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ESPAÑA ANTE SUS CRÍTICOS. LAS CLAVES DE LA LEYENDA NEGRA

ESPAÑA ANTE SUS CRÍTICOS. LAS CLAVES DE LA LEYENDA NEGRA

RODRÍGUEZ PÉREZ, Yolanda, SÁNCHEZ JIMÉNEZ, Antonio y BOER, Harm den (Eds.): España ante sus críticos: las claves de la Leyenda Negra. Madrid, Iberoamericana, 2015, ISBN: 978-84-8489-906-8, 275 págs.

 

         La historiografía sobre la Leyenda Negra cuenta ya con una amplísima producción bibliográfica, desde los pioneros estudios de Julián Juderías, pasando por los de Rómulo Carbia, Philip W. Powell, Esteban Calle Iturrino, Miguel Molina, Ricardo García Cárcel, Miguel Ángel García Olmo, Jesús Villanueva, entre otros muchos. Ésta fue todo un alegato contra la primera potencia imperial del momento, para lo cual se exageraron todos los aspectos negativos, acusándola de mantener una política expansiva. Los españoles eran objeto de los peores calificativos: crueles, bárbaros, iletrados, moros, judíos, marranos, lascivos, vanidosos, falsos, entre otras lindezas. Pilares de esa leyenda fueron la Inquisición, los vicios personales de Felipe II, la crueldad innata de los hispanos y sus deseos de dominar el orbe. Obviamente, los argumentos no son más que clichés falsos, pensados como oposición al dominio de la primera potencia mundial de la época.

        Este libro supone una puesta al día, un estado de la cuestión, al tiempo que se aportan nuevas reflexiones, nuevos perfiles de esa leyenda, aún poco explorados. Se trata de un total de once aportes, diez redactados en castellano y uno en inglés, firmados por profesores de distintas universidades europeas y americanas.

        El primero de los trabajos, firmado por Antonio Sánchez Jiménez, es un estado de la cuestión en el que se analiza la ingente bibliografía, destacando el alto grado de politización de los mismos. Muy interesante es el aporte del profesor Jesús María Usunáriz que se ocupa de la respuesta que la intelectualidad y el poder monárquico dio a estos ataques para tratar de contrarrestarlos. A veces tenemos la impresión de que España no respondió a la hispanofobia. Sin embargo, no solo se leyó la literatura antiespañola sino que fueron pertinentemente replicados, e, ocasiones de forma airada. Guillermo de Orange atacó a Felipe II y a los españoles, pero los autores españoles lo tildaron a él de traidor, hereje, ambicioso, alevoso, tirano, usurpador, forajido, cruel, etc. Ejemplos como el del fraile Pedro Cornejo, autor de Antiapología, solo un año después de la publicación de la Apología de Guillermo de Orange, es muy clarificador al respecto. Es cierto que no hubo una respuesta orquestada u organizada, es decir, que no hubo nada parecido a un Ministerio de la Propaganda, como tuvieron los nazis, pero no lo es menos que entre los propios auspiciadores de la Leyenda Negra, según demostró en su día Ricardo García Cárcel, tampoco la hubo.

        Por su parte, Santiago López Moreda aclara que los orígenes de la Leyenda Negra son muy anteriores a la época del padre fray Bartolomé de Las Casas o a la fecha de la publicación de la Apología de Guillermo de Orange. En realidad, comenzó a forjarse en Italia, como respuesta a la animadversión que estos sentían por la presencia de aragoneses en su tierra. Llaman la atención los calificativos que el papa Bonifacio VIII dedica especialmente a los catalanes de los que dice que ninguno era de fiar y que no eran personas de bien. Después la Leyenda se extendió a los territorios de expansión de la monarquía: América, Flandes y Portugal.

