LA IDEA DE LA HISTORIA EN ARTURO CAMPIÓN
Emilio Majuelo: La idea de la historia en Arturo Campión. Donostia: Eusko Ikaskuntza, 2011. 295 páginas.
Entre el tercer tercio del siglo XIX y principios de la centuria siguiente se desarrolló en Euskal Herria una intensa actividad intelectual, coincidiendo con la emergencia del nacionalismo vasco. En ese movimiento brillaron un nutrido grupo de intelectuales, de muy diversas ramas humanísticas, como Juan Carlos Guerra, Serapio Múgica, Telesforo de Aranzadi, Domingo de Aguirre, Julio Urquijo, Carmelo Echegaray o Julio Campión, entre otros. Todos ellos merecen el reconocimiento de su obra, y muy especialmente este último, pues, como afirma Emilio Majuelo, fue uno de los autores más influyentes de Euskal Herria en las primeras décadas del siglo pasado. Además de su fecundidad intelectual, desempeñó cargos políticos y administrativos pues fue, por un lado, senador por la provincia de Vizcaya del partido Comunión Nacionalista Vasca y, por el otro, presidente de la Sociedad de Estudios Vascos y miembro de varias academias, entre ellas, de la R.A.H. El estallido de la Guerra Civil y la posterior dictadura franquista relegaron su obra al olvido, del que no salió hasta el advenimiento de la democracia.
Su personalidad y su obra estuvieron marcadas por la guerra civil carlista -iniciada en 1872- y la eliminación de los privilegios forales, así como por la emergencia del nacionalismo político, liderado por Sabino Arana y Goiri. Fue un humanista a la antigua usanza, es decir, poseía unos vastos conocimientos que abarcaban una amplitud de disciplinas: filología, historia, literatura, música, antropología, genealogía, geografía, etc., aunque circunscritos fundamentalmente a su querida patria. Y mantuvo contactos con decenas de investigadores españoles, alemanes y, sobre todo, franceses. Asimismo, se sumergió en los ricos archivos navarros lo que le otorgó una sólida base sobre la que fundamentar sus hipótesis.
Su pensamiento fue tremendamente complejo y sólo se puede entender en la época y en el entorno en el que vivió. Miembro de una familia acomodada, que residió a caballo entre Pamplona y Donostia, fue anticarlista, aunque sintió y sufrió las consecuencias de la derrota de estos, sobre todo en lo referente a la supresión de fueros en 1876 y a la brutal centralización del gobierno canovista. Fue, asimismo, un católico practicante, hasta el punto que creía que el cristianismo constituía un componente esencial de la espiritualidad vasco-navarra. Asimismo, fue un republicano convencido, nacionalista, antiimperialista, antimilitarista y antimarxista, doctrina esta última a la que atacó en varios de sus escritos. Para él, el nacionalismo constituía la legítima lucha de los pueblos irredentos por su libertad, frente al imperialismo protagonizado por aquellos Estados que pretendían sojuzgar por la fuerza a otros más pequeños. Fue toda su vida un defensor de su patria pero jamás abrazó claramente el independentismo, ni siquiera en la época final de su vida, cuando estaba decepcionado del difícil encaje entre Euskal Herria y España. Pero es más, en toda su obra se trasluce un cierto pesimismo que fue en aumento con el paso de los años, cuando comprendió que las relaciones de igualdad, que su patria había mantenido con otras naciones de su entorno hasta su conquista en 1512, jamás se recuperarían. Añoró a los comuneros castellanos que lucharon por sus libertades, al igual que los vascones lo hicieron entre 1512 y 1521 frente a la conquista castellana. Una anexión, insistía Campión, que no fue fruto de una unión espontánea ni de un proceso legítimo sino de una anexión militar. A su juicio, Euskal Herria había sido maltratada durante siglos por la nacionalidad dominante, es decir, por la española. Pese a todo –insisto- mantuvo toda su vida un posicionamiento federal, soñando con una patria vasco-navarra que mantuviese relaciones de igualdad con la española.
En la etapa final de su vida, sobre todo durante la II República española, recibió numerosos homenajes y su obra fue reconocida, no sólo en Euskal Herria sino también en los círculos intelectuales españoles y europeos. En 1930, la Sociedad de Estudios Vascos le brindó un emotivo homenaje; sin embargo, en 1936 estalló la Guerra Civil y justo un año después, concretamente el 19 de agosto de 1937, fallecía en su casa de Donostia. Bien es cierto -como dice el autor del libro- que se evitó el sufrimiento de la dura postguerra franquista y el arrasamiento de las culturas periféricas que perpetró el régimen dictatorial que gobernó los destinos de España hasta 1975. Su legado fue silenciado durante décadas, pero su obra escrita perduró hasta su rescate en el último cuarto del siglo XX, sobre todo a raíz de la publicación de sus Obras Completas, entre 1983 y 1985. El escritor y político navarro nos dejó un importante legado, el de un enamorado de su patria que con un trabajo metódico y científico trató de ahondar en las raíces históricas del pueblo vasco-navarro. Un verdadero cronista de su tierra, como en el siglo XVII lo fue el padre Moret. Obras como El genio de Navarra o Celtas, Iberos y Euskaros, por citar sólo dos de las más significativas, forman parte esencial del acervo bibliográfico de Euskal Herria.
Encontramos en el libro algunos aspectos mejorables: para empezar, el propio título resulta engañoso pues, en teoría, sólo se debía analizar su idea de la Historia, cuando en realidad se traza una valoración completa de su ideario, de su obra y de su personalidad. Y para ello, el autor no escatimó esfuerzos, recabando información de muy diversos repositorios, en particular del Fondo Campión que se conserva en el Archivo General de Navarra. También apreciamos un excesivo abigarramiento de datos así como una deficiente estructura, lo cual dificulta considerablemente su lectura y su comprensión. Pese a ello, huelga decir que estamos ante un trabajo muy bien documentado y, por tanto, valioso, que muestra el pensamiento equilibrado, maduro, profundo, preñado de razones y de amor a su patria de Arturo Campión. Un humanista que siempre buscó el difícil encaje y la empatía de Euskal Herria con el resto de España. En este respeto mutuo que defendiera Campión, en esta federación de naciones ibéricas, puede estar la clave de la buena convivencia en la España del siglo XXI.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
(Reseña publicada en Iberoamericana Nº 50. Berlín, 2013, Págs. 257-259)
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