Blogia
Libros de Historia

libros de Historia de España

XLVII COLOQUIOS HISTÓRICOS DE EXTREMADURA: UNA MEDALLA DE EXTREMADURA QUE SE HACE ESPERAR

XLVII COLOQUIOS HISTÓRICOS DE EXTREMADURA: UNA MEDALLA DE EXTREMADURA QUE SE HACE ESPERAR

 

         Este grueso volumen recoge las aportaciones presentadas en la sede del palacio de la Coria de Trujillo en los XLVII Coloquios Históricos de Extremadura de 2018. Más de 600 páginas con un total de 29 aportaciones en unas jornadas dedicadas a la Universidad de Salamanca.

         La cantidad de información que se recoge entre sus textos es verdaderamente abrumadora, referentes al tema de la jornada, la Universidad salmantina pero también a la Prehistoria, Edad Media, Historia de América, Historia Moderna e Historia Contemporánea. Como en todos los congresos las aportaciones son desiguales pero hay un buen número de ellas muy valiosas para el conocimiento del rico pasado de la Comunidad extremeña. Algunos aportes muy enjundiosos como la ponencia inaugural impartida por el Dr. Luis E. Rodríguez-San Pedro Bezares. Sin embargo también hay trabajos de gran valía firmados por investigadores conocidos como Manuel García Cienfuegos, Juan Rebollo Bote, Álvaro Meléndez Teodoro, Juan Carlos Rubio Masa, Francisco Javier Rubio Muñoz o Manuel Rubio Andrada entre otros.

        Van celebrados ya un total de 48 coloquios –el de 2019 con las actas aún pendientes de publicar- y nos aproximamos inexorablemente al medio siglo de jornadas ininterrumpidas. Un verdadero hito histórico, único en Extremadura, y muy singular en el resto de Europa que merece todos los elogios. A mi juicio se está haciendo esperar ya mucho la Medalla de Extremadura porque ninguna institución en la región ha hecho más por el conocimiento histórico que esta  Asociación Coloquios Históricos de Extremadura. Esperemos que el reconocimiento no tarde en llegar. Quizás sería un momento oportuno el año 2021 con motivo de los L Coloquios Históricos.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS    

TOLERANCIA Y CONVIVENCIA EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS

TOLERANCIA Y CONVIVENCIA EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS

 

DADSON, Trevor J.: “Tolerancia y convivencia en la España de los Austrias”. Madrid, Cátedra, 2017, 333 págs. I.S.B.N.:978-84-376-3682-5

 


           En principio el libro debía ser una edición en castellano de su obra “Tolerance and Coexistence in Early Modern Spain. Old Christians and Moriscos in the Campo de Calatrava” (Londres, Tamesis Books, 2014). Sin embargo, el autor ha pasado más de dos años retocando, completando y reescribiendo su obra original. De hecho, él mismo afirma en las palabras preliminares del mismo que ha aprovechado la ocasión para “actualizar el contenido de todos los capítulos, incluir nuevo material y cambiar o revisar otro”. El resultado es una obra imprescindible para los estudiosos del fenómeno morisco y, en particular, de la cuestión de la permanencia, tras los decretos de expulsión.

Como en la edición inglesa, el trabajo cuenta con una introducción, once capítulos, un glosario, una amplia bibliografía y un utilísimo índice de personas y lugares. Empieza analizando la situación de los moriscos antes de la expulsión, haciendo un especial hincapié en la actuación de la Inquisición y en la movilidad social y económica de esta minoría. Asimismo, frente a lo tradicionalmente sostenido, afirma que una parte de esta minoría era alfabeta y que, a medida que avanzaba el siglo XVI, su porcentaje aumentó, llegando a ser similar al que había entre los cristianos viejos. Pero es más, demuestra, con datos en la mano, el surgimiento de una élite morisca en Villarrubia bien instruida que quizás podría extrapolarse a otras villas morunas de la geografía española.

Le sigue un pormenorizado estudio de la expulsión y de la retorica del poder a favor de la misma, así como la oposición de amplios sectores de la población. Los fatídicos decretos fueron respaldados por la literatura oficial, que defendían su connivencia con los corsarios berberiscos o su mayor fecundidad, lo que significaba un potencial peligro para los cristianos. Pero no era cierto, pues ni había pactos con los berberiscos ni las parejas moriscas eran más fecundas que las formadas por cristianos viejos. Uno de los aspectos más novedosos de este trabajo es el estudio sistemático de todos los testimonios en defensa de la minoría conversa que se situó frente a la expulsión (Cap. 6). Hubo un sinfín de autoridades que se opusieron a la misma, desde religiosos –cardenales, obispos, abades o simples párrocos- a grandes señores –el duque del Infantado, por ejemplo- o simples regidores locales.