Concretamente, en Portugal, el prior de Crato, aspirante al trono luso, auspició dicha leyenda, colocando a Felipe II como un vulgar usurpador, exactamente igual que Guillermo de Orange hacía en el caso flamenco. Desde su exilio en Francia, Crato mantuvo sus aspiraciones al trono de Portugal, lanzando periódicamente soflamas contra la tiranía y crueldad del peor de los monarcas, Felipe II. Pero la leyenda no se limitó a los territorios americano, flamenco y portugués. El Dr. Juan Luis González analiza el caso del desdichado príncipe don Carlos, hijo de Felipe II y de Isabel de Portugal. Había quedado huérfano de madre a los pocos días de nacer y fue un niño enfermizo. En enero de 1568, cuando tenía veintitrés años, y tras verificarse que sus dolencias físicas y mentales no tenían solución, fue encerrado por orden de su padre, en una de las torres del alcázar de Madrid. Y ello, porque el monarca interpretó que había que retirarlo de la vida pública y de cualquier posibilidad de gobierno. Murió entre esas cuatro paredes varios meses después. Los sucesos fueron llevados a cabo por el monarca con el máximo secretismo, lo que no impidió que se convirtiera en una de las novelizaciones de la Leyenda Negra. Cómo no, Guillermo de Orange, se encargó de afirmar que el padre había asesinado al hijo.

        El caso del escritor calabrés Tomasso Campanella es singular porque pasó de ser en su juventud un apologista de la Monarquía a un detractor en los últimos años de su vida. Actuó así por intereses personales, al principio defendió que España había recibido la tarea divina de defender el catolicismo en el mundo, y ello con la intención de que se le indultase por su intento de sedición. Sin embargo, cuando ya no le interesó congraciarse, desveló su verdadero pensamiento, atribuyendo a los españoles casi todos los estereotipos de la Leyenda Negra: avariciosos, crueles, libidinosos, perezosos, etc.

        Eric Griffin analiza un conjunto de panfletos antihispánicos que se publicaron en Inglaterra para impedir el acercamiento entre ese país y España, durante los últimos años del reinado de Jacobo I. Por su parte, Carmen Sanz Ayán estudia los panfletos que se editaron en Génova, un aliado tradicional del Imperio de los Habsburgo. La coalición se basaba en beneficios mutuos, pues España disponía de la flota ligur y, a cambio, los genoveses comerciaban libremente en el Imperio Hispánico y obtenían grandes ganancias como prestamistas de la monarquía. Sin embargo, no faltaron los detractores de esta alianza que practicaron una literatura de oposición, usando los tópicos clásicos de la Leyenda Negra: crueles, lujuriosos, avariciosos, etc.

        Y el último aporte, firmado por Harm den Boer, analiza el papel que tuvieron los exiliados españoles en la forja de la literatura antiespañola. De especial relevancia fueron los textos de los protestantes expatriados, así como de los judeoconversos, que vieron en estas soflamas una buena oportunidad para vengarse.

        La Leyenda Negra muestra el odio que muchos europeos sentían hacia España que interpretaban era su máximo rival político. Ahora bien, como ha escrito Barbara Fuchs, en el fondo también subyace el reconocimiento explícito de esa superioridad hispánica e implícito de una cierta admiración por su modelo cultural. El tema sigue teniendo plena vigencia y este libro incorpora los últimos aportes sobre la materia, al tiempo que aporta nuevas líneas de trabajo en las que seguir profundizando en los próximos años.

 

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

2 comentarios

Carlos Gilly -

Hay un trueque de citas: La cita de Rubén Darío es: R. Darío, España contemporánea, Paris 1901, pp. 127-128. La de Unamuno al final del párrafo es: La libertad, 27 de abril de 1924, VIII, 576.

Carlos Gilly -

Como contraste le envío aquí mi voz El mito de la leyenda negra, publicada en italiano en el Dizionario storico della Inquisizione 2010 II, 878-880. Saludos. Carlos Gilly

