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EXTREMEÑOS CONDENADOS A GALERAS

EXTREMEÑOS CONDENADOS A GALERAS

Carmona Gutiérrez, Jessica: Extremeños condenados a galeras. Delito y represión en tiempos de Felipe II. Badajoz, Diputación Provincial, 2015, 205 págs., I.S.B.N.: 978-84-7796-278-6

        Este libro se circunscribe al análisis de un grupo de ocho expedientes del Archivo General de Simancas, concretamente de la sección Cámara de Castilla, legajos 28 (Nº 1 y 2) y 29 (Nº 1 al 6). Después de la batalla de Lepanto, concretamente a finales de 1572, el monarca ordenó a las justicias de Castilla que señalasen el número de condenados que había en las cárceles públicas con la intención de incorporarlos como remeros en las galeras reales. Había un déficit crónico de estos efectivos lo que provocó que casi a cualquier delincuente, por pequeña que fuese la infracción cometida, se le enviase al menos dos años para servir de fuerza motriz de las embarcaciones del Mediterráneo. Un total de diecisiete municipios extremeños respondieron y en base a esas respuestas la autora confeccionó el presente libro. Cronológicamente se limita también a un período muy concreto, determinado por los umbrales cronológicos de esa misma documentación, el reinado de Felipe II. Pese a este encorsetamiento, el trabajo resulta de interés por el atractivo tema que aborda y por el serio análisis de los datos localizados.

        El tema tiene ya una larga trayectoria, pues disponemos de trabajos clásicos firmados por autores como José Luis de las Heras, Manuel Martínez o José Manuel Marchena. Sabíamos de lo ingrato que era el trabajo de galeote, tanto que la mayor parte de ellos eran condenados porque pocos estaban dispuestos a ir asalariados. De ahí que se hablase de remeros de buena boya –asalariados- frente a los de mala boya –forzados-aunque a todos se les llamase chusma. Un concepto que, como se aclara en el prólogo, no tenía las connotaciones despectivas que tiene en la actualidad.

        Las necesidades de forzados en las galeras provocaron que cualquier delito por nimio que fuese se condenase con la pena de entre dos y diez años de galeras. Un simple hurto se condenaba a seis años, mientras que el simple hecho de ser vagabundo se condenaba con cuatro o el ser jugador con seis. Un vagabundo era, según Castillo de Bovadilla, un holgazán y éste a su vez era un ladrón en tanto que mendigando vivía del sudor de la frente de las demás personas. El simple hecho de deshonrar a una doncella, prometiéndole falsamente matrimonio para tener acceso carnal con ella se condenaba con cinco o seis años de servicio en galeras. Pero por la misma razón, un delito grave, como el asesinato o el incesto, que normalmente se saldaba con la ejecución del infractor, también en estos momentos se conmutaba por el servicio en la boga.

        Asimismo, en la misma cédula de 1572 se incluía entre los candidatos a galeotes a los gitanos. Una minoría que fue criminalizada en tiempos del rey prudente, quien satisfacía con ellos las necesidades de galeotes al tiempo que reducía el problema del descontrol de estos grupos seminómadas. En cuanto a la edad de estos forzados se amplió la edad de servicio, pues en 1530 se estableció que los remeros debían tener al menos veinte años, y en 1566 se rebajó hasta los diecisiete, aunque desde los catorce podían trabajar en las galeras pero no en sus bancadas. Eso sí, la edad máxima se mantuvo en los cincuenta porque era un trabajo tan duro que difícilmente una persona que superase esa edad podía ser útil para la boga.

        Por lo demás, dedica un epígrafe a los moriscos, aduciendo un testimonio del corregidor de Trujillo en el que recomendaba su recluta para dicho fin. Sin embargo, la autora no consigue documentar ni un solo caso concreto por lo que no podemos saber si realmente fue una práctica más o menos habitual. En cambio, llama la atención que no aparezcan expósitos, pese a que hay documentación que indica que muchos de estos engrosaron las filas de la mendicidad en las grandes ciudades, acabando finalmente, junto a los demás vagabundos, encadenados al banco de una galera.

        El volumen se completa con un apéndice documental de casi cuarenta páginas y con un completo regesto de fuentes documentales y bibliográficas.

        Se trata de un libro de objetivos limitados, pues tan solo analiza unos documentos muy concretos del Archivo de Simancas. El contraste, mucho más laborioso, de este material con los documentos localizados en los archivos locales le hubiese proporcionado muchísima más información. Yo mismo he visto algunas cartas de en las que los dueños de esclavos condenaban al servicio en galeras de sus aherrojados más desobedientes. Pese a dichas limitaciones, el mérito de su autora es ofrecer bastantes ejemplos de extremeños condenados a galeras por dichos delitos. En resumidas cuentas, estamos ante un libro atractivo por su temática y que consigue aislar no pocos casos de extremeños que acabaron sus días en un medio tan diferente al suyo como era el banco de una galera.



ESTEBAN MIRA CABALLOS

A PROPÓSITO DE UNA RESEÑA: LA LIBERTAD EN LA SOCIEDAD ESPAÑOLA EN LOS SIGLOS XVI Y XVII

A PROPÓSITO DE UNA RESEÑA: LA LIBERTAD EN LA SOCIEDAD ESPAÑOLA EN LOS SIGLOS XVI Y XVII

Esteban Mira Caballos; Historia de la villa de Solana de los BarrosOrdenanzas municipales de 1554, Badajoz, edita Diputación Provincial de Badajoz 2014, 190 pags.

 

 

1. La obra

 

        El autor es Doctor en Historia por la Universidad de Sevilla y profesor de Geografía e Historia en el I.E.S. Mariano Barbacid de Solana de los Barros (Badajoz).

        La obra es aparentemente modesta por su contenido, pues utiliza como eje la Ordenanza municipal de 1554. Sin embargo va mucho más allá y está arropada por datos económicos, costumbres, sentimiento religioso, la evolución de la población y su mortalidad, estratos sociales (incluidos los esclavos), emigración a América y sus requisitos y limitaciones, y resulta de gran ayuda para comprender una época en sus grandezas y miserias.

 

        Accedí a esta lectura casualmente y en seguida me dejó atrapado y me impulsó a compartir el texto a través de una reseña y de los comentarios que me sugirió tanto la organización municipal como la sociedad rural que era mayoritaria en la España de la Edad Moderna e incluso hasta el siglo XIX con la desamortización y que en muchos aspectos continuó - si bien cada vez más deteriorada - hasta mediados del siglo XX.

 

        A través de las Ordenanzas y de su aplicación práctica, se comprende hasta qué punto era Castilla, en los siglos XVI y XVII, una tierra mayoritariamente de hombres libres y profundamente religiosos, a pesar de existir una exigua minoría de esclavos y libertos que en ningún momento llegó al 5%, y ello en contraste con la Cataluña de pequeños señores feudales y no digamos con la mayoría del resto de Europa en la que el feudalismo había estado fuertemente implantado.

 

        El autor comienza describiendo el tipo de propiedad y poblamiento del municipio, de características comunes a buena parte de los municipios de Castilla. A mediados del siglo XVI, el concejo de Solana de los Barros (Badajoz) adquirió un terreno de una legua y una sexma de largo por media legua de ancho en 6.000 ducados. Para hacerse una idea de la extensión y el precio de la finca, baste decir que tenía una superficie de unas 1.800 Hras. de tierra de primera calidad como es la tierra de aluvión del Guadiana y su afluente el Guadajira en la comarca de Tierra de Barros y el precio actualizado estimo que sería aproximadamente el equivalente actual (2015) a poco más de 800.000 euros, es decir de algo menos de 500/ Hra., equivalente estimado a 3,35 ducados/Ha.. Es destacable que la superficie de esta finca comunal representaba casi un tercio del término municipal de Solana de los Barros y era explotada únicamente por los vecinos.