           El estudio de los que eludieron la orden de expulsión (Cap. 7) y los que regresaron (Cap. 8) es otro de los puntales de esta obra. No disponemos aún de datos exactos sobre el número de moriscos que permaneció en su tierra natal pero, a juicio del autor, bien pudo suponer el 40 por ciento de todos ellos, ¡en torno a 200.000 personas! Esclavos, niños menores de siete años, mujeres, ancianos y enfermos pero también familias integradas en la cristiandad. Como afirmó Domínguez Ortiz, había mucha diferencia entre unos moriscos irreductibles, como los valencianos, y otros más integrados en la sociedad cristiana mayoritaria. Muchas de estas familias ni siquiera fueron señaladas por sus conciudadanos, mientras que otras consiguieron demostrar su cristianismo sincero. Había habido no pocos matrimonios mixtos y sus descendientes lo eran tanto de cristianos viejos como de conversos. Algunos, incluso, ostentaban cargos de responsabilidad en los concejos y en algunas cofradías, en los momentos previos a la expulsión, lo que evidencia la confianza que depositaban en ellos sus conciudadanos. Además, habría que sumar los retornados, unos 30.000, o acaso más del doble si hemos de creer al historiador norteamericano Earl Hamilton. Una vez repatriados, algunos de ellos, residentes en el valle de Ricote y en el Campo de Calatrava, incluso otorgaron escrituras notariales para recuperar sus bienes, sin que nadie los denunciase por un retorno teóricamente ilegal. Un caso llamativo es el de Alonso Herrador, perteneciente a una conocida familia del Campo de Calatrava, que fue expulsado a Francia en agosto de 1611 y que ¡al mes siguiente! estaba de regreso en su villa natal, junto a otros de los compañeros de cadalso.

           Y finaliza el profesor Dadson disertando sobre la necesidad de reescribir la historia de esta minoría (Cap. 9), desde un enfoque diferente al tradicional y destacando la integración de una buena parte ellos (Cap. 11). Hay que corregir la tesis que defiende, siguiendo la literatura oficial, que la expulsión fue tan necesaria como inevitable. Los testimonios oficiales de la época moderna tienden a justificar lo injustificable, es decir, la expulsión, mientras que las fuentes inquisitoriales acentúan la diferencia. Pero no olvidemos que eran parte interesada, pues se financiaban en buena medida a través de las multas impuestas a esta minoría. Insiste el autor que no todo fue intolerancia dentro de la España casticista. Y no solo se integró a una parte de los moriscos sino también a los judeoconversos, al menos en el caso de Villarrubia de los Ojos, donde desaparecen de la documentación después de los procesos desarrollados entre 1511 y 1516. Fue precisamente esa coexistencia pacífica, a lo largo de más de un siglo, la que permitió que muchos evitasen el cadalso, tras los decretos de 1609 a 1614. Como dice acertadamente el autor, ni todos los moriscos eran falsos cristianos ni todos los cristianos viejos fanáticos intransigentes. La propia Inquisición, en ocasiones, se mostraba más tolerante de lo que cabría esperar, por lo que parece obvio que los fanáticos de un lado y de otro no dejaban de ser una parte más o menos pequeña. Frente a ellos hubo conversos dispuestos a integrarse plenamente y muchos cristianos viejos que los ayudaron en ese sentido, unos criticando la expulsión o consiguiendo permisos de permanencia para ellos, y otros, simplemente, no delatando el origen de sus conciudadanos. Hubo párrocos que omitieron la condición de moriscos de algunos de sus feligreses, que eran buenos cristianos y estaban bien integrados. En el momento de la expulsión, muchas familias conversas llevaban varias generaciones conviviendo pacíficamente con los cristianos de sangre limpia, sin que se apreciasen diferencias externas entre ellos.

           A mi juicio, este libro contribuye a desmontar la Leyenda Negra contra España, imperante desde la Edad Moderna en buena parte de Europa. Es cierto que hubo una España casticistas e intransigente que buscaba la limpieza religiosa, sin embargo, no lo es menos que había otra más tolerante, tradicionalmente silenciada por la historiografía. Se confirma pues, la tesis que hace años planteó Domínguez Ortiz y retomó recientemente Stuart Schwartz (Madrid, 2010) según la cual la tolerancia hacia otros credos estuvo más generalizada en el mundo ibérico de lo que se había creído. El hecho de que esta nueva obra se haya publicado en inglés y en castellano, puede facilitar la difusión de esta visión más equilibrada y coherente de nuestro pasado, al tiempo que revigoriza nuestro irrenunciable pasado moruno.

           Para concluir, huelga decir que esta obra constituye un nuevo hito en el estudio sobre la temática, similar al que en su día supuso la edición de Geógrafie de l’Espagne morisque (París, 1959) de Henry Lapeyre o la Historia de los moriscos (Madrid, 1993) de Antonio Domínguez Ortiz y Bernard Vincent. Un texto, pues, que es desde el mismo momento de su aparición de referencia obligada para todos los estudiosos de las minorías étnicas en la España Moderna.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

Inseguridad colectiva. La Sociedad de Naciones, la guerra de España y el fin de la paz mundial

Inseguridad colectiva. La Sociedad de Naciones, la guerra de España y el fin de la paz mundial

 

JORGE, David: Inseguridad colectiva. La Sociedad de Naciones, la guerra de España y el fin de la paz mundial (Prólogo de Ángel Viñas). Valencia, Tirant Humanidades, 2016, 783 págs. I.S.B.N.: 978-84-16556-47-2

 

 

           Se trata de un volumen de cerca de ochocientas páginas de letra pequeña y prieta, en el que se documenta pormenorizadamente la actitud de la Sociedad de Naciones ante el golpe de estado encabezado por el general Francisco Franco. El manejo exhaustivo de fuentes documentales y bibliográficas permite a su autor establecer verdades y planteamientos incuestionables en torno a la actuación de este organismo supranacional en teoría encargado de velar por la democracia en el mundo.

