común. Y aunque difiero del autor en algunos de sus argumentos, coincido en lo fundamental, en su compromiso social. Para mí la filosofía –como la historia- no tiene ningún sentido si no contribuye a la construcción de un mundo mejor para todos. Y en este sentido, afirma el autor que, dado que la filosofía es pensar, no puede haber democracia sin filosofía, ni filosofía sin democracia. El valor de su obra reside en su juicio independiente, sin más compromiso que su conciencia y su lucha por la justicia social. Su crítica abarca a todas las instituciones de poder: Estado, Iglesia, Universidad, Academias, partidos políticos, etc. También analiza críticamente las ideologías, de todo tipo, no solo el capitalismo neoliberal. Y ello, supone un acto de valentía que puede conllevar algunas satisfacciones pero también grandes sacrificios personales. Como él mismo indica, lo fácil es estar con las mayorías y lo difícil vivir y hablar como un disidente. Eso le lleva al aislamiento, a la falta de apoyos institucionales y, hasta cierto punto, a la soledad académica. El poder recela siempre de estos pensadores, dedicados a destapar las grandes mentiras de nuestro tiempo. Y la forma con la que se le combate no es mediante el debate intelectual, sino con el silencio estremecedor del vacío; salvo a un grupo de fieles comprometidos con el cambio, en general se le ignora, lo que paradójicamente retroalimenta el deseo del autor de continuar en su lucha desde la que él llama su trinchera.

        Se abordan decenas de cuestiones, inquietudes que pasan por la cabeza de su autor, lo mismo referentes a estructuras de poder, que al origen del cosmos o al sentido de la vida y de la muerte. Como sería imposible reseñar todos los aspectos analizados, me limitaré a destacar algunas de las cuestiones que a mí personalmente más me han interesado.

El gran tema de su obra es la crítica al neoliberalismo y al pensamiento posmoderno, al tiempo que propone una alternativa: el ecosocialismo. El neoliberalismo nos está haciendo esclavos de los mercados, que son los que mandan en el mundo y los que están acabando con el estado del bienestar, abocándonos a una nueva Edad Media. Y ello, con la ayuda del pensamiento posmoderno cuyo relativismo favorece el nihilismo y narcotiza a las masas que aceptan sin rechistar la dramática situación. Y ello favorecido por la tendencia innata del hombre a la servidumbre voluntaria, como denunciara hace tiempo La Boètie. Lo cierto es que neoliberalismo y posmodernismo forman un cóctel verdaderamente letal. Por ello, el profesor Viñuela se atreve incluso a acusar al propio pueblo de permitir la tiranía. Y no le falta razón, pues de alguna forma toda la sociedad es responsable de lo que está ocurriendo, por su pasividad, por su renuncia al conocimiento, a la libertad y a la disidencia. Y ello porque no existe en nuestros días una conciencia de clase de los trabajadores frente a la oligarquía. Pronto nos obligarán a hacer las manifestaciones en el campo o en alguna especie de manistódromo, para no molestar, y nos quedaremos todos tan tranquilos, sin caer en la cuenta que una manifestación busca precisamente eso, incomodar cuanto más mejor y presionar al poder. En este mundo trivializado es donde aparecen algunas voces individuales, como la del profesor Viñuela, que no son otra cosa que gritos en el desierto ético, social y político de lo real. Un desierto que, como bien dice el autor, no es fruto de la casualidad sino que está auspiciado, controlado y dirigido por el poder que evita así la crítica de la razón, al tiempo que oculta sus despropósitos. Por eso, uno tiene la impresión de que ya no existen ideologías, ni soñadores que piensen que otro mundo mejor es posible, solo personas egoístas, nihilistas y hedonistas. Según el profesor Viñuela, no hemos sustituido la ética religiosa por la ética laica sino directamente por la indiferencia. El relativismo impuesto por el posmodernismo ha acabado con todo. Hasta aquí totalmente de acuerdo. Sin embargo, propone como alternativa retomar el programa inacabado de la Ilustración, que a su vez había sido continuación del proyecto ético de la Atenas de Pericles. Pretende la consecución, de una vez por todas, de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Pero, con todos mis respetos, tengo la impresión que tiene idealizada a la Ilustración y a los ilustrados, pues todos sabemos qué clase de libertad y de igualdad defendían. La Ilustración esgrimía las luces de la razón frente a la superchería, la libertad y la igualdad natural -la fraternidad ni siquiera se lo plantearon con seriedad-. Sin embargo, sí que justificaban la desigualdad por méritos, consagrando la sociedad de clases y, por supuesto, creían erróneamente que el progreso constante de la humanidad llevaría al ser humano a la felicidad. La ideología de progreso, el liberalismo clásico –idéntico al actual neoliberalismo- y el nacionalismo surgieron a la sombra del movimiento ilustrado. No lo olvidemos.