Leyenda negra (El mito de la): En contra de cuanto se viene escribiendo en los últimos noventa años el término “Leyenda negra” no se debe a Julián Juderías (cf. La leyenda negra, Madrid 1914), no es originario de España, y tampoco se aplicó desde un principio a la conquista de América o a la Inquisición española. La expresión aparece ya en las obras del célebre matematico y teólogo inglés Isaac Barrow (diez ediciones entre 1683 y 1860), pero aplicada a la historia de algunos emperadores romanos (“What a long black legend of Caligula’s, Nero’s, Domitian’s, Commodus’s, Heliogabalus’s, Maximinus’s, may any man’s observation even out of prophane histories easily compose”). También a Napoleon Bonaparte se le forjó una leyenda negra decenios antes que a Felipe II (“ce qu’il est permis d’appeler la légende noire napoléonienne, cf. Arthur Levy, Napoleon intime, Paris 1892, p. XI; idem, The Private Life of Napoleon, London 1894, p. XIII: “what one may be allowed to call the black legend, which have been gathered round it”); idem, La vida íntima de Napoleón, Londres 1912). Y hasta los mismísimos indios de América llegaron a protagonizar la “leyenda negra” con anterioridad a los Conquistadores (cf. José de la Riva Agüero, Examen de los Comentarios reales de Garcilaso Inca de la Vega, Lima 1902, p. 6: “el contrapeso indispensable a esa leyenda negra de las maldades y tiranías de los Incas que gana terreno día a día”). Por otra parte, en su libro de 1899 Le España de ayer y de hoy (La muerte de una leyenda) la escritora gallega Emilia Pardo Bazán todavía se contenta con dar por muerta a “la leyenda dorada”, es decir a la apoteosis de pasado por parte de sus compatriotas, reservando la expresión “leyenda negra” para su critica de la prensa estadounidense (“Si nosotros fuésemos capaces de poseer una prensa amarilla, menuda leyenda negra les perpetuaríamos en la historia de los anglo-sajones”). En cambio fue el escritor nicaragüense Rubén Darío quien acuñó la expresión y formuló por primera vez el origen y el contenido de la “leyenda negra” antiespañola, pero llegando a una conclusión del todo opuesta a la que llegaría Juderías doze años después (cf. R. Darío, La libertad, 27 de abril de 1924, VIII, 576:) “De los tres puntos en que se basa la leyenda negra, que son: la conquista española, la Inquisición y la decadencia que se iniciaba en el siglo XVII y las figuras de Carlos I y Felipe II, se desprende que no ha habido demasiada injusticia en Europa cuando se ha formado esa leyenda ‘de color oscuro’ con bases tan innegablemente sombrías”. Quien sin embargo no utilizó el término de leyenda negra fue el mayor apologeta de la Inquisición y autor de la Historia de los heterodoxos españoles, a pesar de que Unamuno escribiera sobre él: “Es inútil que Menéndez Pelayo, creyendo destruir lo que el creía una leyenda, haya creado otra. La leyenda negra de la Inquisición es menos negra que la realidad histórica”
El libro de Juderías La Leyenda negra y la verdad histórica. Contribución al estudio del concepto de España en Europa, de las causas de este concepto y de la tolerancia religiosa y política en los países civilizados apareció en 1914 a raíz de un concurso literario convocado por La Ilustración Española y Americana el año anterior. El autor analiza aquí las supuestas manipulaciones, exageraciones o falsificaciones de los hechos históricos que han abocado a lo que él llama “una leyenda absurda y trágica”, con la que muchos españoles se ven confrontados en sus viajes al extranjero: “la leyenda de una España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes”. Como funcionario del Ministerio de Estado y políglota consumado que dominaba 16 lenguas, el patriota Juderías se dedicó a investigar “los orígenes” de esa “deformación de la historia” y del “concepto lamentable de aquella España tenebrosa que forjaron para sus fines políticos los envidiosos de nuestra gloria y los enemigos de nuestra patria”, encontrándolos finalmente en la “campaña de descrédito” o “campaña de difamación emprendida contra España” a partir de cuatro publicaciones del siglo XVI: Brevíssima relación de la destruyción de las Indias de Fray Bartolomé de las Casas (Sevilla 1552), Apologie ov déffense de tres illvstre Prince Guillaume [...] Prince d’Orange etc. Contre le ban et Edict publié par le Roy d’Espaigne de Pierre Loyseleur de Villiers (Delft 1581), Pedaços de historia, o Relaçiones del antiguo secretario de Estado Antonio Pérez (Leon [London] 1593) y Sanctae Inqvisitionis Hispanicae artes aliquot detectae et palam traductae del pseudónimo Reginaldus Gonsalvius Montanus (Heidelberg 1567). Y con el aplomo propio de todo un teórico de la conspiración, el autor resume: “En estos libros se inspiró la campaña política contra España, siendo verdaderamente notable el hecho de que fueran tres españoles, los que próximamente en la misma época echaron las bases de la leyenda antiespañola”.