           La Italia fascista y la Alemania nazi prestaron una ayuda incondicional a los alzados, incluso antes del golpe de estado. De hecho, están demostrados los contactos de monárquicos, falangistas y militares con la Italia de Mussolini, al menos desde abril de 1931, auspiciados desde la propia Italia por el exiliado Alfonso XIII. Adolf Hitler optó por un apoyo explícito no a los alzados sino al general Francisco Franco, reforzando su posición dominante sobre el resto del generalato insurgente.

En cambio, las democracias occidentales se negaron a ayudar a la República. Francia y Gran Bretaña mantuvieron a toda costa su neutralidad, secundada por otros muchos países europeos. Y lo hicieron a sabiendas de que otros estaban socorriendo a los alzados por lo que la decisión podría resultar fatal para la joven democracia española. Estaban amedrentadas por el poderío alemán, puesto de relieve por su ocupación de Renania, mientras los fascistas de Mussolini hacían lo propio con Abisinia. Alemania e Italia se frotaban las manos ante la oportunidad de conseguir un nuevo socio, si el alzamiento triunfaba, por lo que se pusieron manos a la obra ante la medrosa pasividad de las democracias occidentales a través de la Sociedad de Naciones. Estados Unidos, dado que no era miembro de la institución, jugó un papel muy secundario, pero su ayuda no pasó de la mera simpatía que el presidente F. D. Roosevelt sentía hacía la República. Solo el México de Lázaro Cárdenas, apoyado por Colombia, Ecuador, la República Dominicana y Haití, mostró claramente su apoyo a la causa española, enviando incluso algunos cargamentos con armamento. Sin embargo, otros muchos países latinoamericanos se mostraron en la misma línea de neutralidad que las democracias europeas. Y es que los ingleses y franceses estaban más interesados en atraer a Italia y a Alemania a la Sociedad de Naciones que en proteger a la República Española. Una decisión fatal pues desequilibró la balanza a favor de los insurrectos, condenando al desastre al régimen democrático.

           En el fondo nadie quería saber nada de una colaboración con el gobierno republicano que los enfrentase directamente a la Alemania de Hitler o a la Italia de Mussolini. Tenían un pavoroso temor a volver a iniciar una nueva guerra, al tiempo que pensaban que la República se había escorado a la extrema izquierda situándose en la órbita moscovita. Los franceses trataron de evitar la guerra hasta 1939 en que se supo la intención de los germanos de ocupar París, los ingleses hasta la Batalla de Inglaterra y los Estados Unidos y la URSS hasta 1941 en que les atacaron en Pearl Harbour los japoneses mientras los alemanes iniciaban la operación Barbarroja.

           Y se equivocaron gravemente porque la contienda española era mucho más que una guerra civil, se trataba en realidad, como afirma el autor, de una contienda internacional desarrollada en territorio español. Años después se lamentaría el filósofo Louis Althusser, denunciando el grave error que se cometió al ni proporcionar armas al ejército de la II República Española. En 1917 había dicho el presidente norteamericano Woodrow Wilson que la Gran Guerra sería la última contienda, “la guerra que acabará con todas las guerras”. El estallido de La Guerra de España, considerada el prólogo de la II Guerra Mundial, y la actitud turbia de la Sociedad de Naciones, darían al traste con tales previsiones.

La figura de Julio Álvarez del Vayo, durante buena parte de la guerra representante del gobierno republicano ante la Sociedad de Naciones, queda totalmente rehabilitada en este libro. Su esfuerzo fue incansable y encomiable, exponiendo el drama español de manera precisa y adecuada, muy acorde con la gravedad de la situación. No se le puede culpar a él de fracasar en su objetivo de modificar la posición neutral del organismo internacional. Si fracasó fue porque se encontró enfrente un bloque casi monolítico en favor de la no intervención que condenó a la II República española. Y ello a pesar de que advirtió por activa y por pasiva que la Guerra Civil española era la primera gran batalla de la II Guerra Mundial. De hecho, ya en su discurso ante la Sociedad de Naciones de septiembre de 1936 pudo decir que “los campos ensangrentados de España son ya, de hecho, los campos de batalla de la guerra mundial”. Una interpretación que hizo suya solo un año después el clarividente historiador Arnold J. Toynbee, además de otros grandes intelectuales que sí prestaron un apoyo moral a la República, entre ellos: Octavio Paz, César Vallejo, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Ernest Hemingway, Rafael Alberti, Antonio Machado, Nicolás Guillén, etc., etc.