 

 

2. Comentarios al contexto social y económico del municipio

 

        En otras comarcas del Ducado de Feria, como Zafra, Feria o La Parra, los terrenos eran de propiedad particular. En cambio en Solana de los barros, salvo las pequeñas fincas particulares y la gran dehesa propiedad comunal del Concejo, gran parte de las tierras eran de propiedad señorial. Estas tierras eran cedidas en arrendamiento perpetuo a cambio del pago de 1/9 de la producción del arrendamiento, después de deducir el diezmo de la Iglesia. La renta de la alcabala, que era un impuesto que gravaba con el 5% todas las transacciones comerciales, tanto de mercancías como de muebles e inmuebles, varió desde el siglo XVI hasta mediados del XVII entre 124.000 maravedíes (un ducado = 375 maravedíes) y 365.000. La renta del arrendamiento venía a ser otro tanto, lo que da idea de la producción total del municipio, que debería estimarse multiplicar la renta del arrendamiento aproximadamente por 10 y sumarle la producción particular y la comunal, además del producto de los diversos oficios. Ello para una población estimada a lo largo del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII que varió entre los 600 y 1.200 habitantes, calculada apartir de los censos de vecinos. Todo esto unido al diezmo a la Iglesia, y los gastos del municipio, que se autofinanciaba con las rentas de su propiedad, podía estimarse una presión fiscal por todos los conceptos inferior al 20% lo que en comparación con la media actual en España, y en cualquier Estado, parece irrisoria. A estos impuestos había que sumar ciertas aportaciones extraordinarias ocasionales, como la de 650 fanegas (aproximadamente equivalente a unos 1.600 kgs.) de trigo en 1580, para abastecer los tercios que entraron en Portugal cuando se produjo la unión a la corona española de Felipe II, y que parece una aportación poco onerosa en relación a la producción estimada del municipio que como media sería de unos 1.200 Kgs./Hra., o algo superior.

 

        Con estos datos podría estimarse que la renta per cápita en aquella época podría estimarse en un equivalente a no menos de 6.000 euros actuales, a lo que habría que sumar el autoconsumo y el conjunto de unos modestos servicios de comerciantes y artesanos. Ello explica que en esta época hubiera en el concejo nada menos que 6 sastres censados, además de zapateros, herrero, mesoneros, barberos, molinos, carnicería con una rígida reglamentación sanitaria, así como comerciantes con una estricta regulación de pesos y medidas. A estas actividades habría que sumarle la industria de la construcción y el servicio de transportes que representarían más del 10% de la actividad y renta del municipio. A estos datos relevantes como indicios de actividad económica, hay que añadir que se daba un volumen de transacciones bastante elevado, a juzgar por el importe anual del impuesto de la alcabala. Esto indica una sociedad sencilla pero de cierta complejidad y relativamente acomodada, incluso en comparación con el medio rural actual.

 

        Desde el punto de vista social, la gran extensión de una gran propiedad comunal igualitaria daba lugar automáticamente a una población del municipio sin grandes desigualdades económicas y en la que las diferencias de riqueza estaban generadas fundamentalmente por el trabajo y habilidad en las explotaciones familiares.

        Esta sociedad igualitaria y relativamente próspera, explica que hubiera ciertos servicios sociales embrionarios, como la asistencia en la enfermedad y gastos de sepelio, que al parecer se realizaba a través de una hermandad de Ánimas. Incluso existía un hospital de pobres desaparecido en el siglo XVII y que era visitado por los alcaldes, en presencia del escribano, que verificaba que estaba bien provisto para atender a los enfermos. Hay que suponer que en una localidad pequeña el hospital se limitaba a una sala común en la que se atendía a enfermos sin recursos, pero esto era una avance considerable en comparación no solo con lo existente en otros países, sino también con lo que era habitual en la España del siglo XIX.

 

        Los bautizos, la sucesión de la administración de sacramentos, las fiestas religiosas, la regulación de las ayudas a misas, velas, etc., demuestra que no sólo la argamasa que unía sólidamente esta sociedad era la moral y religión católicas, sino que también era el espíritu vital que la animaba tal como de forma afortunada había expresado sintéticamente Marcelino Menéndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos. A este respecto resulta significativo un hecho reflejado con toda naturalidad en el registro parroquial en 1706: <<Pedro, hijo de María de los Ángeles, esclava de Pedro Sánchez Notario, le eché el agua en casa por algún peligro>>.

 

        Por ejemplo, el número de esclavos y libertos existente durante la segunda mitad del siglo XVI y primera del XVII, nunca llegó al 5% y ello a pesar de ser el municipio de la comarca con mayor número de esclavos. Resulta significativo que los esclavos eran bautizados al igual que el resto de los ciudadanos, lo que indica que el sello que certificaba su pertenencia a la comunidad era su integración en la Iglesia. A partir de la segunda mitad del siglo XVII el número de esclavos era casi inexistente. La escasa cifra de esclavos en esa época, sin ser despreciable, no permite calificar la esclavitud de institución de cierto peso, sobre todo si se compara por ejemplo con la existente en la América anglosajona de fines del siglo XVIII, ya que en las 5 colonias inglesas del Sur de las 13 colonias del pequeño territorio de Norteamérica se estima que representaban prácticamente la mitad de la población, con más de un millón de personas.

 

        La emigración era un fenómeno poco frecuente, tal como precisa la documentación existente, al menos en este municipio. Ello se deduce de los datos de la emigración en el siglo XVI (33 personas) y en el siglo XVII (12 personas), muestra que su incidencia en la población puede calificarse de insignificante. La mayoría de los emigrantes eran solteros, pero no faltaban familias enteras, lo que explica que casi el 18% fueran mujeres. A mi juicio, el escaso número de emigrantes se debe por un lado a lo estricto de su selección de los emigrantes, ya que se les exigía una especie de certificado de buena conducta, al contrario de lo que ocurría en otros países europeos, donde la mayoría de los emigrantes eran delincuentes y penados, incluso en el siglo XIX. A lo estricto de la selección se unía que el pasaje no era barato, como consta en la documentación de un pasaje en el que el coste por persona a principios del siglo XVI era de dos ducados (que podría ser el equivalente actual a unos 300 euros, que no era poco teniendo en cuenta que era una economía poco monetizada).

 

        El hecho de que a lo largo de dos siglos el total de emigrantes fuera de 45, da idea de la poca incidencia que tuvo la emigración en su población y posible repercusión indirecta en la decadencia de España. Esta perspectiva se ve acentuada con que durante el siglo XVII la emigración se redujo a 12 personas en paralelo con la reducción de población media del municipio que pasa de [6001000] personas durante más de un siglo a unas 250 y que se mantiene estable a lo largo de dos siglos, desde mediados del siglo XVII hasta mediados del XIX. La reducción de población se explica mejor por la elevación de la mortalidad, que está documentada entre 1673 y 1709, con una mortalidad media en esos años de 13 por año, de los cuales casi el 50% corresponden a mortalidad infantil. Una mortalidad tan alta resulta inexplicable ya que significaría la desaparición de la población del municipio en pocas décadas. No hay constancia de las causas de tan altas tasas de mortalidad, que podría ser debidas a la gravísima epidemia de peste que en 1649, procedente de África, se extendió desde Sevilla y que probablemente prolongó sus efectos demográficos durante mucho tiempo. Los pequeños ejércitos de la época empleados en las guerras representarían una mortalidad relativa, sobre el total de la población, muy baja.