Por cuanto atañe a las “bases” de la “leyenda negra” de la Inquisición, Juderías no parece haberse tomado la molestia de siquiera hojear el libro de Gonsalvius Montanus, pues lo cita de segunda mano y con un título castellano del todo inexistente, completamente anacrónico, pero altamente sugestivo: Integro, amplio y puntual descubrimiento de las bárbaras, sangrientas e inhumanas prácticas de la Inquisición española contra los protestantes, manifestadas en sus procedimientos contra varias personas particulares, así inglesas como otras, en quienes han ejecutado su diabólica tiranía. Obra adecuada para estos tiempos y que sirve para apartar el afecto de todos los buenos cristianos de esa religión que no puede sustentarse sin esos puntales del infierno. En realidad se trata de la españolización del título de una tardía edición inglesa de 1625, pero sacado de un libro moderno (M. Hume, Spanish influence on English Literatur, Oxford 1905, p. 20). Juderías parece ignorar el título original latino de las Sanctae Inqvisitionis Hispanicae artes y no sabe a ciencia cierta si el libro fue traducido a otros idiomas aparte del inglés (“De suponer es que se vertiese igualmente al francés, al holandés y al italiano” [sic]), cuando en realidad aparecieron sólo entre 1568 y 1571, aparte de dos inglesas, tres distintas versiones neerlandesas, tres distintas versiones alemanas, una versión francesa y una versión húngara. Juderías desconoce la existencia de la famosa trilogía de Eduard Böhmer (Bibliotheca Wiffeniana. Spanish Reformers of two Centuries, Strassburg-London 1874-1904) donde hubiera encontrado – además de una bibliografía seria y comentada de todas las ediciones de las Artes – una documentación original suficiente para doblar el volumen de la leyenda que se estaba inventando. Peor aún, Juderías ignora también el breve elenco de traducciones y ediciones de las Artes en el capítulo dedicado a Montanus en la Historia de los heterodoxos españoles, a pesar de citar páginas enteras de esta obra clásica de Menéndez Pelayo.
De los numerosos “folletos antiespañoles de esa época”, el autor de La Leyenda negra no conoce sino los títulos incluidos en la bibliografía anexa al erudito estudio de Carl Bratli (Filip II af Spanien, Kopenhagen 1909), una obra que Juderías cita por la edición original y de donde, casualmente, ha sacado casi toda su información sobre los cuatro libros que, según él, dieron origen a la famosa Leyenda negra: La Apologie de Guillermo de Orange, las Relaciones de Antonio Pérez, las Artes de Montanus y la Brevíssima historia de Bartolomé de Las Casas. Si en lugar de contentarse con un solo libro, Juderías hubiera hojeado los catálogos impresos de las grandes colecciones holandeses y alemanas de panfletos (Meulman/van der Wulf, 1866; Kuczynski, 1870-1874; Weller, 1872; Thysius/Petit 1882-1910; Knuttel, 1889-1910) se habría percatado de que la literatura hostil a la monarquía y la inquisición españolas fue muchísimo más abundante de cuanto Bratli reseña en su libro, pero a la vez hubiera aprendido – como gran políglota que era y sociólogo de profesión – que toda esa literatura era “quantité négligéable” comparada con el inmenso número de panfletos dirigidos contra Luis XIV o contra Napoleón, contra Prusia o la Puerta turca, contra el Papa o los Jesuitas, o también viceversa, contra los luteranos, los calvinistas, los anabaptistas, los entusiastas, los judíos y, finalmente, contra los masones. Pues obvio es, que desde el enfoque del adversario, la historia de cada grupo étnico o religioso esta plasmada de “leyendas negras”. Pero a ninguno de esos grupos les vino a la mente de sentirse “a posteriori” colectiva o individualmente agraviados y mucho menos a acuñar un nuevo concepto historiográfico – “La Leyenda Negra” – para lamentar lo injustamente juzgados que habían sido sus antepasados (los inquisidores, que no las víctimas) y de lo incomprendidos que seguían sintiéndose ellos (los conservadores y clericales, que no el resto de los españoles, pues ya Américo Castro en su célebre artículo “Las polémicas sobre España” de 1925 escribió que los españoles se preocupaban con exceso de las habladurías internacionales, y que todos los países poseían “su ración de leyenda negra”. No es de extrañar, sin embargo, que en 1918 – en una época de nacionalismo exacerbado y aun no terminada la Guerra Mundial – el autor La Leyenda Negra, sin ser historiador de oficio, fuese nombrado miembro de la Real Academia de la Historia o que, veinte años después, un libro de tan bajo nivel científico pasara a formar parte fundamental del acerbo básico de la historiografía franquista con 16 ediciones hasta 1974.