Casi desde sus orígenes, la Sociedad de Naciones conoció el auge de los fascismos, al tiempo que se quebraba el sistema de seguridad colectiva que supuestamente la institución de Ginebra debía garantizar. La institución no tuvo voluntad intervencionista, pero aunque la hubiera tenía nunca dispuso de medios para implementarlas. Es decir, estuvo aquejada de falta de voluntad pero también había una total ausencia de mecanismos efectivos para aplicar las decisiones que se tomaban. Hitler y Mussolini habían incrementado paulatinamente su potencial militar, especialmente durante los años que duró la Guerra de España. Cuando ésta acabó, triunfando definitivamente el golpe, la Sociedad de Naciones había muerto. Cinco meses después estallaría la II Guerra Mundial.

Y para finalizar solo decir que se trata de una obra extraordinariamente documentada que aporta mucha luz sobre la actuación de la Sociedad de Naciones en la Guerra de España. Una actitud turbia, condescendiente con los totalitarismos, que abocó al fracaso a la II República pero que también arrastró al desastre a la misma institución ginebrina que apenas le sobrevivió unos meses.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

HISTORIA Y ARTE DE EXTREMADURA

HISTORIA Y ARTE DE EXTREMADURA

Mira Caballos, Esteban: “Historia y arte de Extremadura” (Prol. De José Ángel Calero). Madrid, Art Duomo Global, 2017, 96 págs. I.S.B.N.: 978-84-617-8404-2

 

           Tercer volumen de un total de trece en los que se traza una síntesis histórica y artística de las diecisiete Comunidades Autónomas españolas, más Ceuta y Melilla. De ellas, solamente ocho (Andalucía, Aragón, Baleares, Castilla-La Mancha, Cataluña, Galicia, Madrid y Extremadura), disponen de un volumen exclusivo. Y ello, en unos casos por su importancia demográfica, política o económica y, en otros, por su enorme peso histórico, como es el caso de Extremadura.

Como se vislumbra en la obra, Extremadura es un verdadero paraíso natural, un entorno privilegiado de los que quedan pocos en Europa. Lugar de peregrinación de zoólogos, biólogos y de los amantes de la naturaleza. Un espacio que no experimentó la Revolución Industrial y que ha mantenido niveles bajos de poblamiento lo que ha preservado su valor natural. Pero también es un edén para arqueólogos e historiadores por los importantísimos vestigios del pasado que conserva. Extremadura ha sido siempre un crisol de civilizaciones pues por su tierra han pasado todo tipo de pueblos desde la prehistoria y ha sido lugar de encuentro y desencuentro de judíos, islámicos y cristianos. No sabemos el origen de la denominación; una de las teorías más plausibles sostiene que cuando la reconquista alcanzó el río Duero, se utilizó el término latino Extrema Durii para denominar a esa zona que en castellano significa frontera del Duero. Más tarde, los territorios conquistados por los cristianos sobrepasaron este río, pero se siguió utilizando dicha denominación para señalar los nuevos territorios. En el siglo XIII, durante el reinado de Fernando III el Santo, estos territorios recibieron ya de manera definitiva el nombre de Extremadura.

La historia de esta tierra tiene hondas raíces históricas. Por su territorio se han paseado vetones, lusitanos, túrdulos, cartagineses, romanos, visigodos, árabes, judíos y cristianos. Dos aspectos han marcado su historia: uno, la existencia de una élite oligárquica que monopolizó la casi única fuente de riqueza, es decir, la tierra. Y otro, su carácter fronterizo con el reino de Portugal, lo que la convirtió en un lugar estratégico, primero para el reino de Castilla y León y luego para España. Desde entonces, fue uno de los escenarios prioritarios de las guerras de la monarquía. Tanto, que los extremeños se terminaron acostumbraron al ciclo destrucción-creación y a reconstruir siempre sobre sus propias cenizas. Ahora bien, la frontera no fue impermeable, igual que hubo dramáticos y reiterados sucesos que lastraron el progreso de la región también se produjeron unas relaciones humanas, económicas y culturales muy enriquecedoras.

Como ha escrito Javier Cercas, actualmente Extremadura tiene algo de portuguesa, algo de castellana y algo de andaluza. Y este crisol de culturas y de influencias, conforman la esencia de lo que hoy es Extremadura y el pueblo extremeño.

           El presente volumen, supone una buena síntesis de lo que Extremadura ha representado en la historia y en el arte de España y de Occidente. Pero solo son pinceladas pues el cuadro completo solo se puede pintar sobre el terreno, visitando esta tierra preñada de historia y de vestigios del pasado. Esperemos que estas pocas páginas animen a muchos lectores a visitar Extremadura, una de las grandes desconocidas de España.

 

E.M.C.

ALCÁNTARA, Nº 84, julio-diciembre de 2016

ALCÁNTARA, Nº 84, julio-diciembre de 2016

ALCÁNTARA, revista del Seminario de Estudios Cacereños Nº 84. Cáceres, julio-diciembre de 2016, ISSN: 0210-9859, 135 págs.

 

           Acaba de presentarse el último número de la revista Alcántara, el correspondiente al segundo semestre de 2016. Coordinada y dirigida por Salvador Calvo Muñoz, la revista mantiene su sello de siempre, un formato casi de bolsillo y una edición austera pero muy cuidada. Conserva, asimismo, su estructura en tres apartados: estudios científicos, textos literarios y reseñas de libros.

