ESPAÑA EN SU CENIT (1516-1598)
NADAL, Jordi: España en su cenit (1516-1598). Un ensayo de interpretación. Barcelona, Editorial Crítica, 2001, I.S.B.N.: 84-8432-180-0. 170 págs.
Después de una vida dedicada a la Historia de la Economía, aportando valiosísimos trabajos, el profesor Jordi Nadal nos ha sorprendido con un nuevo libro en esta ocasión referente a ese apasionante período de la Historia de España que Domínguez Ortiz denomina "el gran siglo". No obstante, el libro no abarca exactamente toda la centuria decimosexta sino exactamente los reinados del Emperador Carlos V y el de su hijo Felipe II, es decir, desde la llegada al trono de aquel, en 1516, hasta el fallecimiento de éste, en 1598.
El volumen está formado por diecisiete ensayos, referentes a distintos aspectos relacionados con dicho período histórico, completados por una breve introducción y un índice, etiquetado como onomástico pero que también hace las veces de topográfico. Está redactado sin aparato crítico, es decir, sin notas a pie de página ni bibliografía, y con una prosa amena y sencilla, comprensible para cualquier persona no especializada. De esta forma el autor logra su objetivo, explícito en la introducción, de aportar algunos comentarios a cuestiones cardinales de la época que verdaderamente consiguen suscitar -como él pretendía- la reflexión del lector.
Empieza el libro, como no podía ser de otra forma, con un ensayo dedicado al Imperio de Carlos V. Éste concentró enormes territorios en su persona, procedentes tanto de sus abuelos paternos, Maximiliano y María de Borgoña, como de los maternos, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla. Y se fija el autor en un aspecto muy concreto, es decir, en la influencia que tuvo siempre en el Emperador el hecho de que el legado de su abuela paterna careciese precisamente de su núcleo esencial, el Ducado de Borgoña, arrebatado por Francia en el último cuarto del siglo XV. Según el autor, gran parte de la enemistad que Carlos V mantuvo con la Corona gala se debió a su pasado borgoñón. Por otro lado, se insiste en que fueron las circunstancias, y concretamente la gran cantidad de territorios que heredó, los que obligaron a Carlos V a adoptar la institución imperial, a la que dotó de contenido, en base a su ideal de república cristiana.
Otra de las cuestiones controvertidas a las que el profesor Nadal aporta su propia interpretación es a las causas que llevaron al Emperador a convertir a Castilla en el "pivote de su imperio". Probablemente pesaron decididamente tanto su ubicación geográfica, entre el mediterráneo y el pujante atlántico, como su buena situación política, desde la época de los Reyes Católicos.
Pero la creación de una monarquía absoluta moderna requería sobre todo una administración y un ejército eficiente. Y obviamente, la clave para conseguir estos dos elementos residía en la disponibilidad continua de dinero para sustentarlos. Según el autor, Carlos V se encontró para ello con dos graves obstáculos, a saber: uno, la existencia de amplias jurisdicciones señoriales, y dos, la corrupción del funcionariado que, a diferencia de lo que ocurría en Europa, era de baja extracción social. Pero el gran problema, tanto del Emperador como de su sucesor, fue siempre la balanza comercial negativa, derivada de los excesivos gastos destinados al mantenimiento del ejército. Esto provocó el recurso continuo al crédito, bien en forma de juros al siete por ciento, cuando se trataba de pequeñas cantidades, o de prestamos, concertados con grandes banqueros, al treinta y hasta al cincuenta por ciento de interés. Además, la llegada del metal precioso trajo consigo una revolución de los precios que desencadenó en breve tiempo el hundimiento de las manufacturas castellanas. Estos dos elementos: los gastos desmesurados en tropas y la quiebra del artesanado, dada su incapacidad para competir con los precios de los productos europeos, provocó a medio plazo el inicio del declive del imperio español.
Igualmente se analiza el afán hidalguista de la sociedad española. Afirma el autor que lo que sorprendía en el extranjero no era la existencia de hidalgos, que a fin de cuentas era un fenómeno europeo, sino su excesivo número. Aproximadamente el doce por ciento de la población española logró el reconocimiento de algún tipo de hidalguía, consiguiendo de esta forma la ansiada exención fiscal. Una dura lacra para España, pues, excluyendo a los disminuidos físicos -un 10 por ciento de la población- a los hidalgos, a los eclesiásticos, a las mujeres, a los niños y a los ancianos quedaban exclusivamente 1.350.000 tributarios para sufragar las necesidades imperiales.
No podía omitirse en esta obra el análisis de un fenómeno tan "genuinamente hispánico" como el erasmismo y el movimiento de los alumbrados. Una corriente religiosa heterodoxa que fue duramente reprimida y aniquilada y de cuyas cenizas aparecería posteriormente la Compañía de Jesús. Bajo Carlos V, y sobre todo bajo Felipe II, la Inquisición actuó con dureza sobre todos los brotes sospechosos de protestantismo en España.
En cuanto a la política internacional afirma Jordi Nadal que, pese a la apariencia, durante buena parte del siglo XVI el mediterráneo continuó siendo el epicentro de la política española. Y es cierto que Carlos V mostró siempre un gran interés por el dominio del mediterráneo en contraposición a la escasa atención que prestó a las colonias americanas. Un interés que se plasmó en las rivalidades con los turcos y en las pretensiones sobre Italia, territorio que se disputaron España y Francia. Sin embargo, a nuestro juicio, con Felipe II, el interés por las Indias y sobre todo por las remesas de metal precioso que, no en vano, eran el auténtico sostén del Imperio, hizo que el epicentro se trasladase decididamente a la vertiente atlántica.
Como es bien sabido, las Indias fueron vinculadas a la Corona de Castilla. Escribe el profesor Nadal que la prohibición del paso de aragoneses se prolongó hasta 1525 y posteriormente se reimplantó en 1538. El hecho parece dudoso, la prohibición oficial duró efectivamente hasta la expedición de una Real Cédula, fechada el 10 de noviembre de 1525, en que se autorizó el paso de cualquier persona del Imperio "como lo pueden hacer los naturales de estos nuestros reinos de Castilla y León". Y no hubo más prohibiciones, aunque sí recelos ocasionales de los colonos que protestaban por las intromisiones, alegando -como escribía Fernández de Oviedo- que fueron los castellanos los que descubrieron las Indias, "y no aragoneses, ni catalanes, ni valencianos...".
Los últimos ocho capítulos se dedican al reinado de Felipe II, abarcando aproximadamente la mitad del libro. Un monarca polémico del que se ha dicho lo mejor y lo peor. Fue un cristiano convencido que invirtió un buen número de caudales en la evangelización del continente americano. Tuvo un gobierno personalista que provocó una lentitud burocrática que perjudicó seriamente al Imperio. Afirma el autor que Felipe II sentía una gran desconfianza hacia los hombres, de ahí su intento desesperado y agónico por controlar personalmente la administración de su Imperio.
En lo referente a la política internacional mostró un gran empeño en la anexión de Portugal, motivado no solo por el viejo sueño de la unidad peninsular sino también por la importancia estratégica de la fachada oeste para la consolidación de las rutas comerciales atlánticas. Afirma Nadal que se ha censurado a Felipe II no haber trasladado la capital a Lisboa. Sin embargo, todo parece indicar que nada hubiera cambiado con esa medida. Desde muy pronto se vio que la unión duraría poco, sobre todo porque había llegado demasiado tarde, cuando el sentimiento luso como pueblo estaba plenamente consolidado y arraigado entre la población. Algo parecido ocurría con la región de Flandes, donde el empeño de Felipe II por conservarla a toda costa provocó luchas encarnizadas de las que a la larga el prestigio de Felipe II quedó seriamente dañado.
Para el dominio del Imperio se necesitaba una gran armada, como la que llegó a poseer Felipe II. Sus armadas fueron las más poderosas de su tiempo. El desastre de la invencible, en 1588, se debió a una serie de acontecimientos encadenados que hicieron que solo regresaran de la empresa sesenta y seis buques de los ciento treinta y uno enviados. La muerte del marino más preparado de su tiempo, Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, las tormentas, las mareas de cuadratura de los puertos flamencos y otras adversidades llevaron a la Armada al desastre. El profesor Nadal cita una frase muy conocida de Felipe II que resume muy bien lo ocurrido: "Envié mis naves a luchar contra los hombres, no contra los elementos". Frente a lo que han defendido algunos historiadores, sobre todo ingleses, la derrota de la Armada Invencible no supuso el declive del dominio español de los mares hasta el punto que se sabe que, poco antes de su muerte, Felipe II tenía preparada una nueva armada con la que volver a intentar el asalto de Inglaterra.
Y estos son algunos de los aspectos relevantes que nos ha inspirado la lectura de este libro. No obstante, estas pocas páginas mías no agotan su contenido en el que el lector interesado en la Edad Moderna Española encontrará muy sugerentes ideas con las que profundizar en el controvertido y a la vez apasionante siglo XVI.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
0 comentarios