En cambio, en otro lugar de la obra, el autor se suma muy acertadamente al proyecto ecosocialista, como única alternativa posible al neoliberalismo actual. Esta ideología aunaría la justicia social del socialismo con la necesidad de un equilibrio con la naturaleza que propone el ecologismo, a través de un decrecimiento progresivo, como defiende Carlos Taibo. Se trataría de ligar la impronta ética del marxismo con una idea que el propio Karl Marx no pudo prever, es decir, con la necesaria conservación de la naturaleza, sustituyendo el antropocentrismo por el biocentrismo. El capitalismo está llevando a nuestro planeta al límite, pues plantea un consumo ilimitado, cuando los recursos son limitados. Como aclara el autor del libro, no se trata de volver a las cavernas, sino de racionalizar el consumo, de reducir drásticamente nuestras necesidades, de aprovechar todo, como viene haciendo desde hace milenios la propia naturaleza. Se trataría de vivir con menos, de reducir la producción y el consumo de bienes superfluos, de revalorizar valores de antaño como la conversación, la lectura o la meditación. En definitiva, de ralentizar el tiempo. Y no lo olvidemos, este decrecimiento llegará antes o después, por las buenas, planificado por el estado, o por las malas, impuesto por el agotamiento de los recursos. Con el actual crecimiento demográfico y el nivel de consumo de las potencias desarrolladas y emergentes, la lucha por el control de los recursos energéticos, alimentarios y de agua potable van a ser, a medio o largo plazo, dramáticos. Si no cambia radicalmente la situación, y no parece que vaya a ocurrir, se avecinan tiempos muy difíciles para varios miles de millones de seres humanos. Según el autor, para implantar este nuevo ecosocialismo es esencial que los ciudadanos fuercen el cambio.

La institución eclesiástica también es objeto de la crítica porque la iglesia dejó por el camino la idea de justicia social de Jesús de Nazaret y de los propios evangelios. Los cristianos fueron inicialmente perseguidos pero, desde el siglo IV d. C, en que el cristianismo se convirtió en religión oficial del Imperio Romano, pasaron de perseguidos a perseguidores. Su estrecha y secular vinculación con el Estado, a lo largo de los siglos, pervirtieron la institución, convirtiéndola en un excepcional instrumento de opresión de las masas. Pero eso no significa que, en la Iglesia de base, no hayan existido religiosos modélicos que han seguido realmente a Jesucristo y han practicado la caridad. Desde fray Bartolomé de Las Casas a los defensores en nuestro tiempo de la teología de la liberación. Precisamente el profesor Viñuela cita una frase del jesuita Jon Sobrino, militante de este último movimiento, que dice que fuera de los pobres no hay salvación. Y está claro que si existiera un Dios justiciero, la mayor parte de la jerarquía eclesiástica estaría condenada al infierno.

En cuanto al sistema educativo, el autor sitúa el origen de todos los males en la LOGSE, aprobada en 1990. Una norma que, a su juicio, primaba la mediocridad frente a la excelencia, al centrarse en la atención a la diversidad y en las TICs. Estoy con el autor cuando dice que la ley contiene errores, pues es necesario ofrecer alternativas formativas a aquellos que no quieren estudiar y terminan creando disrupción. También debería existir la posibilidad legal de adaptar el currículo, no sólo por abajo sino también por arriba, para aquellos alumnos mejor preparados. Sin embargo, a mi juicio, el avance social que supuso la LOGSE es irrenunciable. Los que tenemos ya una edad y conocimos la antigua educación, sabemos la cantidad de compañeros que se quedaron por el camino, casi todos pertenecientes a familias de baja extracción social. La ley de 1990 implicó un progreso sin precedentes, sobre todo al ampliar la obligatoriedad de la enseñanza hasta los 16 años. Y está demostrado que cuanto más tardía es la decisión de dejar los estudios menos correlación hay entre abandono y origen social. Mucho más de acuerdo estoy en su crítica a las leyes posteriores y en particular a la LOMCE, que en vez de arreglar los errores de la ley original, han sembrado de incertidumbre y de provisionalidad al sistema educativo.