           Entre los estudios, destacan el trabajo de Enrique Gómez Solano sobre la teología del jesuita Teilhard de Chardin. Se trata de una continuación de otro trabajo suyo publicado en el número 78 de esta misma revista, correspondiente al segundo semestre de 2013. El principal objetivo de su filosofía era tratar de compatibilizar la teoría de la evolución con la presencia y existencia de Cristo como destino final.

José Antonio Ramos Rubio y Oscar de San Macario analizan, con el apoyo de abundante material gráfico, los restos arqueológicos medievales del entorno de la finca Gil Téllez, cerca de Cáceres. Se trata de quince tumbas, además de algunas inscripciones epigráficas y varios tableros tallados en la roca del juego del Alquerque.

Por su parte, José Luis Rodríguez Analiza la fiesta de Todos los Santos en la provincia de Badajoz. Básicamente eran similares aunque con variantes y con nombres diferentes para definir la misma tradición: chaquetía, saquitía, calbotá, calvochá, tosantos, etc.

Esteban Mira analiza los orígenes de Alcuéscar a partir de la compra que los vecinos hicieron de su propia jurisdicción en 1599. Para ello debieron pagar 7,6 millones de maravedís que aportó el perulero metellinense Juan Velázquez de Acevedo, tras formalizar tres censos sobre los propios de la recién segregada villa de Alcuéscar. El proceso de segregación había empezado en 1588 y culminó en 1599, es decir, once años después, cuando se hizo efectiva la cuantía solicitada por la Corona. Eso sí, Montánchez presentó un pleito para evitar la pérdida de dichos territorios, pero lo perdió por sentencia en grado de apelación de 1603. El trabajo se completa con la transcripción de varios documentos, procedentes del Archivo Histórico Provincial de Sevilla.

Tirso Bañeza diserta sobre los primeros estudios nocturnos implantados en Extremadura, concretamente en el IES el Brocense de Cáceres. Un centro que tuvo unos pioneros inicios antes de mediar el siglo XIX, como Instituto Elemental de Segunda Enseñanza, dependiente de la Universidad de Salamanca. Los estudios nocturnos comenzaron a principios del siglo XX, cuando se impartían clases gratuitas a los obreros. Desgraciadamente el proyecto fue efímero, pues quedaron suspendidas entre 1907 y 1961, reiniciándose a partir de este último año de manera ya ininterrumpida.

Otros ensayos aluden al Museo de los Iconos de Monroy, firmado por Paquita Morgado y Gervasio Reolid, o al médico de Alcollarín Juan Bernardo Cuadrado (1878-1968), este último firmado por el escritor Félix Piñero. El Doctor Cuadrado se formó en la entonces llamada Universidad Central de Madrid y desempeñó una labor impagable y en ocasiones altruista en la lucha contra el paludismo en el medio rural. Siempre trabajó a favor de los más desfavorecidos lo que provocó que se llevara varios años encausado, supuestamente por simpatizar con el bando republicano. Finalmente, gracias a los testimonios favorables de algunos amigos, salió absuelto e, incluso, en 1954 recibió la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo.

El volumen se completa con los aportes literarios de Matías Simón Villares, Emilio J. Martín, Juan José Romero Montesino-Espartero, Ada Salas, y Paco Neila, así como de cuatro reseñas a sendos libros aparecidos en 2015 y en el primer semestre de 2016.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

ENTUSIASTAS OLVIDADOS

ENTUSIASTAS OLVIDADOS

IZARD, Miquel (Coord.): “Entusiastas olvidados. Comprometidos con el verano libertario borrados de la memoria”. Barcelona, Editorial Descontrol, 2016, ISBN: 9788416553679. 389 págs.

           Se compilan la vida y la obra de algo más de una treintena de personajes, la mayoría españoles, pero algunos extranjeros, vinculados a la Cataluña republicana, en el período comprendido entre julio de 1936 y enero de 1939. Como es bien sabido, mientras en Madrid dominaron los comunistas y los socialistas en Barcelona fueron mayoría los anarquistas. Junto a esos treinta personajes aparecen referencias a varios centenares más que tuvieron relación con aquel movimiento revolucionario que se generó en la Cataluña de aquellos años. Casi todos ellos activistas anarquistas o comunistas libertarios, algunos simples milicianos, otros arquitectos, pintores, médicos, cineastas, maestros, empresarios, emprendedores y mujeres que militaron en su praxis en el feminismo. Las mujeres consideradas secularmente seres inferiores, sometidas al varón, pudieron alzar la voz y salieron de su ostracismo. Ellas defendieron la escolarización gratuita de todos los niños, al tiempo que trataban de erradicar prácticas como la prostitución. Y todos en general, desarrollaron o trataron de desarrollar propuestas rompedoras, unas por idealistas y otras por radicales, lo mismo en la sanidad, que en la escuela, en la economía o en la producción artística.