 

        Un fenómeno que está también documentado es el de los expósitos. Entre 1614 y 1713, el número de niños expósitos fue de 6, sobre un número de nacimientos de más de 1.000, lo que teniendo en cuenta la inexistencia de abortos provocados, resulta una cifra insignificante y confirma la existencia de una sociedad sana moralmente y carente de agobios económicos.

 

 

3. Comentarios a la organización política del municipio

 

        Llama la atención el sistema de elección de alcaldes y cargos con voz y voto en el concejo, que eran ocho en total y elegidos por duplicado en cabildo secreto el día de pascua de Navidad, en presencia del escribano, por un período de un año. Del total de los 16 elegidos, el conde elegía a su vez ocho. Desde 1481, era obligatorio que los municipios dispusiera de un edificio para la celebración de los cabildos y una cárcel municipal. El autor pudo comprobar que los alcaldes y oficiales no eran reelegibles, ni tan siquiera sus parientes.

 

        Este sistema de elección está cerca del sistema de la Atenas clásica en el que el sistema de elección era por sorteo entre los ciudadanos en una sociedad relativamente numerosa. En una sociedad poco numerosa como el municipio, un sistema de rotación tan rápido, permitía que la mayor parte de los vecinos ejercieran un cargo público a lo largo de sus vidas.

 

        En un ambiente así, de hombres libres y sin grandes desigualdades sociales, se puede comprender que unAlcalde de Zalamea, no es una mera figura literaria, sino que probablemente fue un personaje y unos hechos reales. Y una sociedad trabada con esas prácticas y regida por estas leyes y costumbres se comprende que era sumamente sólida y que no podía tener competencia ni como potencia militar ni económica ni cultural, en el mundo del siglo XVI y XVII.

 

        El sistema de participación política ciudadana y razonablemente democrática causa sorpresa dado el grado de libertad e igualdad de derechos que representa en una pequeña sociedad como es el municipio.

 

        A mi juicio, el sistema fiscal español del siglo XVI y XVII descrito en la obra tenía el inconveniente que concentraba excesivo poder económico en la Iglesia y en los diferentes señoríos, en detrimento del poder regio central. Ello a pesar de que buena parte de las obras públicas como puentes y caminos, hospitales, universidades así como la educación y, por supuesto la asistencia social, era sufragada en gran parte por los señores y sobre todo por la Iglesia. Bien es cierto que un sistema fiscal centralizado, ya sea en el Estado o en otras entidades locales también tiene serios inconvenientes, al concentrar el poder en unas oligarquías más o menos numerosas y poderosas.

 

        Sin que la obra pretenda demostrarlo, la decadencia de este municipio de Extremadura coincide casi exactamente con el inicio de la decadencia española en la segunda mitad del siglo XVII, pero sin embargo no aparece, ni directa ni indirectamente, ninguna de las causas que numerosos historiadores atribuyen a la decadencia española. Las causas de la decadencia que suelen enumerarse hasta convertirse en un tópico son la expulsión de los judíos y moriscos, la emigración a América, las guerras, la pobreza, el hambre y un sentimiento generalizado de minusvaloración del trabajo, que en todo caso tendrían una influencia marginal.

 

        Si este municipio extremeño es representativo de los municipios castellanosy todo parece indicar que - , ninguna de las supuestas causas de la decadencia parece tener ninguna influencia. Si nos fijamos en la influencia de la expulsión de judíos y moriscos, al margen de que su número debió ser escaso en relación a la población, los judíos se dedicaron preferentemente al comercio y al préstamo residiendo en barrios de núcleos urbanos lo que no parece que tenga influencia significativa en el sistema económico; los moriscos, al parecer relativamente numerosos en Extremadura, se dedicaban en su mayor parte a la agricultura y artesanía por lo que la repercusión en la economía debió de ser mayor, pero tampoco significativa. La emigración a América se comprueba que por su proporción insignificante en la población española tampoco pudo tener una incidencia negativa, incluso aunque fuera un poco potenciada al ser selectiva de personas de cierto nivel y de buena conducta. Las guerras, eran mantenidas por España con un pequeño ejército permanente, del que casi dos tercios estaban constituidos por italianos, alemanes y suizos, por lo que su influencia en términos de población debió ser insignificante. La pobreza y el hambre se puede afirmar que eran inexistentes en el medio rural, al menos hasta la segunda mitad del siglo XVII. En cambio debió ser importante la incidencia de enfermedades como demuestra la mortalidad registrada a finales del siglo XVII. La holganza o el sentimiento de minusvaloración del trabajo parecen ausentes de la sociedad rural estudiada.

 

 

4. A modo de conclusión

 

        La religiosidad empapaba y regía la vida del municipio y en las ordenanzas se alude constantemente al santoral y a las ayudas que prestaba directamente el municipio en algunas fiestas señaladas, en especial en Semana Santa en el que el concejo contrataba a un predicador durante la Cuaresma.

 

        Un elemento de estas ordenanzas y de la vida en el municipio que destaca por su influencia en una sociedad equilibrada y con escasas desigualdades, es la propiedad comunal.

 

        La desaparición de la propiedad comunal, - de manera destacada por la desamortización,- debió influir decisivamente en la decadencia del municipio y potenció la acumulación de riqueza en pocas manos y consiguientemente el empobrecimiento y proletarización de gran parte de la sociedad española.

 

        Actualmente estamos asistiendo a la última fase de este despojo de la propiedad comunal, con la desaparición de las Cajas de ahorro y Montes de Piedad, las cooperativas, las mutuas y las hermandades, que eran el último baluarte de una sociedad solidaria que al fragmentarse y desestructurarse se ha convertido en presa fácil de grandes corporaciones.

 

        Una faceta colateral de este proceso es la privatización de empresas nacionalizadas de sectores calves (telecomunicaciones, energía eléctrica y petróleo, motor, naval, aeronáutica, militar,) por parte de gobiernos calificados tanto de izquierdas como de derechas. En definitiva, una empresa nacionalizada no es o era más que una propiedad comunal, al menos formalmente, a escala nacional.

 

        Lo que parece deducirse como enseñanza de la Historia y de estas ordenanzas municipales, es que toda comunidad política necesita para su cohesión una religión común, tal como ocurrió desde los sucesivos imperios egipcios, el romano con la deificación de la propia Roma y el Emperador, o al menos un sucedáneo como ocurre actualmente con China y la URSS con el comunismo o con EEUU en su culto por la democracia, más o menos mitificada y mixtificada, la propia nación y combinada con una moral puritana.

 

        Cuando el sistema de creencias se diluye, se acelera la decadencia y muerte de esa sociedad, como parece que comienza a percibirse en EEUU, donde la literatura y el cine comienzan a cuestionar un sistema al que presentan como una oligarquía de forma semejante a lo que ya ocurrió con Inglaterra y su Iglesia nacional, que se ha diluido al mismo tiempo que la moral victoriana.

 

        En definitiva, una obra que creo puede resultar una mina para un historiador del siglo XVI y XVII y que le puede ayudar a una mayor comprensión de la sociedad de esa época, pues el tipo de ordenanzas municipales, era común al menos en Castilla. Bien es cierto que cada historiador pondrá el acento en algunos aspectos más que en otros y destacará algún matiz de acuerdo con su formación y con información complementaria.

 

Antonio de Mendoza Casas

 

 

Madrid 18 de agosto de 2015

ESPAÑA ANTE SUS CRÍTICOS. LAS CLAVES DE LA LEYENDA NEGRA

ESPAÑA ANTE SUS CRÍTICOS. LAS CLAVES DE LA LEYENDA NEGRA

RODRÍGUEZ PÉREZ, Yolanda, SÁNCHEZ JIMÉNEZ, Antonio y BOER, Harm den (Eds.): España ante sus críticos: las claves de la Leyenda Negra. Madrid, Iberoamericana, 2015, ISBN: 978-84-8489-906-8, 275 págs.

 

         La historiografía sobre la Leyenda Negra cuenta ya con una amplísima producción bibliográfica, desde los pioneros estudios de Julián Juderías, pasando por los de Rómulo Carbia, Philip W. Powell, Esteban Calle Iturrino, Miguel Molina, Ricardo García Cárcel, Miguel Ángel García Olmo, Jesús Villanueva, entre otros muchos. Ésta fue todo un alegato contra la primera potencia imperial del momento, para lo cual se exageraron todos los aspectos negativos, acusándola de mantener una política expansiva. Los españoles eran objeto de los peores calificativos: crueles, bárbaros, iletrados, moros, judíos, marranos, lascivos, vanidosos, falsos, entre otras lindezas. Pilares de esa leyenda fueron la Inquisición, los vicios personales de Felipe II, la crueldad innata de los hispanos y sus deseos de dominar el orbe. Obviamente, los argumentos no son más que clichés falsos, pensados como oposición al dominio de la primera potencia mundial de la época.

        Este libro supone una puesta al día, un estado de la cuestión, al tiempo que se aportan nuevas reflexiones, nuevos perfiles de esa leyenda, aún poco explorados. Se trata de un total de once aportes, diez redactados en castellano y uno en inglés, firmados por profesores de distintas universidades europeas y americanas.

        El primero de los trabajos, firmado por Antonio Sánchez Jiménez, es un estado de la cuestión en el que se analiza la ingente bibliografía, destacando el alto grado de politización de los mismos. Muy interesante es el aporte del profesor Jesús María Usunáriz que se ocupa de la respuesta que la intelectualidad y el poder monárquico dio a estos ataques para tratar de contrarrestarlos. A veces tenemos la impresión de que España no respondió a la hispanofobia. Sin embargo, no solo se leyó la literatura antiespañola sino que fueron pertinentemente replicados, e, ocasiones de forma airada. Guillermo de Orange atacó a Felipe II y a los españoles, pero los autores españoles lo tildaron a él de traidor, hereje, ambicioso, alevoso, tirano, usurpador, forajido, cruel, etc. Ejemplos como el del fraile Pedro Cornejo, autor de Antiapología, solo un año después de la publicación de la Apología de Guillermo de Orange, es muy clarificador al respecto. Es cierto que no hubo una respuesta orquestada u organizada, es decir, que no hubo nada parecido a un Ministerio de la Propaganda, como tuvieron los nazis, pero no lo es menos que entre los propios auspiciadores de la Leyenda Negra, según demostró en su día Ricardo García Cárcel, tampoco la hubo.

        Por su parte, Santiago López Moreda aclara que los orígenes de la Leyenda Negra son muy anteriores a la época del padre fray Bartolomé de Las Casas o a la fecha de la publicación de la Apología de Guillermo de Orange. En realidad, comenzó a forjarse en Italia, como respuesta a la animadversión que estos sentían por la presencia de aragoneses en su tierra. Llaman la atención los calificativos que el papa Bonifacio VIII dedica especialmente a los catalanes de los que dice que ninguno era de fiar y que no eran personas de bien. Después la Leyenda se extendió a los territorios de expansión de la monarquía: América, Flandes y Portugal.

Concretamente, en Portugal, el prior de Crato, aspirante al trono luso, auspició dicha leyenda, colocando a Felipe II como un vulgar usurpador, exactamente igual que Guillermo de Orange hacía en el caso flamenco. Desde su exilio en Francia, Crato mantuvo sus aspiraciones al trono de Portugal, lanzando periódicamente soflamas contra la tiranía y crueldad del peor de los monarcas, Felipe II. Pero la leyenda no se limitó a los territorios americano, flamenco y portugués. El Dr. Juan Luis González analiza el caso del desdichado príncipe don Carlos, hijo de Felipe II y de Isabel de Portugal. Había quedado huérfano de madre a los pocos días de nacer y fue un niño enfermizo. En enero de 1568, cuando tenía veintitrés años, y tras verificarse que sus dolencias físicas y mentales no tenían solución, fue encerrado por orden de su padre, en una de las torres del alcázar de Madrid. Y ello, porque el monarca interpretó que había que retirarlo de la vida pública y de cualquier posibilidad de gobierno. Murió entre esas cuatro paredes varios meses después. Los sucesos fueron llevados a cabo por el monarca con el máximo secretismo, lo que no impidió que se convirtiera en una de las novelizaciones de la Leyenda Negra. Cómo no, Guillermo de Orange, se encargó de afirmar que el padre había asesinado al hijo.

        El caso del escritor calabrés Tomasso Campanella es singular porque pasó de ser en su juventud un apologista de la Monarquía a un detractor en los últimos años de su vida. Actuó así por intereses personales, al principio defendió que España había recibido la tarea divina de defender el catolicismo en el mundo, y ello con la intención de que se le indultase por su intento de sedición. Sin embargo, cuando ya no le interesó congraciarse, desveló su verdadero pensamiento, atribuyendo a los españoles casi todos los estereotipos de la Leyenda Negra: avariciosos, crueles, libidinosos, perezosos, etc.

        Eric Griffin analiza un conjunto de panfletos antihispánicos que se publicaron en Inglaterra para impedir el acercamiento entre ese país y España, durante los últimos años del reinado de Jacobo I. Por su parte, Carmen Sanz Ayán estudia los panfletos que se editaron en Génova, un aliado tradicional del Imperio de los Habsburgo. La coalición se basaba en beneficios mutuos, pues España disponía de la flota ligur y, a cambio, los genoveses comerciaban libremente en el Imperio Hispánico y obtenían grandes ganancias como prestamistas de la monarquía. Sin embargo, no faltaron los detractores de esta alianza que practicaron una literatura de oposición, usando los tópicos clásicos de la Leyenda Negra: crueles, lujuriosos, avariciosos, etc.

        Y el último aporte, firmado por Harm den Boer, analiza el papel que tuvieron los exiliados españoles en la forja de la literatura antiespañola. De especial relevancia fueron los textos de los protestantes expatriados, así como de los judeoconversos, que vieron en estas soflamas una buena oportunidad para vengarse.

        La Leyenda Negra muestra el odio que muchos europeos sentían hacia España que interpretaban era su máximo rival político. Ahora bien, como ha escrito Barbara Fuchs, en el fondo también subyace el reconocimiento explícito de esa superioridad hispánica e implícito de una cierta admiración por su modelo cultural. El tema sigue teniendo plena vigencia y este libro incorpora los últimos aportes sobre la materia, al tiempo que aporta nuevas líneas de trabajo en las que seguir profundizando en los próximos años.

 

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

LA NOBLEZA EN LA ESPAÑA MODERNA. CAMBIO Y CONTINUIDAD

LA NOBLEZA EN LA ESPAÑA MODERNA. CAMBIO Y CONTINUIDAD

SORIA MESA, Enrique: “La nobleza en la España moderna. Cambio y continuidad”. Madrid, Marcial Pons, 2007, 371 págs. I.S.B.N.: 978-84-96467-40-8

 

        Este libro constituye un estado de la cuestión sobre el estamento privilegiado en la Edad Moderna. Su tesis fundamental es que el Primer Estado estuvo lejos de ser un estamento estático. Los linajes se veían continuamente renovados por casamiento o a través de la venalidad de títulos, hidalguías y hábitos de caballería, que adquirían lo mismo políticos que banqueros, comerciantes, mercaderes y hasta conversos del Tercer Estado. Se trata de una idea que no es nueva, pues ya Antonio Domínguez Ortiz, en su clásica obra “Las clases privilegiadas en el Antiguo Régimen” (1973) aludió a esta venalidad a lo largo de toda la Edad Moderna. En cambio, sí hay que reconocer al autor el mérito de haber abundado mucho más en esta permeabilidad, aislando y estudiando numerosos casos. Menos frecuentes fueron las ventas de hidalguías, probablemente porque con poco más dinero se podía falsear la genealogía y comprar testigos para conseguir unos orígenes “inmemoriales” con los que lustrar verdaderamente a su estirpe. Todo ello favorecido por la ausencia de reglas que regulasen el uso de los apellidos, que se colocaban o cambiaban al antojo de cada cual. Lo cierto es que ya advirtió Francisco de Quevedo que “poderoso caballero era don dinero”. Y efectivamente, con numerario resultaba extremadamente fácil acceder al estamento nobiliario. Bien es cierto que el ochenta por ciento de los privilegiados pertenecían a la baja nobleza, mientras que la alta nobleza constituía un porcentaje muy reducido.

A lo largo de la Edad Moderna, los problemas de liquidez de la Corona hicieron que recurriese a la venta de todo lo vendible: desde oficios públicos, a señoríos, títulos de ciudad, títulos nobiliarios o simples hidalguías. Efectivamente, se vendieron al mejor postor condados, marquesados y Grandezas de España. Si había dinero para pagarlos y para comprar testigos no había demasiados problemas en con seguir el ansiado ennoblecimiento. Como afirma el autor, esta absorción de advenedizos reforzaba la sociedad estamental, pues estos reciente egresados en el privilegio no lo hacían para cuestionarlo sino al revés para perpetuarlo. Por eso, el Dr. Soria Mesa habla de cambio inmóvil, pues este trasiego de sangre nueva implicaba cambios pero a la vez contribuía a la perpetuación del sistema y en definitiva al inmovilismo. Esta renovación, posibilitó de manera sistemática la renovación biológica del estamento, reforzando las bases sobre las que descansaba el sistema absolutista-estamental de la época. El culmen de la venalidad se alcanzó durante el reinado de Carlos II en el que se vendieron nada menos que 411 títulos nobiliarios, 54 más de los que expidió su sucesor en el trono, el rey Felipe V.

Conocíamos casos muy sonados, que por cierto no cita el autor, como el del mercader Antonio Corzo, que compró el señorío de Cantillana, o el del indiano riojano Juan José de Ovejas, primer marqués de Casa Torre, que en una sola generación pasó de ser un simple perulero a un miembro destacado de la aristocracia. Lo primero que hizo, fue desde luego construirse un imponente palacio en su tierra natal, porque no bastaba con ser noble, también había que parecerlo. Muchos mercaderes y comerciantes extranjeros, establecidos en la cabecera de las Indias, la mayoría genoveses, también obtuvieron su título nobiliario, como Bartolomé Spínola, Conde de Pezuela de las Torres, Domingo Grillo, Marqués de Clarafuente y Grande de España, o Juan esteban Imbrea y Franquis, Conde de Yelbes, por citar solo tres. Incluso, un nutrido grupo de moriscos granadinos y de judeoconversos consiguieron hidalguías y hasta títulos nobiliarios y/o hábitos de caballería, lo que no deja de ser sorprendente como señala el propio autor. Así, el alcaide de Baza, Cidi Yahya al-Nayyar, tras entregar la ciudad a los Reyes Católicos, se convirtió al cristianismo, bautizándose como don Pedro de Granada, obteniendo una regiduría en la ciudad de su apellido. Hizo una gran fortuna y sus sucesores entroncaron con lo más granado de la nobleza castellana.

Tampoco faltaron entre el estamento privilegiado algunos amerindios, descendientes de los reyes mexicas e incas, la mayoría mestizos, que disfrutaron de una gran fortuna, como doña Francisca Pizarro Yupanqui, el Inca Garcilaso o Pedro Tesifón de Moctezuma, cuyos descendientes obtuvieron una Grandeza de España.

El mayorazgo fue un instrumento que permitió a las familias concentrar en una sola persona gran parte de su patrimonio, facilitando su perpetuación. Normalmente se vinculaban al varón legítimo de más edad, aunque en muchos casos la ilegitimidad no fue un impedimento, si el progenitor lo reconocía como hijo. Al resto de los hijos siempre les quedaba la posibilidad de hacer carrera militar o eclesiástica, mientras que las hijas eran desposadas con otros personajes de la nobleza o, si los recursos escaseaban, recluidas en un convento, que era una salida muy digna y resultaba mucho más económica. En uno y otro caso, las decisiones las tomaban los progenitores, en función a los intereses familiares. Como bien afirma el profesor Soria, el matrimonio por amor fue un invento burgués del siglo XIX, probablemente perpetuado desde el romanticismo. Eso sí, había excepciones, las del típico marqués que se enamoraba y desposaba con una persona del cuerpo de servicio y, por supuesto, era mucho más frecuente entre las capas más bajas de la sociedad, donde no había dinero de por medio, y por tanto primaban estos enlaces por amor.

En mi humilde opinión el libro tiene dos puntos débiles: uno, que menciona mucha casuística nobiliaria andaluza, y especialmente granadina, que es la que el autor ha investigado personalmente, pero omite o trata muy ligeramente a la nobleza riojana, extremeña o navarra por citar solo algunos casos. Y dos, que pese a que maneja una amplia gama de fuentes, se acusan algunas ausencias bibliográficas como, por ejemplo, los numerosos trabajos del profesor Francisco Andújar que le hubiese permitido documentar más ampliamente la venalidad de la Corona de Castilla. También se echan en falta los enjundiosos estudios de Ángela Atienza, que le hubiesen proporcionado más información sobre la relación de la nobleza con el estamento eclesiástico, al que controló, mediante mecanismos como la compra de patronatos conventuales. La cuestión de la nobleza indígena y mestiza en la España moderna lo liquida en ¡dos páginas!, pese a la importancia cuantitativa y cualitativa que tuvo. Y ello, porque desconoce trabajos de mi autoría así como los de José Luis de Rojas o Miguel Luque Talaván, entre otros.

Pese a estas observaciones, podemos concluir que se trata de un libro sólido, documentado y bien estructurado, cuya lectura es recomendable y útil no solo para los modernistas sino para todos los interesados en la historia social de España.

 

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

BERCEO. REVISTA RIOJANA DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES

BERCEO. REVISTA RIOJANA DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES

Berceo. Revista riojana de ciencias sociales y humanidades, Nº 168, Logroño, 2015, 301 págs., ISSN: 0210-8550

 

        Acabo de recibir el último número de la revista Berceo que me ha enviado un colaborador de la misma, el joven investigador Javier Ortiz Arza. Me ha sorprendido lo cuidada y costeada que está la edición, así como el contenido, con nueve artículos de fondo, además de algunas reseñas.

De entre esos trabajos merece destacarse el del citado Ortiz Arza sobre la participación en el comercio Atlántico de los riojanos, originarios de Nájera, Miguel Martínez de Jáuregui y de su hermano Jerónimo de Jáuregui, en el último cuarto del siglo XVI. Se trata de dos hidalgos de escasa fortuna que decidieron marchar a Sevilla en busca de unas oportunidades que su tierra natal les negaba. Conocíamos grupos de mercaderes vascos, burgaleses, genoveses, flamencos, pero cada vez se vislumbra más la existencia de mercaderes, comerciantes y prestamistas de otros lugares, como la Rioja, Navarra o Extremadura. Los Jáuregui tocaron casi todos los palos, pues lo mismo comerciaban con distintas mercancías, incluidos los esclavos, que prestaban dinero o firmaban seguros marítimos. El mundo indiano ofrecía entonces las posibilidades de ganar mucho dinero aunque también conllevaba riesgos, como prueban las numerosas quiebras que conocemos de compañías o de personas individuales. A los Jáuregui la aventura les salió bien y en menos de un cuarto de siglo consiguieron no solo amasar una gran fortuna, sino ennoblecer su estirpe. Compraron veinticuatrías –regidurías- en la ciudad de Sevilla, además de tierras y rentas, alcanzando el hijo de Miguel Martínez de Jáuregui un hábito de la Orden de Calatrava. El autor del artículo, aporta un ejemplo más de aquellos comerciantes que en breve plazo se enriquecieron y consiguieron dar lustre a sus linajes en una sola generación. Cuánta razón tenía Francisco de Quevedo cuando decía que “poderoso caballero era don dinero”. Con fortuna, uno podía comprar cargos y títulos, evidenciando que la frontera entre el primer estamento y el Tercer Estado era mucho más permeable de lo que creíamos. Casos como el de Antonio Corzo, señor de Cantillana, cada vez se nos muestran menos excepcionales. Asimismo, el autor confirma la existencia de un nutrido grupo de riojanos, quizás no tan potentes como los flamencos o los vascos, pero que tuvieron cierta influencia en el comercio indiano, con nombres como Alonso de Belorado, Juan de Ocón, Álvarez de Enciso y los hermanos Jáuregui.

El trabajo de Pilar Andueza sobre el palacio construido por el indiano Juan José de Ovejas, primer marqués de Casa Torre, en Igea, comarca de Cervera, es también muy representativo de la ascensión social de los peruleros. Usó su fortuna para construirse un palacete que sirviera como imagen o memoria viva de la ascensión social de su linaje. Curiosamente, igual que Hernando Pizarro se construyó un siglo y pico antes su palacio en Trujillo sobre las modesta morada de su padre, Gonzalo Pizarro, Juan José de Ovejas lo erigió sobre un antiguo corral y huerta de su padre. Y es que, como recuerda la autora, no bastaba con ser noble, también había que parecerlo.

Y finalmente, quiero destacar el documentadísimo texto de Guillermo Soriano sobre la influencia del humanista calagurritano Quintiliano, un escritor hispanorromano del siglo I d. de C. Una influencia que introdujeron personajes de amplia formación que pasaron por el Nuevo Mundo, como Alejandro Geraldini, obispo de Santo Domingo, Américo Vespuccio, Gaspar de Espinosa, Francisco Cervantes de Salazar, etc.

Otras contribuciones de materia histórica y literaria, firmadas por Alfonso Rubio, Carlos Villar, José López, Diego Téllez y Mario Ruiz, completan el contenido de este número que sin duda merece la pena leer pausadamente.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

HISTORIA DE LA VILLA DE SOLANA DE LOS BARROS. ORDENANZAS MUNICIPALES, 1554

HISTORIA DE LA VILLA DE SOLANA DE LOS BARROS. ORDENANZAS MUNICIPALES, 1554

MIRA CABALLOS, ESTEBAN. Historia de la villa de Solana de los Barros. Ordenanzas Municipales 1554. /Presentación de Valentín Cortés Cabanillas. Badajoz, Excma. Diputación Provincial de Badajoz, 2014/. 190 p., fot. en col., V apéndices., V gráficos y XII cuadros en el texto, 23’5 cm. D.L. Ba. 000178/2014.

 

        El Dr. Mira Caballos, un carmonense afincado en Almendralejo, nos regala una nueva obra de su ya prolífica producción, pese a su juventud, en la que podemos apuntar una veintena de libros, más de cien artículos en revistas especializadas de España, Europa y América Latina, amén de mantener un muy visitado blog (estebanmiracaballos.blogia.com) en el que cuelga mensualmente reseñas bibliográficas, artículos, opiniones y críticas en torno a cuestiones relacionadas con la historia y, de manera significativa, con temas americanistas en los que se puede considerar uno de nuestros principales especialistas. Fruto de su reconocido trabajo es el hecho de haber galardonado con premios tan prestigiosos como el de la Fundación Xavier de Salas, el de la Obra Pía de los Pizarro y el José María Pérez de Herrasti y Narváez, además de haber sido finalista del Algaba de investigación histórica en 2008. Entre su bibliografía es necesario destacar las novedosas biografías de Hernán Cortes: el fin de una leyenda. Badajoz, 2010 y Hernando de Soto, el conquistador de las tres Américas. Badajoz, 2012 y el sugerente, debatido y apasionante Imperialismo y poder. Una historia desde la óptica de los vencidos. El Ejido, 2013 que ya hemos reseñado anteriormente.

        La historia de Solana de los Barros está íntimamente relacionada con la realidad vital de Esteban Mira, con su interés por la sociedad en la que vive y con la que convive y por su evidente compromiso con su entorno más cercano, no en vano ejerce, desde hace más de una década, como profesor de Geografía e Historia en el I.E.S.O. “Mariano Barbacid” de la localidad. Sin embargo, en consonancia con su concepto y su visión de las Ciencias Sociales y lo que ello supone, su libro no presenta la clásica visión panegírica de la historia de Solana, antes al contrario, huye de esta práctica habitual para describirnos una imagen, no tanto crítica como dramática, de una sociedad profundamente rural y rural izada en la que la autarquía constituye la formula básica de convivencia que se supera gracias a una solidaridad que sorprende, incluso, al propio autor.

        El libro se estructura en dos partes bien diferenciadas. La primera, después de la necesaria Presentación y los lógicos Agradecimientos, es una descripción de Solana en la Edad Moderna en la que repasa, de forma rápida, la evolución de la villa desde 1481 con la concesión de la Carta Puebla hasta fines de la Edad Moderna. A continuación, estudia la evolución y estructura de la población y sus procesos migratorios incidiendo en la presencia llamativa de minorías étnicas y esclavos, por encima de las cifras de toda la Tierra de Barros -el porcentaje medio de la comarca es 2’33, el de Almendralejo 2’44 y el de Solana 3’41- comprados para labrar las tierras arrendadas al Duque de Feria. La vida municipal, es decir, la estructura política del concejo de la villa, se examina a través de las Ordenanzas de 1554 desmenuzando el papel de alcaldes y regidores y la organización de la administración local. El sector primario fue, sin duda, el más importante en Solana moderna, donde las tierras eran propiedad señorial, excepto unas 60 fanegas, y estaban dedicadas al cultivo del cereal, aunque el viñedo tenía una gran importancia, mientras el sector ganadero estaba representado por el ovino y el vacuno. Los otros sectores productivos, en función de lo que dicen las Ordenanzas debía tener poca importancia pues no hay ninguna alusión a artesanos o gremios, aunque las carnicerías estaban perfectamente reguladas. La cuestión de las infraestructuras incluye el ayuntamiento, la cárcel, las fuentes públicas, la mencionada carnicería, la parroquia, una ermita, molinos, tahonas, mesones y un puente para pasar el Guadajira ubicado en el mismo lugar en que se conserva el actual. En cuanto a la higiene pública y el medioambiente, las Ordenanzas regulan la recogida de basura, el cuidado de las fuentes y la limpieza de la rivera aunque es necesario reconocer que la medicina era ineficaz para controlar las epidemias. Finalmente, en lo que atañe al ocio, la moralidad y la religiosidad, advertimos que la pesca y la caza constituyen, casi, la única diversión, entretanto la vida espiritual está rígidamente controlada por la autoridad religiosa, perteneciente al obispado de Badajoz, con el inestimable apoyo de las civiles y habría, con toda seguridad, una fuerte discriminación por causa del sexo, cosa habitual en la época.

        La segunda parte del libro está dedicada a las Ordenanzas municipales de 1554. En la introducción, el Dr. Mira Caballos repasa el estado de la cuestión en el tema de las Ordenanzas y expone la necesidad de abordarlo con una visión global. A continuación, analiza el documento original aprobado por el Conde de Feria el 6 de mayo de 1554. Finalmente, antes de la transcripción completa de los XXXIX títulos más otro añadido sobre las dehesas sin numerar, lo que constituye un verdadero repaso y la regulación de todos y cada uno de los aspectos de la vida cotidiana de Solana de los Barros a partir del siglo XVI, el autor insiste en la trascendencia que, desde el punto de vista de la legalidad, tienen estos corpus de los que estaban dotados muchos concejos en España.

        Finalmente, el libro se cierra con el correspondiente listado bibliográfico, un índice onomástico y otro topográfico, que son imprescindibles en un buen libro, y el general en el que aparecen los apéndices, los gráficos y los cuadros.

        El libro del Dr. Mira Caballos es otro buen ejemplo de historia local en la que, como se ha mencionado anteriormente, se huye del panegirismo localista para abordar con espíritu abierto la vida cotidiana de una comunidad condicionada por la subsistencia en un medio esencialmente rural, encorsetada por un entorno ya de por sí difícil. El estudio, al margen de los datos concretos referidos a Solana, podría ser extrapolable a otros núcleos urbanos de la comarca por lo que la investigación que ahora se publica, incide en una línea de trabajo que, a corto plazo junto a otras Ordenanzas ya publicas, enriquecerá el conocimiento que tenemos de Extremadura.

        La investigación que reseñamos, además de manejar el texto de las Ordenanzas que atesora el Archivo Municipal de Solana, se ha laborado consultando la documentación del Archivo Parroquial del pueblo y la del Archivo Histórico Municipal de Zafra. Sin embargo, la imposibilidad de manejar los fondos del Ducado de Medinaceli y del obispado de Badajoz, por razones que de todos son conocidas y siguen siendo inexplicables y, lo que es peor, no han sido suficientemente explicadas, no han permitido al autor ampliar el marco temporal de sus estudios.

        Para terminar, felicitamos al Dr. Mira Caballos por su excelente trabajo y a la Diputación Provincial de Badajoz que, gracias a las buenas gestiones de Dª Isabel Antúnez Nieto, ha publicado el texto. Animamos al autor para que, en los próximos años, nos obsequie con una completa historia de Solana de los Barros.

 

José Ángel Calero Carretero

 

(Publicada en Cuadernos de Çafra Nº XI, 2014-2015, pp. 347-350).

EL PROCESO DE EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS DE ESPAÑA (1609-1614)

EL PROCESO DE EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS DE ESPAÑA (1609-1614)

LOMAS CORTÉS, Manuel: El proceso de expulsión de los moriscos de España (1609-1614). Valencia, Biblioteca de Estudios Moriscos, 2011, 582 págs.

 

        Este libro constituyó en su día lo esencial de la tesis con la que el profesor Lomas Cortés alcanzó el título de doctor por la Universidad de Valencia. En este trabajo se marcó como objetivo revisar la documentación que había manejado el historiador francés Henri Lapeyre en su clásica monografía Geografía de la España Morisca, publicada en francés en 1959, en castellano en 1986 y reeditada en 2009. En aquella ocasión, el historiador galo abordó de manera global el problema de la expulsión, en base a documentación procedente fundamentalmente del Archivo General de Simancas, concretamente de las secciones de Estado y Guerra. En su estudio se centró especialmente en cuantificar, a través de los recuentos de embarque y de los censos, la cifra total de expulsados que él cuantificó en unos 300.000 efectivos. Ello supuso un revulsivo en los estudios sobre la materia ya que hasta esa fecha ni tan siquiera sabíamos a cuántas personas había afectado tan dramática decisión.

        Sin embargo, todos sabíamos que la documentación podía ofrecer otros matices que el profesor Lapeyre en su pionero estudio no abordó o simplemente analizó muy superficialmente. Por ello, Manuel Lomas, siguiendo indicaciones de sus directores de tesis, se planteó una revisión de aquella ingente documentación, buscando otros datos sobre todos relacionados con los mecanismos de expulsión y el proceso de embarque. Ello le ha permitido trazar un panorama mucho más completo del proceso, de los puertos de embarque y de los destinos.

        En la primera parte del trabajo, dedicada a los moriscos valencianos, incluye un análisis detallado de las causas que movieron a Felipe III a tomar la fatal decisión. Dado que el prestigio de la monarquía estaba en entredicho desde principios de su reinado, éste optó por ganar reputación a costa de un gran acontecimiento que acallara las críticas. Si no se hizo antes fue por la influencia en contra de la expulsión del confesor del rey, fray Jerónimo Javierre. Su repentina muerte dejó a Lerma el terreno libre para convencer al monarca y a su Consejo de Estado de los beneficios que dicho decreto podían reportar. Los andalusíes moriscos pagaron el pato y la Corona decidió expatriarlos para ganar ese ansiado prestigio a nivel internacional, reforzando de paso su histórico papel de salvaguarda del dogma católico.

        La estructura del libro es clásica pero muy clara y en parte deudora del propio índice del libro de Lapeyre al que pretendía completar. Además del prólogo y la introducción, hay cuatro partes, a saber: la expulsión valenciana, el proceso castellano, el destierro catalano-aragonés y la clausura del proceso. Los primeros en salir fueron los valencianos y se hizo creer que la orden solo afectaría a la zona costera de la Península Ibérica. Los andalusíes moriscos no tardaron en averiguar lo equivocados que estaban. Eso sí, la expulsión de los valencianos sirvió de experiencia para los demás territorios, lo que permitió una reducción de gastos y de efectivos militares en su implementación. Los últimos en salir fueron los mudéjares murcianos por su mayor grado de asimilación en la cristiandad. Su expulsión, aunque empezada en 1611 se prolongó nada menos que hasta 1614.

        Expeler a tanta gente y trasladarlos hasta el norte de África o a Francia e Italia requirió de un gran esfuerzo técnico y administrativo. Las distintas administraciones implicadas generaron una gran cantidad de documentos que en buena parte se conservan en el archivo vallisoletano y en otros archivos locales. A nivel global supuso un alarde de vigor de la burocracia hispánica, pues la expulsión se llevó a cabo más o menos satisfactoriamente lo que no era un logro menor. Ahora bien, la maquinaria administrativa no fue perfecta y hubo que recurrir con frecuencia a la improvisación. El proceso fue complejo y se produjeron constantes choques de jurisdicciones entre las distintas autoridades. La solución de la Corona fue nombrar comisiones y comisarios con amplios poderes que en esta cuestión se situaban por encima de las autoridades locales, salvaguardando los intereses de la Corona.

        Los andalusíes sufrieron todo tipo de penalidades, pues fueron robados durante el trayecto. En muchas ocasiones, a su llegada a los puertos de embarque debían esperar días y a veces semanas hasta su embarque, gastando lo poco que tenían en la compra de alimentos. Ese compás de espera terminaba provocando su ruina, pues muchos se aprovechaban de la situación inflando los precios especulativamente. Es cierto que con frecuencia se daba una gran solidaridad grupal en la que los más ricos ayudaban a los más pobres. Pero con el paso del tiempo cada vez era más infrecuente encontrar moriscos ricos, por lo que las situaciones que se vivieron fueron realmente dramáticas. En algunos casos, se les arrebataba a sus propios hijos antes de embarcar, pues en teoría habían quedado al margen de la expulsión. Así ocurrió con los hornachegos, embarcados el 16 de febrero de 1610, a los que el marqués de San Germán ordenó en última instancia quitarles a sus hijos, para evitar “que fuera desterrada gente inocente”. Un verdadero drama para aquellas familias, forzadas a marchar al exilio, expoliadas y maltratadas. Y la cosa no acababa ahí, pues el embarque se hacía en condiciones de hacinamiento y a su llegada, una vez en territorio magrebí, no siempre eran bien aceptados.

        En esta reseña hemos tratado de resumir los principales aspectos tratados en esta obra, sin una mayor profundidad. Sin duda, el profesor Lomas ha cumplido con creces sus objetivos, editando este voluminoso trabajo en el que se aportan muchos detalles sobre el drama que sufrieron estos expatriados, su embarque y los puertos de arribada. Sin embargo, quede bien claro que estas pocas líneas no son suficientes para poner en valor el enorme caudal de información que atesora este libro y que el lector podrá encontrar entre sus apretadas páginas.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

EL PENSAMIENTO DE PEDRO DE VALENCIA

EL PENSAMIENTO DE PEDRO DE VALENCIA

SUÁREZ SÁNCHEZ DE LEÓN, Juan Luis: El pensamiento de Pedro de Valencia. Escepticismo y modernidad en el Humanismo Español. Badajoz, Diputación Provincial, 1997, 336 págs. I.S.B.N.: 84-7796-831-4

 

        Con casi dos décadas de retraso ha caído en mis manos esta obra sobre el humanista, filólogo y filósofo zafrense Pedro de Valencia. El origen del texto es la tesis con la que el autor obtuvo el grado de doctor en filosofía por la Universidad de Salamanca. Curiosamente la misma Universidad en la que curso estudios el célebre humanista objeto de su trabajo.

Este libro constituye un estudio casi definitivo sobre el pensamiento de este gran erudito extremeño que vivió a caballo entre el siglo XVI y el XVII. Precisamente su autor titula el primer capítulo “Entre el Renacimiento y el Barroco”, analizando el contexto en el que vivió su biografiado. Su pensamiento, muy evolucionado para la época, se enmarca dentro del humanismo moderno, heredero directo del humanismo renacentista. De hecho, recibió un buen número de influencias de los movimientos filosóficos helenísticos, especialmente del escepticismo y del cinismo. Esa es precisamente la base de su pensamiento a la que añadió un estudio profundo de los textos originales, siguiendo criterios verdaderamente científicos. En la Universidad de Salamanca recibió clases de El Brocense y de Benito Arias Montano, los cuales le dejaron una fuerte impronta, insertándose en el movimiento de Filología Polígrafa que tiempo atrás fundara Cipriano de la Huerga.

Lo más interesante de la obra de Pedro de Valencia es que afrontó desde un punto de vista filosófico los grandes problemas de la España de su tiempo. Para él, la base de los males de España eran dos: el monetarismo y la ociosidad. Con respecto al monetarismo pensaba que la llegada de metal precioso de las Indias era uno de los grandes males del país. España puso demasiado empeño en acumular oro, descuidando la base de la riqueza de un país que a su juicio era la agricultura. Ésta era la actividad económica principal para el mantenimiento de la población. Valencia se muestra como un verdadero precursor de las doctrinas fisiocráticas y contrario a la política económica mercantilista imperante en su tiempo.

En cuanto a la ociosidad, defendía que para el desarrollo de los reinos de España era fundamental reducir las extensas bolsas de desempleo. Reivindicaba que debía ser la Corona la que obligase y garantizase el uso de un oficio por parte de toda la ciudadanía, ampliando de esta forma la base productiva del país. Entre los grupos que había que incorporar al mercado laboral cita expresamente a los nobles rentistas, a las mujeres y a los pobres, mendigos y vagabundos. Siguiendo a Vives cree que incluso los invidentes podían realizar determinados trabajos en los que no se requería el sentido de la vista. Algunos tratadistas previos ya habían reivindicado algo parecido pero lo novedoso de Pedro de Valencia es que él lo hace extensible a la nobleza, siempre reticente al desempeño de empleos manuales.

Partiendo de esa premisa del trabajo reivindica a la mujer que, a su juicio, –y en esto es un adelantado a su tiempo- podía realizar justo los mismos trabajos que los hombres. La incorporación de la mujer al sistema productivo nacional es un logro de la democracia actual que ya reivindicó en su día Pedro de Valencia en su “Discurso contra la ociosidad”. Eso no evita que el humanista trate, siguiendo la tradición de los humanistas cristianos, la especifidad de la espiritualidad femenina.

Y finalmente, bajo esta misma premisa de la necesidad de ampliar la fuerza laboral critica abiertamente la expulsión de los moriscos andalusíes. En su “Discurso acerca de los moriscos de España” los valora por su gran capacidad de trabajo, siendo un ejemplo a seguir por el resto de los españoles. A su juicio destacaban no solo por su laboriosidad sino también por su alta productividad y su capacidad de sacrificio y de ahorro. Esa afirmación le lleva a criticar la expulsión y a proponer su evangelización pacífica y en caso extremo su diáspora por España para facilitar su integración. Decía Valencia que los andalusíes eran súbditos de Felipe III y por tanto igual de ciudadanos que los cristianos viejos.

Para finalizar, hay que destacar el pensamiento tan avanzado y clarividente de Pedro de Valencia. Lástima que estos grandes pensadores, de mentes abiertas, de amplia formación y de ecuánimes juicios pesaran menos que las voces radicales y lacerantes de personas ambiciosas, mediocres y sin escrúpulos. Los cristianos viejos consiguieron evitar la competencia de las minorías étnicas, de los conversos y de burgueses a través de sus estúpidos estatutos de limpieza de sangre. Se reservaron para sí mismos los mejores cargos de la administración, y así nos fue. Qué diferente hubiese sido el pasado y el presente de España si hubiésemos hecho caso de estos grandes humanistas, en detrimento de los intransigentes. La ampliación de la base laboral, con la integración de las minorías étnicas y la incorporación de la mujer al trabajo productivo hubiesen cambiado el destino de España y quizás el del mundo. El libro de Luis Suárez sorprende por la amplitud de fuentes y el profundo estudio del pensamiento de este gran humanista extremeño. Un texto excelente que quizás no ha tenido la difusión que merece.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS