LA NOBLEZA EN LA ESPAÑA MODERNA. CAMBIO Y CONTINUIDAD
SORIA MESA, Enrique: “La nobleza en la España moderna. Cambio y continuidad”. Madrid, Marcial Pons, 2007, 371 págs. I.S.B.N.: 978-84-96467-40-8
Este libro constituye un estado de la cuestión sobre el estamento privilegiado en la Edad Moderna. Su tesis fundamental es que el Primer Estado estuvo lejos de ser un estamento estático. Los linajes se veían continuamente renovados por casamiento o a través de la venalidad de títulos, hidalguías y hábitos de caballería, que adquirían lo mismo políticos que banqueros, comerciantes, mercaderes y hasta conversos del Tercer Estado. Se trata de una idea que no es nueva, pues ya Antonio Domínguez Ortiz, en su clásica obra “Las clases privilegiadas en el Antiguo Régimen” (1973) aludió a esta venalidad a lo largo de toda la Edad Moderna. En cambio, sí hay que reconocer al autor el mérito de haber abundado mucho más en esta permeabilidad, aislando y estudiando numerosos casos. Menos frecuentes fueron las ventas de hidalguías, probablemente porque con poco más dinero se podía falsear la genealogía y comprar testigos para conseguir unos orígenes “inmemoriales” con los que lustrar verdaderamente a su estirpe. Todo ello favorecido por la ausencia de reglas que regulasen el uso de los apellidos, que se colocaban o cambiaban al antojo de cada cual. Lo cierto es que ya advirtió Francisco de Quevedo que “poderoso caballero era don dinero”. Y efectivamente, con numerario resultaba extremadamente fácil acceder al estamento nobiliario. Bien es cierto que el ochenta por ciento de los privilegiados pertenecían a la baja nobleza, mientras que la alta nobleza constituía un porcentaje muy reducido.
A lo largo de la Edad Moderna, los problemas de liquidez de la Corona hicieron que recurriese a la venta de todo lo vendible: desde oficios públicos, a señoríos, títulos de ciudad, títulos nobiliarios o simples hidalguías. Efectivamente, se vendieron al mejor postor condados, marquesados y Grandezas de España. Si había dinero para pagarlos y para comprar testigos no había demasiados problemas en con seguir el ansiado ennoblecimiento. Como afirma el autor, esta absorción de advenedizos reforzaba la sociedad estamental, pues estos reciente egresados en el privilegio no lo hacían para cuestionarlo sino al revés para perpetuarlo. Por eso, el Dr. Soria Mesa habla de cambio inmóvil, pues este trasiego de sangre nueva implicaba cambios pero a la vez contribuía a la perpetuación del sistema y en definitiva al inmovilismo. Esta renovación, posibilitó de manera sistemática la renovación biológica del estamento, reforzando las bases sobre las que descansaba el sistema absolutista-estamental de la época. El culmen de la venalidad se alcanzó durante el reinado de Carlos II en el que se vendieron nada menos que 411 títulos nobiliarios, 54 más de los que expidió su sucesor en el trono, el rey Felipe V.
Conocíamos casos muy sonados, que por cierto no cita el autor, como el del mercader Antonio Corzo, que compró el señorío de Cantillana, o el del indiano riojano Juan José de Ovejas, primer marqués de Casa Torre, que en una sola generación pasó de ser un simple perulero a un miembro destacado de la aristocracia. Lo primero que hizo, fue desde luego construirse un imponente palacio en su tierra natal, porque no bastaba con ser noble, también había que parecerlo. Muchos mercaderes y comerciantes extranjeros, establecidos en la cabecera de las Indias, la mayoría genoveses, también obtuvieron su título nobiliario, como Bartolomé Spínola, Conde de Pezuela de las Torres, Domingo Grillo, Marqués de Clarafuente y Grande de España, o Juan esteban Imbrea y Franquis, Conde de Yelbes, por citar solo tres. Incluso, un nutrido grupo de moriscos granadinos y de judeoconversos consiguieron hidalguías y hasta títulos nobiliarios y/o hábitos de caballería, lo que no deja de ser sorprendente como señala el propio autor. Así, el alcaide de Baza, Cidi Yahya al-Nayyar, tras entregar la ciudad a los Reyes Católicos, se convirtió al cristianismo, bautizándose como don Pedro de Granada, obteniendo una regiduría en la ciudad de su apellido. Hizo una gran fortuna y sus sucesores entroncaron con lo más granado de la nobleza castellana.
Tampoco faltaron entre el estamento privilegiado algunos amerindios, descendientes de los reyes mexicas e incas, la mayoría mestizos, que disfrutaron de una gran fortuna, como doña Francisca Pizarro Yupanqui, el Inca Garcilaso o Pedro Tesifón de Moctezuma, cuyos descendientes obtuvieron una Grandeza de España.
El mayorazgo fue un instrumento que permitió a las familias concentrar en una sola persona gran parte de su patrimonio, facilitando su perpetuación. Normalmente se vinculaban al varón legítimo de más edad, aunque en muchos casos la ilegitimidad no fue un impedimento, si el progenitor lo reconocía como hijo. Al resto de los hijos siempre les quedaba la posibilidad de hacer carrera militar o eclesiástica, mientras que las hijas eran desposadas con otros personajes de la nobleza o, si los recursos escaseaban, recluidas en un convento, que era una salida muy digna y resultaba mucho más económica. En uno y otro caso, las decisiones las tomaban los progenitores, en función a los intereses familiares. Como bien afirma el profesor Soria, el matrimonio por amor fue un invento burgués del siglo XIX, probablemente perpetuado desde el romanticismo. Eso sí, había excepciones, las del típico marqués que se enamoraba y desposaba con una persona del cuerpo de servicio y, por supuesto, era mucho más frecuente entre las capas más bajas de la sociedad, donde no había dinero de por medio, y por tanto primaban estos enlaces por amor.
En mi humilde opinión el libro tiene dos puntos débiles: uno, que menciona mucha casuística nobiliaria andaluza, y especialmente granadina, que es la que el autor ha investigado personalmente, pero omite o trata muy ligeramente a la nobleza riojana, extremeña o navarra por citar solo algunos casos. Y dos, que pese a que maneja una amplia gama de fuentes, se acusan algunas ausencias bibliográficas como, por ejemplo, los numerosos trabajos del profesor Francisco Andújar que le hubiese permitido documentar más ampliamente la venalidad de la Corona de Castilla. También se echan en falta los enjundiosos estudios de Ángela Atienza, que le hubiesen proporcionado más información sobre la relación de la nobleza con el estamento eclesiástico, al que controló, mediante mecanismos como la compra de patronatos conventuales. La cuestión de la nobleza indígena y mestiza en la España moderna lo liquida en ¡dos páginas!, pese a la importancia cuantitativa y cualitativa que tuvo. Y ello, porque desconoce trabajos de mi autoría así como los de José Luis de Rojas o Miguel Luque Talaván, entre otros.
Pese a estas observaciones, podemos concluir que se trata de un libro sólido, documentado y bien estructurado, cuya lectura es recomendable y útil no solo para los modernistas sino para todos los interesados en la historia social de España.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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