España era en los años treinta un país muy atrasado, eminentemente agrícola, donde malvivían miles de campesinos andaluces y extremeños con condiciones laborales y salariales deplorables. Por eso es plausible pensar que en la Cataluña de aquellos tiempos, algunos tuvieron una sensación de pánico por las reformas radicales pero quizás la inmensa mayoría, vivieron los cambios con un “entusiasmo contagioso”. No hay que perder de vista que en la Cataluña de 1936, la CNT tenía más de 178.000 afiliados, siendo uno de los puntos neurálgicos del anarquismo mundial. Allí trataron de recrear una sociedad igualitaria, sin Estado, Iglesia, ni propiedad, al tiempo que aumentaron los servicios urbanos y orientaron la economía al bien común. Hasta pensaron en usar energías alternativas, o construir ciudades ecológicas donde lo rural y lo urbano estuviesen imbricados.

           Llama la atención el drama de estos libertarios inconformistas que soñaron con un mundo mejor. La mayoría murió prematuramente o en el exilio, pues tras el triunfo de los Nacionales fueron proscritos y perseguidos. Pero lo peor de todo es que fueron eliminados de la memoria colectiva y sus historias silenciadas y olvidadas. Ahora bien, no solo fueron perseguidos por franquistas y falangistas, sino también por comunistas estalinistas, que ejecutaron en sus checas a muchos de ellos. Aunque en momentos concretos hubo una colaboración necesaria e interesada entre comunistas y anarquistas, también hubo gravísimos enfrentamientos. Me ha llamado la atención la pugna a muerte entre miembros del PCE, PSUC y PCUS con los anarquistas de la FAI, de la CNT y del POUM. Los anarquistas Camilo Berneri y Francesco Barbieri fueron asesinados en las checas simplemente por escribir contra el autoritarismo estalinista. Bruno Castaldi sufrió apresamientos por parte de los comunistas en España y fue ejecutado en 1962, en Florencia, con el cargo falso y absurdo de colaborar con Franco y Hitler. También el joven Pedro Trufó, miembro de las Juventudes Libertarias, fue detenido en un control en 1937 por estalinistas, y asesinado sin mediar ni media palabra. El caso más surrealista de todos fue el del anarquista Jack Bilbo, nacido en Alemania y que vivió toda su vida bajo la sospecha de colaborar con los nazis, los mismos contra los que combatía. Estuvo a punto de ser ejecutado en Sitges y, tras su exilio a Gran Bretaña, fue internado en un campo de concentración por las mismas sospechas.

Esta pugna entre libertarios y comunistas ha tenido unas consecuencias brutales: detuvieron el proceso revolucionario, tuvieron mucha responsabilidad en el triunfo del bando Nacional y sembraron dudas perpetuas sobre la viabilidad del sueño revolucionario. Como dice Paco Madrid, mucho de estos anarquistas ejecutados por los estalinistas eran camaradas fieles “que frente al fascismo hubiesen caído con una sonrisa en los labios, satisfechos de dar su vida por el ideal”, pero que vivieron el durísimo trance de caer por las balas de camaradas fratricidas.

Tras la derrota en la batalla del Ebro y la caída inexorable de Barcelona, en enero de 1939, comenzó una huída frenética de revolucionarios, libertarios, anarquistas, comunistas o simples republicanos, hacia Francia. Pero sus penalidades no acabaron en el país galo; la mayoría terminó en campos de concentración, como el de Argelès-sur-Mer o el de Saint Cyprien. Otros, los que tenían directamente las manos manchadas de sangre, fueron identificados, devueltos a España y fusilados, como le ocurrió al activista Justo Bueno.

Los supervivientes en el exilio tuvieron una existencia complicada porque sus ideas radicales inquietaban no solo a las fuerzas conservadoras españolas sino incluso a los gobiernos europeos, supuestamente democráticos. La mayoría acabó luchando contra los nazis y otros consiguieron marchar a Latinoamérica. Pero, no lo olvidemos, en muchos países del otro lado del charco había regímenes fascistas por lo que debieron mantener un activismo clandestino o semiclandestino. Eso ocurrió en México, Argentina, Venezuela o en República Dominicana. En este país caribeño el general Leónidas Trujillo los aceptó de más o menos buen grado por su deseo de repoblar la frontera con Haití con colonos blancos, españoles de pura cepa. Allí llegaron, por ejemplo, Tomás Orts y Proudhon Carbó con un numeroso grupo de cenetistas y algún miembro de Esquerra Republicana. Otra libertaria, de la talla de Ada Martí, seguidora de Schopenhauer y Nietzsche, vivió sus últimos años sola, pobre y deprimida, muriendo a los 45 años de edad por una sobredosis de somníferos.

Muy excepcionalmente hubo algunos libertarios a los que les sonrió la suerte, como Cristóbal Pons que, pese a que participó en hechos como el intento de atentado contra el general Franco de 1934, cuando era Capitán General de Baleares, sobrevivió al exilio en Francia y regresó a España falleciendo por causas naturales a los 91 años. También fueron longevas la médica Mercedes Maestre y la anarcosindicalista gala Emilienne Morin. La primera cometió el delito de impartir conferencias de educación sexual en las que divulgaba los métodos anticonceptivos. Fue depurada y viajó al exilio, pero se le permitió el regreso en 1961, viviendo en Valencia aunque, eso sí, aislada y sin ningún reconocimiento, pese a haber sido una de las médicas más progresistas de su tiempo. La segunda, tras trabajar en la Consejería de Defensa de Barcelona, consiguió regresar a su país natal, donde siguió su activismo, aunque en sus últimos años sufrió la amargura de ver el fracaso y la inutilidad de las ideas por las que siempre luchó.

           Me ha costado bastante la lectura y comprensión de este libro precisamente porque está plagado de personajes y de hechos totalmente desconocidos para mí. Cuesta interiorizar una lectura como ésta, con tantos y tan condensados trazos de historia incógnita. He visto entre sus páginas decenas de personajes que truncaron sus vidas y las de sus familias por un sueño, por un viaje a ninguna parte. Margareth Zimbal, miliciana del PUM, murió en una trinchera a los 19 años. Muchos otros cayeron con veinte años o con treinta, lo mismo en el frente que fusilados por falangistas o por estalinistas. Cuesta ver a una jovencita como Simone Weil, con sus gafitas de empollona y su cuerpo delgado y frágil en el frente. Mientras leía su vida, me anticipaba pensando que duraría menos en el campo de batalla que una moneda en la puerta de un colegio. Pero me equivoqué, sobrevivió a la guerra y vivió en Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña, pero su precaria salud la llevó a la tumba en 1943, cuando solo tenía 34 años. Otros, como el pintor Luís Quintanilla, comprometido con la legalidad republicana, murió en el exilio olvidado y con su obra en España destruida físicamente.

Permítame el lector, y las familias de los implicados, que me plantee otra cuestión: ¿mereció la pena?, ¿fue un empeño inútil? Mi respuesta a bote pronto es no a la primera pregunta y sí a la segunda. Prueba de ello es el hecho de que no solo murieran sino que su memoria fuese cercenada, como si jamás hubiesen nacido. Cuando los franquistas le preguntaron a Mussolini qué hacer con los brigadistas italianos capturados él respondió: “que los fusilen”. El Duce estaba seguro de algo: “los muertos no cuentan la historia”. A lo mejor, alguien me convence de lo contrario, es decir, que mereció la pena; estoy abierto a todos los argumentos.

En cualquier caso lo que sí tengo claro es que este libro es una ventanita abierta al pasado reciente por la que asoman muchos de estos personajes silenciados, depurados y borrados de la memoria. El profesor Izard, que lleva en la brecha más de medio siglo, continúa con su encomiable e incansable tarea de acabar con los mitos y de dar a conocer páginas enteras escamoteadas de la memoria colectiva por la historiografía oficial.



ESTEBAN MIRA CABALLOS

APUNTES PARA LA HISTORIA DE LA CIUDAD DE BADAJOZ, T. XI

APUNTES PARA LA HISTORIA DE LA CIUDAD DE BADAJOZ, T. XI

“Apuntes para la historia de la ciudad de Badajoz”, T. XI. Badajoz, Real Sociedad Económica de Amigos del País, 2016, ISBN: 978-8461765188, 211 Págs.

         Desde el año 2015, el coordinador de esta publicación, el Dr. Miguel Ángel Naranjo Sanguino, ha conseguido transformar una publicación poco útil, en una obra esperada por muchos interesados en la historia de Badajoz. El profesor Naranjo, Catedrático de Historia, se ha preocupado por homogeneizar la publicación, con trabajos que mantienen la misma línea en cuanto a aparato crítico y a extensión. Asimismo, se ha preocupado de recabar trabajos entre investigadores acreditados, de manera que los textos tienen todas las garantías y presentan aportes desconocidos.

         Dado que en 2016 se produjeron dos efemérides, el bicentenario de la Económica (1816-2016) y la renuncia del presidente de la institución desde 1989 a 2016, el profesor y pintor don Francisco Pedraja Muñoz, se dedican varios artículos a ambas cuestiones. Carmen Araya aborda la labor del presidente saliente, al tiempo que Zacarías Calzado analiza su extensa obra pictórica. Por su parte, Laura Marroquín Martínez, firma una crónica de los actos realizados por la Sociedad Económica en 2016, con motivo del citado bicentenario.

         Pedro Castellano Bote realiza un pormenorizado estudio de la casa del Cordón, actualmente sede del Arzobispado de Mérida-Badajoz, analizando pormenorizadamente la evolución del solar y la casa, los deslindes y sus sucesivos propietarios. El escudo que aparece, en el centro de la portada corresponde a su antiguo dueño Miguel de Andrade Alvarado, y puede fecharse en torno a 1775.

         Muy interesante es el trabajo del prof. Julián García Blanco sobre la cárcel pública de Badajoz, de la que se conservan referencias al menos desde 1495. Como ya intuíamos la situación del presidio fue casi siempre deplorable, debido a sus pésimas condiciones de salubridad y a la corrupción de los propios alcaides. Incluso, hubo años en los que no hubo alcaide por falta de dotación económica. Lo cierto es que, bien por negligencia o bien por prevaricación del responsable de la prisión, se produjeron innumerables fugas, en muchos casos de presos que estaban condenados a servir en galeras. En el siglo XIX la situación del recinto debió mejorar por lo que las fugas ya no se producían desde el interior de la cárcel sino en los traslados al hospital o a otra cárcel o durante las salidas para realizar trabajos para el municipio. La cárcel real –también llamada vieja-, fue demolida en los años treinta del siglo pasado.

         Muy peliagudo era el trabajo del cronista local Alberto González Rodríguez, sobre historiadores, archiveros y cronistas vinculados a Badajoz. Pero el autor completa este trabajo historiográfico con bastante solvencia y sin entrar en vanas polémicas. Hace un completo recorrido por todas las personas que desde hace siglos han realizado algún trabajo relacionado con la historia o con la documentación del municipio. Cita a cientos de autores modernos y contemporáneos y no se aprecian olvidos significativos ni entra en cuestiones polémicas de signo ideológico. Es un buen trabajo de síntesis historiográfica sobre Badajoz.

         Teodoro A. López, canónigo archivero del repositorio Diocesano analiza el archivo de la Catedral de Badajoz, con unos umbrales cronológicos que van desde el año 1255 hasta nuestros días. Se limita a describir los fondos lo que hace con solvencia ya que es la persona que mejor los conoce.

         Muy interesante es el estudio que presenta Álvaro Meléndez Teodoro sobre los cementerios de Badajoz, haciendo especial hincapié en el de San Juan. Un camposanto inaugurado en 1839 y que se mantiene en activo en nuestros días. Reivindica su consideración como espacio histórico para evitar la desaparición de lápidas antiguas y monumentos que constituyen verdaderas obras de arte desconocidas.

         Le sigue mi trabajo sobre los pacenses participantes en la conquista del Perú. En él destaco el origen badajocenses del famoso artillero de Cajamarca, Pedro de Candía. Asimismo, dedico varias páginas al enfrentamiento entre almagristas y pizarristas, que llevo a varios oriundos de la ciudad a luchar en bandos opuestos a varios miles de kilómetros de su ciudad natal.

         Y el volumen se cierra con un trabajo del Prof. Tomás Pérez Marín sobre el comercio en Badajoz en el Siglo de las Luces. Analiza los abastos de pan, carne, vino, aceite, etc., que salvo en el caso del pan se sacaba anualmente a subasta. Los precios variaban mucho en función a la oferta, es decir, a la abundancia o escasez de esos productos que dependía de la cosecha. Otros productos eran un estanco regio, como la sal, el tabaco o los naipes. Destaca especialmente el comercio transfronterizo con Portugal, una parte del cual era legal aunque también había mucho contrabando. Este comercio ilegal era mayor en tiempos de crisis, de guerras o de malas cosechas, pues la limitada oferta hacía que el precio de los productos se disparase y el contrabando resultase mucho más rentable.

         Para finalizar, destacar la calidad científica de los textos presentados en este volumen, lo cual obviamente hay que agradecer a los profesores participantes pero sobre todo al coordinador del volumen.



ESTEBAN MIRA CABALLOS

CUADERNOS DE ÇAFRA (2016)

CUADERNOS DE ÇAFRA (2016)

Cuadernos de Çafra. Estudios sobre la historia y el Estado de Feria, Nº XII. Zafra, 2016, I.S.N.N.: 1696-344X, 312 págs.

            Acabo de recibir el último número de la revista “Cuadernos de Çafra” que edita el Centro de Estudios del Estado de Feria. Al igual que en números anteriores, se trata de una edición muy cuidada en el que se incluyen numerosos aportes a la historia de la villa. Como de costumbre integra los dos trabajos presentados a las XVI Jornadas de Historia de Zafra y el Estado de Feria así como seis artículos, para cerrar con varias reseñas de libros.

            El número abre con el trabajo de Rogelio Segovia sobre las monedas del Museo de Santa Clara de Zafra, en la que ofrece un estudio pormenorizado de cada una de ellas. Sigue el aporte de los profesores Miguel Ángel Naranjo y Manuel Roso sobre la desamortización de Godoy en Zafra. Se trata del proceso desamortizador menos conocido de los tres y del que estos dos profesores son los máximos especialistas en el caso extremeño.

            En cuanto a los artículos, destacan los tres aportes sobre las relaciones entre Zafra y América, dos de ellos firmados por el que escribe estas líneas y un tercero por la joven investigadora Lucía Lobato Hidalgo sobre los bienes de difuntos de los emigrantes zafrenses. El artículo de Juan Miguel Fernández Sánchez indaga en la vida de la familia Lieves, maestros canteros de origen cántabro que destacaron en el panorama arquitectónico de la Baja Extremadura en el siglo XVI. El autor viene investigando a esta saga de canteros desde hace varias lustros, y en este artículo analiza su vinculación con la Torre de Miguel Sesmero. Y por último, se incluyen dos trabajos, el de  José Antonio Torquemada sobre el ferrocarril en Zafra y otro sobre la vida del político del siglo pasado Francisco Luna Ortiz, firmado por Juan Carlos Fernández.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS