EL PENSAMIENTO DE PEDRO DE VALENCIA
SUÁREZ SÁNCHEZ DE LEÓN, Juan Luis: El pensamiento de Pedro de Valencia. Escepticismo y modernidad en el Humanismo Español. Badajoz, Diputación Provincial, 1997, 336 págs. I.S.B.N.: 84-7796-831-4
Con casi dos décadas de retraso ha caído en mis manos esta obra sobre el humanista, filólogo y filósofo zafrense Pedro de Valencia. El origen del texto es la tesis con la que el autor obtuvo el grado de doctor en filosofía por la Universidad de Salamanca. Curiosamente la misma Universidad en la que curso estudios el célebre humanista objeto de su trabajo.
Este libro constituye un estudio casi definitivo sobre el pensamiento de este gran erudito extremeño que vivió a caballo entre el siglo XVI y el XVII. Precisamente su autor titula el primer capítulo “Entre el Renacimiento y el Barroco”, analizando el contexto en el que vivió su biografiado. Su pensamiento, muy evolucionado para la época, se enmarca dentro del humanismo moderno, heredero directo del humanismo renacentista. De hecho, recibió un buen número de influencias de los movimientos filosóficos helenísticos, especialmente del escepticismo y del cinismo. Esa es precisamente la base de su pensamiento a la que añadió un estudio profundo de los textos originales, siguiendo criterios verdaderamente científicos. En la Universidad de Salamanca recibió clases de El Brocense y de Benito Arias Montano, los cuales le dejaron una fuerte impronta, insertándose en el movimiento de Filología Polígrafa que tiempo atrás fundara Cipriano de la Huerga.
Lo más interesante de la obra de Pedro de Valencia es que afrontó desde un punto de vista filosófico los grandes problemas de la España de su tiempo. Para él, la base de los males de España eran dos: el monetarismo y la ociosidad. Con respecto al monetarismo pensaba que la llegada de metal precioso de las Indias era uno de los grandes males del país. España puso demasiado empeño en acumular oro, descuidando la base de la riqueza de un país que a su juicio era la agricultura. Ésta era la actividad económica principal para el mantenimiento de la población. Valencia se muestra como un verdadero precursor de las doctrinas fisiocráticas y contrario a la política económica mercantilista imperante en su tiempo.
En cuanto a la ociosidad, defendía que para el desarrollo de los reinos de España era fundamental reducir las extensas bolsas de desempleo. Reivindicaba que debía ser la Corona la que obligase y garantizase el uso de un oficio por parte de toda la ciudadanía, ampliando de esta forma la base productiva del país. Entre los grupos que había que incorporar al mercado laboral cita expresamente a los nobles rentistas, a las mujeres y a los pobres, mendigos y vagabundos. Siguiendo a Vives cree que incluso los invidentes podían realizar determinados trabajos en los que no se requería el sentido de la vista. Algunos tratadistas previos ya habían reivindicado algo parecido pero lo novedoso de Pedro de Valencia es que él lo hace extensible a la nobleza, siempre reticente al desempeño de empleos manuales.
Partiendo de esa premisa del trabajo reivindica a la mujer que, a su juicio, –y en esto es un adelantado a su tiempo- podía realizar justo los mismos trabajos que los hombres. La incorporación de la mujer al sistema productivo nacional es un logro de la democracia actual que ya reivindicó en su día Pedro de Valencia en su “Discurso contra la ociosidad”. Eso no evita que el humanista trate, siguiendo la tradición de los humanistas cristianos, la especifidad de la espiritualidad femenina.
Y finalmente, bajo esta misma premisa de la necesidad de ampliar la fuerza laboral critica abiertamente la expulsión de los moriscos andalusíes. En su “Discurso acerca de los moriscos de España” los valora por su gran capacidad de trabajo, siendo un ejemplo a seguir por el resto de los españoles. A su juicio destacaban no solo por su laboriosidad sino también por su alta productividad y su capacidad de sacrificio y de ahorro. Esa afirmación le lleva a criticar la expulsión y a proponer su evangelización pacífica y en caso extremo su diáspora por España para facilitar su integración. Decía Valencia que los andalusíes eran súbditos de Felipe III y por tanto igual de ciudadanos que los cristianos viejos.
Para finalizar, hay que destacar el pensamiento tan avanzado y clarividente de Pedro de Valencia. Lástima que estos grandes pensadores, de mentes abiertas, de amplia formación y de ecuánimes juicios pesaran menos que las voces radicales y lacerantes de personas ambiciosas, mediocres y sin escrúpulos. Los cristianos viejos consiguieron evitar la competencia de las minorías étnicas, de los conversos y de burgueses a través de sus estúpidos estatutos de limpieza de sangre. Se reservaron para sí mismos los mejores cargos de la administración, y así nos fue. Qué diferente hubiese sido el pasado y el presente de España si hubiésemos hecho caso de estos grandes humanistas, en detrimento de los intransigentes. La ampliación de la base laboral, con la integración de las minorías étnicas y la incorporación de la mujer al trabajo productivo hubiesen cambiado el destino de España y quizás el del mundo. El libro de Luis Suárez sorprende por la amplitud de fuentes y el profundo estudio del pensamiento de este gran humanista extremeño. Un texto excelente que quizás no ha tenido la difusión que merece.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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