Fuera de España, el término Leyenda negra (ignorado por Croce, Tiemann, Altamira y Bataillon, mas utilizado ocasionalmente por hispanistas como Farinelli, Pfandl, Doyle, Bell y sobre todo por americanistas como Hanke y Carbia) adquiere rango de paradigma historiográfico gracias a un estudio de Sverker Arnoldsson publicado en 1960. Arnoldsson identifica los orígenes de la Leyenda negra en la oposición de los italianos primero contra los catalanes en el siglo XIV y después contra los españoles. Historiadores alemanes, en cambio, como Schweitzer, Pinette, Hoffmeister y Briesemeister aceptan también sin más la terminología de Leyenda negra, hallando sus raíces en la publicística antiespañola (panfletos, sátiras y canciones políticas) de la Guerra de Esmalcalda o de la Guerra de los Treinta años. Autores ingleses y franceses, como Maltby, Kamen, Chaunu, Yardeni y tantos otros más, no dudan tampoco en recurrir a la consabida Leyenda negra en busca de una fácil explicación para la hispanofobia de sus antepasados. Y por lo que toca a los Países Bajos no faltan historiadores, quienes como Swart o Pollmann consideran la Leyenda negra antiespañola nada menos que “como medio de integración de la joven y frágil unidad nacional”.
Verdad es, que el levantamiento de los Países Bajos contra el propio monarca se articuló desde el principio como signo de resistencia contra la presunta introducción de la Inquisición Española, como afirma Casiodoro de Reina, alias Reginaldus Gonsalvius Montanus, en el prefacio a sus Sanctae Inqvisitionis Hispanicae artes aliquot detectae et palam traductae de 1567:
“In tanta rerum perturbatione, qua tot populi et gentes in suos contribules ac conciues, hoc est in ipsa patriae viscera, propter Inquisitionem (si verum dicere licet) arma sumunt, aliis eam vt rem sacrosanctam et reipublicae in primis salutarem. propugnantibus, aliis contra, vt liberis hominibus indignam quandam seruitutem non tam conuellere, quam a se depellere nitentibus...”
Y verdad es también que los neerlandeses recurrieron a la publicística para superar a los españoles en tan desigual lucha (como recordó en ese mismo año 1567 el editor de la malograda segunda edición latina de las Inqvisitionis Hispanicae artes, Karel Utenhove, a propósito de los panfletos editados en Basilea:
“Hic licet Hispanos calamo iugulare superbos
et tamen immunes caedis habere manus.
Hic et Iberiades Belgarum caede madentes
cernere, et illorum non metuisse minas”).
Pero para eso no hubo que inventar leyenda alguna, ni negra ni de otro color, pues los peligros que combatían no tenían nada de legendarios, y tanto el Duque de Alba con el “Conseil des Troubles”, como los tercios de Flandes con la “furia española” o los mismos Inquisidores con sus mediáticos y espectaculares “Autos de fe”, no cesaban de mantenerlos en constante actualidad. A ningún censor o arbitrista de entonces les vino en mente hablar de mito o leyenda y menos aún conceder a un tal concepto el más mínimo rango político o historiográfico. Precisamente el libro que, según Juderías, habría contribuido mayormente a la creación de la consabida leyenda, fue publicado en la versión original en el 1552 en Sevilla, republicado en el 1646 en Barcelona, no fue incluido en el Índice de los libros prohibidos hasta 1660 y esto sin poner en cuestión la veracidad o no de los hechos, como se ve en un documento del censor y jesuita Minguijón:
“Censura de la Brevíssima relación de la destruición de las Indias, de fray Bartolomé de las Casas , por decir cosas muy terribles y fieras de los soldados españoles, que, aunque fuesen verdades, vastaba una vez averlas representado a la Magestad Catholica o a sus ministros, y no publicarlas por todo el mundo, que de esto toman ocasión los enemigos de España y los hereges para escribir que los españoles son fieros y crueles etc. como lo an hecho los olandeses en libros impresos en Amsterdam y Cronwell en su Manifiesto” (AHN Madrid, Inquisición, leg. 424).
La Brevíssima relación siguió desde entonces prohibiéndose por considerarse “una ofensa contra España”, por infamar los célebres conquistadores del mundo nuevo” o por ser “un libro pernicioso para el justo prestigio nacional”. En cambio, los censores de entonces no parecen haberse sentido ni ennegrecidos ni escandalizados sobremanera por el gran número de panfletos impresos en el extranjero contra la “fiereza y crueldad” de la Inquisición, antes bien se felicitaban del horror y odio evocados por el solo nombre de tan temido tribunal, como prueba de su eficacia en la lucha contra la herejía. Los lamentos provenían más bien de algunos miembros de la minoría ilustrada española, quienes en 1797 inútilmente reclamaban la abolición de “un tribunal que nos deshonra a la faz de todas las naciones”. Más efectivas resultaron sin embargo en 1811 las famosas apostillas irónicas de Moratín a su reedición del Auto de fe de Logroño de dos siglos antes, pues influyeron no solo directamente en el debate y sucesivo decreto de abolición de la Inquisición el 22 de febrero de 1813 por las Cortes de Cádiz. Unas Cortes a las que Juderías, por su actitud frente al Santo Tribunal (“La libertad de pensar y escribir perecieron con la Inquisición”), no duda en tachar de “afrancesadas” y “versallescas”, acusando a los diputados más liberales de entonces “de falsear la historia y de hacer coro a los filósofos franceses”. Por fortuna Juderías no conoció el famoso dicho de Paolo Sarpi a Jacques-Auguste de Thou sobre “le tenebre di queste reggioni”, pues no hubiera tampoco dudado en hacerlo seguidor de los filósofos franceses y declararlo inventor de una nueva “Leyenda negra”, esta vez contra la Inquisición romana.

Seguramente, lo más sensato – e históricamente lo más cierto – que hoy cabe decir sobre la “Leyenda negra” es que no ha existido (como vienen afirmando desde hace algunos decenios B. Keen, R. García Cárcel, C. Gómez Centurión, F. Páez-Camino Arias y el autor del presente artículo). De esto se están dando cuenta recientemente hasta los historiadores neoconservadores y revisionistas, quienes como Kamen, Godman y otros, prefieren hablar ahora de “invención” o de “mito” de la Inquisición, como si los historiadores serios no supieran discernir entre los hechos documentalmente probados y la propaganda de los adversarios de turno o de los defensores interesados. Cada historiador es libre (bajo su propia responsabilidad científica) de valorar los efectos causados por una institución centenaria de tanta incidencia social como la Inquisición (española, romana o cualquier otra). Pero no son lícitos en modo alguno el recurso a subterfugios ambiguos o la práctica de un negacionismo sistemático, descalificando como mitos y leyendas los hechos históricos mismos, siempre y cuando no corresponden a la imagen del pasado que se pretende defender. Por cuanto toca a la expresión “leyenda negra” (en cualquier idioma), la frecuencia masiva de su aparición actual en Internet aplicada a los personajes y fenómenos más dispares, le han privado ya de todo rango historiográfico específico, confundiéndola en el genérico que desde siempre le ha correspondido.



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