LA ESCLAVITUD EN LA GRANADA DEL SIGLO XVI
MARTÍN CASARES, Aurelia: La esclavitud en la Granada del siglo XVI. Granada, Universidad de Granada, 2000, I.S.B.N.: 84-338-2613-1. 558 págs.
Los estudiosos de la esclavitud en la España Moderna pueden felicitarse por la aparición de este magnífico trabajo, cuya base es la Tesis Doctoral de la autora, defendida en la Universidad de Granada el 1 de abril de 1998.
El libro consta de más de 550 páginas de letra prieta en las que encontramos un prólogo del prof. Bartolomé Bennassar, una pequeña introducción, 10 capítulos, un breve apéndice documental y una extensa bibliografía. Además el ejemplar se encuentra perfectamente ilustrado con nada menos que 43 gráficos, 18 cuadros y 6 mapas.
Esta obra supone un verdadero hito en la historiografía sobre la esclavitud en España, al igual que lo fueron en su día los trabajos ya clásicos de Domínguez Ortiz, Cortés Alonso, Lobo Cabrera, Bernard Vicent y Franco Silva. Un estudio sobre la esclavitud en una ciudad media como era la Granada del XVI, realizado en base a unos 2.500 documentos y con una metodología envidiable. En muchos aspectos este trabajo confirma lo que ya conocíamos por otros trabajos mientras que en otros da respuesta a interrogantes que no estaban hasta la fecha suficientemente verificadas.
Quizás lo más novedoso sea la atención que se presta a la esclavitud femenina. Se destaca el mayor precio de éstas con respecto a los esclavos de sexo masculino, aspecto ya detectado por muchos autores pero confirmado en el caso de Granada. Así, por ejemplo, ya Franco Silva subrayó el precio ligeramente superior de éstas como "regla general". Incluso en el caso de los indios americanos, esclavizados en el siglo XVI, se detecta un mayor precio de las mujeres debido precisamente al concubinato. La autora, no obstante, recalca a lo largo de todo el libro estos aspectos, abundando ampliamente en las causas de este mayor precio. Asimismo confirma, con una base documental abrumadora, el fin primordialmente laboral -y no suntuario- del esclavo, al menos en el caso de Granada.
Tras una brevísima introducción, en el Capítulo I realiza una recapitulación historiográfica y establece las acotaciones terminológicas. Asimismo destaca su intención de desmarcarse en algunos aspectos de la historiografía tradicional. Anticipa algunas cuestiones que desarrollará ampliamente en los capítulos posteriores, tales como las violaciones sistemáticas de las esclavas, la escasa presencia de las llamadas cartas de ahorría o el ya mencionado fin laboral de la servidumbre. Un apartado dedica a las fuentes, destacando la utilización de nada menos que 2.449 documentos del Archivo de Protocolos de Granada, casi todos ellos reflejo de distintas transacciones comerciales. Estas informaciones son completadas con otras extraídas de diversos archivos eclesiásticos -parroquiales y episcopales-, judiciales
-chancillería de Granada-, Municipales y Generales -Simancas e Histórico Nacional-. No cabe duda que es precisamente esta amplia y variada documentación lo que le da una inmensa solidez a sus planteamientos.
En el siguiente capítulo hace un breve repaso epistemológico sobre la esclavitud en la mentalidad de la época. Arranca de la visión de Aristóteles y termina con los teóricos modernos que, como es bien sabido, jamás condenaron abiertamente la institución.
En el capítulo III desarrolla la evolución de la población esclava en la Granada del Quinientos. Una población servil que osciló entre el 2 por ciento que suponía en 1561 y el 14 por ciento que representaba en 1571 con respecto al total de la población granadina. La mayor parte de ellos nacidos fuera de Granada y, como ya hemos comentado, con ligera mayoría femenina. Como era de esperar, hay mayoría de negros subsaharianos; sin embargo, la autora incide en la diversidad étnica de éstos. Es cierto que tradicionalmente se ha tendido a identificar al esclavo con el negro. Sin embargo, ni todos los esclavos eran negros ni todos los negros eran subsaharianos. En estas páginas se pone de manifiesto la presencia de esclavos hindúes, moriscos, berberiscos, turcos y hasta indios -tanto americanos como originarios de las indias orientales-.
En el capítulo V indaga en todo lo relacionado con el mercado de esclavos, los traficantes y la evolución de los precios a lo largo de la centuria. Un negocio muy lucrativo no sólo para compradores y vendedores sino también para la Corona que se beneficiaba a través de impuestos como la alcabala, el almojarifazgo y el quinto real, este último en el caso de esclavitud por guerra. Destaca asimismo el alto valor de las esclavas que en determinados momentos llegaba incluso a duplicar el precio medio de los varones.
El siguiente capítulo lo dedica enteramente a las esclavas que según la autora suponían más del 60 por ciento de la población esclava granadina. Partiendo de su mayor precio intenta establecer las posibles causas. Empieza demostrando que no es factible la explicación tradicional que aludía a su valor como reproductoras biológicas, porque resultaba más barato comprar al esclavo adulto que alimentarlo y criarlo durante su larga e improductiva infancia. Su valor se debía más bien a su alta productividad laboral, especialmente doméstica, y sobre todo a la dura explotación sexual a la que eran sometidas por parte de sus dueños.
En el capítulo VIII se estudian los distintos grupos sociales que participaron en las actividades de compra-venta de esclavos así como al trabajo de éstos. La mayoría de los vendedores eran andaluces, sobre todo de la parte oriental. No obstante también participaban comerciantes procedentes de otros puntos de la geografía española así como algunos extranjeros, fundamentalmente italianos. Entre los compradores los había de todas las categorías socio-profesionales. Desde agricultores, hasta artesanos, comerciantes, nobles, y, por supuesto, miembros del estamento eclesiástico. Confirma la autora que los estamentos privilegiados no eran los únicos poseedores de esclavos, destacando entre éstos los dedicados al sector servicios, especialmente los mercaderes y los oficiales públicos. El hecho de que encontremos esclavos dedicados a numerosas actividades económicas demuestra la racionalidad económica de la inversión. Los esclavos eran rentables desde el punto de vista económico por eso subsistió la institución hasta bien entrado el siglo XIX.
Seguidamente se analiza la desdicha de estos seres en las distintas etapas de su existencia. Una infancia difícil a la que no muchos sobrevivían, una iniciación laboral a partir de los 8 o 9 años, y unas raras posibilidades de desposarse debido a la fuerte oposición de los propietarios que veían en este sacramento el paso previo a la manumisión. Pero, aun en el caso de aquellas parejas que conseguían consumar el sacramento, el amo podía distanciarlos, e incluso, venderlos por separado si las circunstancias económicas así lo aconsejaban. Por último, el cuidado del esclavo durante las enfermedades debía ser atendido y costeadas por el propio dueño.
En el capítulo IX se indaga en la condición social de los esclavos que es clasificada acertadamente como "nula". Como es de sobra conocido, el esclavo poseía el status de cosa y como tal podía ser vendido, trocado, alquilado, heredado e incluso donado. Aurelia Martín señala algunos casos excepcionales de promoción social como el del negro Juan Latino que llegó a ser catedrático, o el de la bordadora Catalina de Soto.
Algunos de estos negros exhibían marcas de hierros en la cara o en el brazo. Al parecer sólo una minoría -los que tendían a huir- eran herrados, lo que parece indicarnos que se utilizaba de forma ejemplarizante como castigo. Contrariamente en amplias regiones de América, el herraje de indios y negros esclavos fue algo generalizado, primero, porque los identificaba en caso de huída, y segundo, porque la marca con el hierro real fue durante mucho tiempo una garantía de legalidad.
Finalmente, el último capítulo trata de la libertad de los esclavos a través de las cartas de ahorría. Realmente estas licencias fueron excepcionales y en muchas ocasiones encubrían un interés de los propietarios por no mantener a sus esclavos al final de sus vidas cuando ya no eran tan productivos. Ya lo dijo Miguel de Cervantes, que los ahorraban cuando se hacían viejos y "echándoles de casa con título de libres, los hacen esclavos del hambre".
Realmente en las cuestiones de fondo pocas son las críticas que se pueden hacer a esta obra. Quizás sí se percibe un tono excesivamente crítico con la historiografía precedente. Por ejemplo en las páginas 44-45 habla de la orientación "perversa y androcéntrica" de los estudios sobre la esclavitud en España. No menos crítica se muestra con muchos autores que tradicionalmente han empleado términos como "hembra" para designar a los esclavos de sexo femenino.
Por otro lado detectamos un cierto desastre en las citas y en la bibliografía. Numerosos son los libros que, al azar, siendo citados a pie de página no aparecen en la bibliografía final. Asimismo, en las notas a pie de página se cita siempre por este orden: editorial, ciudad y año, mientras que en la bibliografía se optó por alterarlo y poner ciudad, editorial y año. En la pág. 275 se cita la edición de 1985 de Caro Baroja, mientras que la bibliografía aparece otra edición posterior. Incluso, encontramos citado en un par de ocasiones al historiador francés Pierre Vilar como Villar, sin que además aparezca incluido en la bibliografía. Por último, el interesante apéndice documental aparece sin numerar, e incluso, sin desglosar en el índice general, dificultando su manejo. En cualquier caso se trata de pequeñas observaciones que en absoluto empañan el valor de una obra que es, desde el mismo momento de su aparición, de lectura obligada para todos los interesados en la historia social y económica de España.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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