También reflexiona Viñuela sobre la muerte de la que dice que es inminente –puede ocurrir en cualquier momento- y necesaria. Y yo añadiría, además, que es el más importante agente de justicia social, pues termina por igualarnos a todos. A fin de cuentas, la vida no es más que una larga lucha por la supervivencia cuya batalla final tenemos todos perdida.

Por las limitaciones de espacio que una reseña impone dejo aquí mi glosa, no sin antes aclarar al posible lector que en el libro encontrará, de manera mucho más amplia, sabías y profundas reflexiones sobre estos y otros temas. El texto invita a la reflexión, y por tanto, a la disidencia porque, como bien explica el autor, la razón es revolucionaria mientras que el poder es siempre reaccionario. Una obra útil, inteligente e interesante que intenta dar respuesta a los grandes problemas de nuestro tiempo. Animo a todas las personas comprometidas con el mundo en el que viven a disfrutar pausadamente de su lectura.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

IMPERIALISMO Y PODER

IMPERIALISMO Y PODER



ESTEBAN MIRA CABALLOS.: Imperialismo y poder. Una historia desde la óptica de los vencidos. /El Ejido/, Editorial Círculo Rojo, /2013/. 215 p., índice, 21 cm. D. L. AL. 618-2013. ISBN 978-84-9050-230-3

 

        El Dr. Mira Caballos, Profesor del I.E.S.O. “Mariano Barbacid” de Solana de los Barros que, en 2011 nos regaló una excelente, bien documentada, sugerente y novedosa biografía del metellinense Hernán Cortés, de la que nos hicimos eco en su momento en esa misma sección de La CAPITAL, nos ofrece su nuevo libro que, a tenor de su título, se ajusta a los conceptos y criterios historiográficos que maneja y de los que hace gala el autor ya desde las primeras palabras de la Introducción de la obra: Presento en este volumen un conjunto de reflexiones en las que analizo, desde una óptica que podríamos llamar alternativa, las formas de poder del pasado y del presente así como sus consecuencias (p. 9). A tenor de este planteamiento, Esteban Mira es consciente de que su Imperialismo y poder podrá ser considerado e, incluso, catalogado como acientífico por cuanto la historiografía clásica no ve con buenos ojos analizar, desde prismas diferentes, los acontecimientos porque permite alcanzar nuevas conclusiones en relación a las viejas cuestiones que deben revisarse con un punto de vista profundamente crítico y, de manera especial, con el poder.

        Sin embargo, al margen de este novedoso planteamiento crítico, interesa constatar que subyace en este libro y, en general, en toda la obra de Mira Caballos, un loable deseo de divulgar, alta vulgarización la denomina el propio autor, los hechos históricos, sus causas y sus consecuencias porque la historia no puede circunscribirse únicamente al ámbito de los historiadores o investigadores como un arcano manejado o manoseado al albur de unos intereses más o menos bastardos. Es absolutamente necesario, en ello estamos de acuerdo con el Dr. Mira Caballos, dar a conocer la historia, explicarla con intención de que sea comprensible para una sociedad ávida de entender su pasado, discernir el presente y, en lo posible, predecir el futuro. Entiende Mira Caballos que la historia, por desgracia, está llegando “al gran público (a través) de la cinematografía así como de algunas novelas, historias, narrativas y best sellers,escritos por periodistas, tertulianos, políticos y oportunistas que estando con frecuencia poco o mal documentados, tiene un gran impacto social” (p. 10). Es necesario, en consecuencia, escribir buenos libros de historia para que los acontecimientos sean conocidos, comprendidos y valorados en su justa medida para que el estudio de la historia y su divulgación cumplan la función social que deben tener.

        La obra de Esteban Mira está estructurada en quince capítulos-reflexiones de temática variada con el hilo conductor de plantear cuestiones polémicas sobre las que cabe la posibilidad de debatir desde perspectivas distintas. Es cierto que, entre las cuestiones alas que nos referimos,tienen un mayor peso específico las de temática americanista y, de manera señalada, las que abordan el siglo XVI, dada la especialización del Dr. Mira. Sin embargo, lo más significativo no es tanto la temática como el punto de vista desde el que se aborda.

        Esta perspectiva, según Esteban Mira, debe basarse en el compromiso social de historiadores como Vilar o Fontana y tiene tres columnas vertebrales. En primer lugar, los historiadores deben plantearse nuevas preguntas para dar respuesta a las necesidades de la sociedad de nuestro tiempo (p. 17), lo que no significa en absoluto que tengan que hacer investigación desde determinadas posiciones ideológicas o políticas. En segundo lugar, es necesario ir olvidando la idea de que el historiador no debe enjuiciar sino solo narrar y, por supuesto, siempre de aspectos pasados no presentes, lo que implicar llegar a las mismas viejas conclusiones (p. 18). Y en tercer lugar, hay que dar protagonismo a esa masa anónima porque ha llegado la hora de construir la verdadera historia, donde el sujeto no sean las élites, ni tan siquiera la humanidad entera sino la clase subalterna (p. 19). Con esta filosofía Mira Caballos se enfrenta a los hechos históricos y trata de reflexionar sobre sus causas, su desarrollo y sus consecuencias para entender el futuro porque parece evidente que los esquemas de la sociedad actual, que se fundamentan en el capitalismo, se está desplomando de forma estrepitosa.

        No es de extrañar, en consecuencia, que cada una de las breves reflexiones de Esteban Mira aborde cuestiones que, en ningún caso, dejan indiferente al lector que ve como los hechos históricos se plantean desde prismas que permiten su extrapolación y relación con un rabioso presente con la intención de hacer ver al lector que los acontecimientos no suceden porque sí, que tienen objetivos concretos que se traducen, casi siempre, en la supremacía de determinadas clases sociales, culturales, instituciones, ideologías, élites intelectuales, poderes económicos, religiosos, económicos o militares y siempre al servicio de intereses que pueden ser discutibles y/o discutidos.

        Desfilan así, por las páginas de Imperialismo y poder, cuestiones variadas como el imperialismo y su justificación ética, la discriminación y la violencia en la España moderna, el problema de los moriscos españoles, el genocidio en la conquista de América, el final del capitalismo, el terrorismo como estrategia ejercido por los conquistadores de América, la situación de los expósitos durante el Antiguo Régimen y la limpieza de sangre y su repercusión en la España moderna.

         El libro de Esteban Mira tiene para el lector el atractivo de que se puede leer de manera intermitente, no es absolutamente necesario engancharse como con una novela. Sin embargo, sí es capaz de captar la atención porque está planteando, desde los hechos históricos más o menos recientes, cuestiones de debate a fondo lo que implica tomar conciencia y postura a nivel personal lo que supone una actitud ética ante la realidad actual. Se puede o no estar de acuerdo con los puntos de vista del Dr. Mira Caballos, pero lo que sí es evidente es que el libro no deja indiferente a nadie y exige una lectura reflexiva que, además, va más allá de un simple planteamiento intelectual.

        Felicitamos a Esteban Mira Caballos por su libro. Un libro que está pensado para analizar hechos históricos con un sentido profundamente divulgativo, cualidad de la que tan necesitada está la historiografía actual que, quizá, está haciendo dejación de esta función que es tan importante o más que la propia investigación.

 

JOSÉ ÁNGEL CALERO CARRETERO

(Reseña publicada en La Capital de Tierra de Barros, octubre de 2013, p. 26)

LA IDEA DE LA HISTORIA EN ARTURO CAMPIÓN

LA IDEA DE LA HISTORIA EN ARTURO CAMPIÓN

Emilio Majuelo: La idea de la historia en Arturo Campión. Donostia: Eusko Ikaskuntza, 2011. 295 páginas.

 

Entre el tercer tercio del siglo XIX y principios de la centuria siguiente se desarrolló en Euskal Herria una intensa actividad intelectual, coincidiendo con la emergencia del nacionalismo vasco. En ese movimiento brillaron un nutrido grupo de intelectuales, de muy diversas ramas humanísticas, como Juan Carlos Guerra, Serapio Múgica, Telesforo de Aranzadi, Domingo de Aguirre, Julio Urquijo, Carmelo Echegaray o Julio Campión, entre otros. Todos ellos merecen el reconocimiento de su obra, y muy especialmente este último, pues, como afirma Emilio Majuelo, fue uno de los autores más influyentes de Euskal Herria en las primeras décadas del siglo pasado. Además de su fecundidad intelectual, desempeñó cargos políticos y administrativos pues fue, por un lado, senador por la provincia de Vizcaya del partido Comunión Nacionalista Vasca y, por el otro, presidente de la Sociedad de Estudios Vascos y miembro de varias academias, entre ellas, de la R.A.H. El estallido de la Guerra Civil y la posterior dictadura franquista relegaron su obra al olvido, del que no salió hasta el advenimiento de la democracia.

Su personalidad y su obra estuvieron marcadas por la guerra civil carlista -iniciada en 1872- y la eliminación de los privilegios forales, así como por la emergencia del nacionalismo político, liderado por Sabino Arana y Goiri. Fue un humanista a la antigua usanza, es decir, poseía unos vastos conocimientos que abarcaban una amplitud de disciplinas: filología, historia, literatura, música, antropología, genealogía, geografía, etc., aunque circunscritos fundamentalmente a su querida patria. Y mantuvo contactos con decenas de investigadores españoles, alemanes y, sobre todo, franceses. Asimismo, se sumergió en los ricos archivos navarros lo que le otorgó una sólida base sobre la que fundamentar sus hipótesis.

Su pensamiento fue tremendamente complejo y sólo se puede entender en la época y en el entorno en el que vivió. Miembro de una familia acomodada, que residió a caballo entre Pamplona y Donostia, fue anticarlista, aunque sintió y sufrió las consecuencias de la derrota de estos, sobre todo en lo referente a la supresión de fueros en 1876 y a la brutal centralización del gobierno canovista. Fue, asimismo, un católico practicante, hasta el punto que creía que el cristianismo constituía un componente esencial de la espiritualidad vasco-navarra. Asimismo, fue un republicano convencido, nacionalista, antiimperialista, antimilitarista y antimarxista, doctrina esta última a la que atacó en varios de sus escritos. Para él, el nacionalismo constituía la legítima lucha de los pueblos irredentos por su libertad, frente al imperialismo protagonizado por aquellos Estados que pretendían sojuzgar por la fuerza a otros más pequeños. Fue toda su vida un defensor de su patria pero jamás abrazó claramente el independentismo, ni siquiera en la época final de su vida, cuando estaba decepcionado del difícil encaje entre Euskal Herria y España. Pero es más, en toda su obra se trasluce un cierto pesimismo que fue en aumento con el paso de los años, cuando comprendió que las relaciones de igualdad, que su patria había mantenido con otras naciones de su entorno hasta su conquista en 1512, jamás se recuperarían. Añoró a los comuneros castellanos que lucharon por sus libertades, al igual que los vascones lo hicieron entre 1512 y 1521 frente a la conquista castellana. Una anexión, insistía Campión, que no fue fruto de una unión espontánea ni de un proceso legítimo sino de una anexión militar. A su juicio, Euskal Herria había sido maltratada durante siglos por la nacionalidad dominante, es decir, por la española. Pese a todo –insisto- mantuvo toda su vida un posicionamiento federal, soñando con una patria vasco-navarra que mantuviese relaciones de igualdad con la española.

En la etapa final de su vida, sobre todo durante la II República española, recibió numerosos homenajes y su obra fue reconocida, no sólo en Euskal Herria sino también en los círculos intelectuales españoles y europeos. En 1930, la Sociedad de Estudios Vascos le brindó un emotivo homenaje; sin embargo, en 1936 estalló la Guerra Civil y justo un año después, concretamente el 19 de agosto de 1937, fallecía en su casa de Donostia. Bien es cierto -como dice el autor del libro- que se evitó el sufrimiento de la dura postguerra franquista y el arrasamiento de las culturas periféricas que perpetró el régimen dictatorial que gobernó los destinos de España hasta 1975. Su legado fue silenciado durante décadas, pero su obra escrita perduró hasta su rescate en el último cuarto del siglo XX, sobre todo a raíz de la publicación de sus Obras Completas, entre 1983 y 1985. El escritor y político navarro nos dejó un importante legado, el de un enamorado de su patria que con un trabajo metódico y científico trató de ahondar en las raíces históricas del pueblo vasco-navarro. Un verdadero cronista de su tierra, como en el siglo XVII lo fue el padre Moret. Obras como El genio de Navarra o Celtas, Iberos y Euskaros, por citar sólo dos de las más significativas, forman parte esencial del acervo bibliográfico de Euskal Herria.

Encontramos en el libro algunos aspectos mejorables: para empezar, el propio título resulta engañoso pues, en teoría, sólo se debía analizar su idea de la Historia, cuando en realidad se traza una valoración completa de su ideario, de su obra y de su personalidad. Y para ello, el autor no escatimó esfuerzos, recabando información de muy diversos repositorios, en particular del Fondo Campión que se conserva en el Archivo General de Navarra. También apreciamos un excesivo abigarramiento de datos así como una deficiente estructura, lo cual dificulta considerablemente su lectura y su comprensión. Pese a ello, huelga decir que estamos ante un trabajo muy bien documentado y, por tanto, valioso, que muestra el pensamiento equilibrado, maduro, profundo, preñado de razones y de amor a su patria de Arturo Campión. Un humanista que siempre buscó el difícil encaje y la empatía de Euskal Herria con el resto de España. En este respeto mutuo que defendiera Campión, en esta federación de naciones ibéricas, puede estar la clave de la buena convivencia en la España del siglo XXI.

ESTEBAN MIRA CABALLOS

(Reseña publicada en Iberoamericana Nº 50. Berlín, 2013, Págs. 257-259)

EL PROBLEMA DE LA INCREDULIDAD EN EL SIGLO XVI

EL PROBLEMA DE LA INCREDULIDAD EN EL SIGLO XVI

FEBVRE, Lucien: El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La religión de Rabelais. Madrid, Akal, 1993, 362 págs.

 

         Estamos ante una obra maestra del historiador francés, uno de los fundadores de la Escuela de los Annales, publicada originariamente en 1947, pero no editada en castellano hasta casi medio siglo después. De acuerdo con su propia metodología, defendida en su célebre libro Combates por la Historia, el autor parte del planteamiento de un problema al que pretende dar respuesta. Su gran objetivo no fue otro que el estudio de la psicología colectiva, a través de la problemática de la incredulidad. Y se introduce en ella analizando un caso muy concreto, el del afamado humanista galo, François Rabelais. Este último nació en la última década del siglo XV, siendo inicialmente fraile –primero franciscano y luego benedictino-, y abandonando después la vida monástica para recorrer Francia y doctorarse en medicina. Nos dejó muchas obras importantes, como la vida de Pantagruel o el Gran Gargantua. Rabelais es un librepensador que, a partir de 1532, se planteó aspectos éticos y espirituales que durante siglos nadie se había cuestionado. Un pensamiento muy avanzado para su época que lucha abiertamente contra la superstición de esos pobres idiotas que le rodean, que sigue con apasionada curiosidad los dramas de la Reforma, pero cuya piedad está más cerca de la religión erasmiana, liberalmente interpretada, que de la reformista; sus ideas están más vinculadas a Erasmo de Rotterdam que a protestantes como Juan Calvino o Martín Lutero. Y ello a pesar de que algunos historiadores pasados y presentes le dieron el apelativo de reformado. Él reniega de las supersticiones y de los supersticiosos, especialmente de aquellos que creían en la influencia de los astros en el destino de los hombres. A su juicio, el mundo dependía única y exclusivamente de la voluntad de Dios, de un Dios bondadoso, cuyo único tributo del feligrés debía ser la lectura, la meditación y la praxis del evangelio.

La cuestión clave era saber hasta qué punto Rabelais fue un producto de su tiempo o un adelantado a él. En opinión de Febvre, responder a esta cuestión resultaba clave para entender realmente la mentalidad del quinientos. Obviamente fue lo segundo, es decir, un personaje excepcional, al igual que otros de su tiempo como Leonardo da Vinci o Miguel Servet. Por ello, su mentalidad no se puede ni mucho menos generalizar; fue un verdadero precursor de la libertad, varios siglos antes de que la proclamasen a los cuatro vientos los revolucionarios franceses. No olvidemos que en su época la fe lo iluminaba todo, y cualquier intento de interpretación razonada era cuanto menos tildada de impía o de blasfema. El cristianismo era, como dice el autor, el aire mismo que se respiraba en Europa. Entonces ser cristiano no era una opción sino una obligación. Todas las personas desde su nacimiento hasta su muerte, e incluso después de ésta, estaban condicionas por el credo institucionalizado por San Pedro. Con esa obsesión se inició el descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo, desde finales del siglo XV. Por eso hay que dice que la conquista de América fue la última cruzada de Occidente.

Me ha llamado la atención un dato marginal, pero muy interesante. A mí me había llamado siempre la atención que grandes personajes del quinientos, como Hernán Cortés, no supiesen su edad con exactitud. De hecho este último manifestó su edad en cinco ocasiones, ofreciendo cinco cifras diferentes. Pero como explica Febvre, lo celestial y lo terrenal estaban tan íntimamente ligados que las personas no sentían la necesidad de conocer su edad con precisión, pues el tiempo tenía una importancia muy relativa. No se celebraba el aniversario sino la onomástica, vinculada siempre al santoral católico. De ahí que muchas personas tan solo tuviesen una idea aproximada de su fecha de nacimiento.

 A medida que avanzamos en la lectura de sus páginas, salen al paso personajes diversos que Lucien Febvre tiene el acierto de revivir. Sus páginas están repletas de descripciones y retratos, y a través de todas esas imágenes sorprendentes aparece el perfil de una época, con su clima moral y su atmósfera. Consigue alcanzar así la realidad de un momento histórico, con toda su riqueza de matices y contradicciones, lo que le permite evitar, en sus propias palabras, el mayor pecado de los pecados, el más imperdonable de todos: el anacronismo. Este libro es una gran lección de método, pero también de prudencia y de modestia, pues el propio autor recuerda que ningún historiador está en posesión de la verdad absoluta. A su juicio jamás tenemos convicciones absolutas cuando se trata de hechos históricos… El historiador no es el que sabe. Es el que investiga.

Estamos ante un clásico de la historiografía, es decir, una obra que no pierde su valor con el paso de los años. Prueba de ello, es que sesenta y seis años después de su primera edición, sigue siendo igual de útil, igual de novedosa e igual de actual que cuando vio la luz justo dos años después del final de la II Guerra Mundial.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

LA POBREZA DE CLÍO

LA POBREZA DE CLÍO

BOLDIZZONI, Francesco: La pobreza de Clío. Crisis y renovación en el estudio de la historia. Barcelona, Crítica, 2013, 350 págs.

 

        En apariencia el libro se debería referir a la crisis de la ciencia histórica y las propuestas para superarla. Así se especifica incluso en la sinopsis de la contraportada, mientras que en el prefacio su autor confiesa que su objetivo ha sido el de un historiador preocupado por evangelizar a los economistas. Sin embargo, más bien parece que su objetivo real ha sido el inverso, es decir, el de un economista preocupado por evangelizar a los historiadores. Básicamente, el libro vuelve a incidir en el viejo enfrentamiento en el seno de la historia económica entre los partidarios de llevar la cuantificación hasta sus últimas consecuencias y los que no. Entre los primeros están la corriente cuantitativa que, a mediados del siglo pasado, lideró S. Kuznets, y la New Economic History –también llamada actualmente cliometría- que poco después encabezaron economistas como Conrad y Meyer, Fislow y R. W. Fogel. La escuela cliométrica, aunque cuenta con pocos adeptos, tiene una gran influencia en la historiografía anglosajona y amenaza también con ganar terreno en la europea.

        El autor atribuye la crisis actual de la historia a los historiadores historicistas que formularon una historia narrativa acorde con la ideología neoliberal y que, por tanto, no daban respuestas a los problemas de hoy. Y no le falta razón, sólo que hay más responsables, entre otros los economistas historiadores de la escuela cuantitativa que redujeron la historia a flujos económicos, haciendo extrapolaciones poco fiables. Tampoco contribuyeron al buen nombre de la historia los miembros de la escuela cliométrica cuando plantearon una historia contrafactual, utilizando hipótesis alternativas que no llevaban a ningún sitio. No tiene ningún sentido plantearse hipótesis contrafactuales: ¿cómo hubiese sido el curso de la historia Antigua si Aníbal hubiese conquistado Roma? ¿qué hubiese pasado si Hitler hubiese ganado la II Guerra Mundial?, etc. Evidentemente la historia hubiese sido otra, pero no podemos saber cómo, sencillamente porque no disponemos de herramientas para ello. Por tanto, la historia que plantea la cliometría es, de acuerdo con E. P. Thompson, totalmente inútil e improductiva. Además, en el fondo, cometen el error de tratar de compatibilizar el pasado con la economía neoliberal. Lo cierto es que la situación crítica en la que se encuentra la historia actualmente no se debe sólo a la insolvencia del método historicista sino también al fracaso de las escuelas cuantitativas y cliométrica. .

Dado que hay historiadores insatisfechos y economistas discrepantes, está claro que urge una solución alternativa que dé nuevas herramientas de análisis del pasado. Para evitar contaminaciones ideológicas el autor afirma que se ha esforzado en buscar una cierta neutralidad. Pero como suele ocurrir, el resultado final es un trabajo raro, mal definido ideológicamente, donde con mucha tibieza se critican los excesos del neoliberalismo y de las escuelas económicas cuantitativas. No obstante, y pese a su precaución por no implicarse ideológicamente, el autor está más próximo a una lectura neoliberal que supuestamente critica que a una interpretación progresista de la historia. La solución que plantea no es otra que el uso de los últimos avances en la historia económica. Enfoques muldimensionales del desarrollo de la economía que contribuyan a renovarla. Sin embargo, este planteamiento solo puede ser una solución para la historia económica no para la ciencia histórica en su globalidad. Y es que la historia es mucho más que eso, pues está condicionada y protagonizada por individuos y sociedades en las que la cultura, la ideología y las mentalidades condicionan la actividad humana. A mi juicio, hay corrientes historiográficas que han supuesto un aporte impagable a la historiografía, como la Escuela Anales que en su día supuso una verdadera revolución, o la escuela marxista, entre otras. El aporte a la historia económica de Karl Marx y sus discípulos ha sido notabilísimo, pese al silenciamiento que se hace de él en esta obra, pues su autor considera que eso pertenece ya al pasado. Asimismo, el profesor Boldizzoni insiste en que es necesario superar el relativismo que supone que estemos continuamente reescribiendo la historia para adecuarnos a los problemas del presente. Y en apoyo de ello, dice algo tan reaccionario como que el buen conocimiento de la historiografía tiene la acción beneficiosa de disminuir en gran medida las pretensiones de innovación de los profesionales actuales. Como si la innovación no fuese en realidad una necesidad perentoria. Yo creo precisamente lo contrario, es decir, que el buen conocimiento de la historiografía nos puede ayudar a innovar el método y el conocimiento del pasado desde nuestro presente. De hecho, la historia solo tiene valor si trata de proporcionarnos respuestas a los problemas de nuestro tiempo, es decir, si es historia del pasado-presente. No podemos olvidar que la historia, como quería Antonio Gramsci, es una disciplina que se refiere a todos los hombres del mundo en cuanto se unen entre sí en sociedades y trabajan, luchan y se mejoran a sí mismos. Los individuos responden a un entorno social, pero son en menor o mayor grado responsables de sus actos, no son una mera unión de moléculas egoístas que determinan sus acciones. Por eso, es impensable que la historia económica por sí sola pueda constituir una metodología global para la complejidad de la ciencia histórica.

  El análisis del profesor Boldizzoni puede ser brillante, no lo dudo, pero simple y llanamente no se ajusta al contenido del título, lo que no deja de ser una decepción para el lector que espera otra cosa entre sus páginas. Acierta de pleno en sus críticas a la corriente cliométrica, al tiempo que introduce sugerencias metodológicas atractivas sobre la historia económica. De hecho, su libro acaba con una especie de manifiesto en el que establece cinco recomendaciones para la renovación de la historia económica: fidelidad a las fuentes primarias, contextualización histórica, relación con otras disciplinas, uso adecuado de las técnicas cuantitativas y la puesta en práctica de una metodología inductiva. Sin embargo, apenas dedica unas páginas a las innovaciones metodológicas que en el último medio siglo han aportado la historia social, la antropología y la sociología. Acaso, la unión de esfuerzos de todas estas disciplinas así como los crecientes aportes de la historiografía de los países emergentes mejoren la creatividad y la credibilidad de nuestra querida ciencia histórica.

ESTEBAN MIRA CABALLOS