EL INDIO ANTILLANO: REPARTIMIENTO, ENCOMIENDA Y ESCLAVITUD.
Esteban Mira Caballos, El indio antillano: repartimiento, encomienda
y esclavitud (1492-1542), Sevilla, Muñoz Moya editor, 1997, 450 pp. 1
El trabajo que expone en este libro el historiador Esteban Mira Caballos fue
la tesis doctoral que presentó a la Universidad de Sevilla, con la cual obtuvo
la máxima distinción que concede ese centro docente: Apto Cum Laude. Los
temas que aborda, así como los propósitos que persigue y las estrategias
usadas para lograrlos, permiten decir que si bien adopta un tema tradicional
de estudio, hace aportes relevantes en relación, especialmente, con los
orígenes y evolución de instituciones como el repartimiento y la encomienda.
El texto se inicia con una discusión acerca del comportamiento demográfico
de la población de las Antillas. Tal discusión se relaciona directamente, al
menos para la población indígena y blanca, con el estudio de los
repartimientos y las encomiendas. Estas son analizadas tanto en sus formas
originales como en las adoptadas luego de consecutivas reformas. Dichas
instituciones, y sus características inherentes, expresan el contenido de las
relaciones sociales que se dieron en el contexto de la conquista y traza una
gama de posibilidades que va desde un paternalismo proteccionista hasta la
esclavitud. Finalmente, el autor aborda la situación laboral de los indios antillanos
hacia 1542 y el contexto en el cual se aplicaron las Leyes Nuevas.
Estos temas son estudiados en el periodo de 1492 a 1542. La primera fecha,
es señalada por el autor como la iniciación de las prestaciones laborales de
los indios a los españoles. La segunda es importante porque significa el
final del trabajo compulsivo para los aborígenes antillanos debido a la acelerada
extinción y también a la aplicación de las Leyes Nuevas. Aparte de
estos puntos, dicho periodo resulta especialmente crítico debido a que durante
los primeros cincuenta años de la presencia de España en América se
delinearon y trazaron los rasgos principales y los matices extremos de la
relación hispano-india, cuyos sucesivos desarrollos y replanteamientos dejaron
efectos duraderos para los habitantes de las Antillas y para las demás
culturas que, entre el siglo XVI y el XVIII, entablaron relaciones con los
españoles a lo largo y ancho del continente.
El marco geográfico que abarca este texto comprende las Antillas Mayores,
es decir: la Española (cuyo territorio actualmente está dividido entre la República
Dominicana y la República de Haití), Cuba, San Juan (actual Puerto Rico) y
Jamaica. Puntos geográficos antillanos que fueron, como se sabe, los escenarios
preliminares de contacto entre conquistadores e indios y, por ende, los primeros
territorios sujetos a los procesos de colonización hispana. El autor aclara que «el
concepto de Antillanidad como un todo homogéneo», (pág 21) no es válido para
la época prehispánica, ni para la actualidad, pero si lo fue para el siglo XVI, ya
que con la llegada de los Españoles, hubo un proceso de unificación del espacio
de las grandes islas caribeñas. Esta unidad estuvo dada por el papel que jugó
como área intermedia entre España y el continente americano, rol que sería
confirmado con el establecimiento de una Real Audiencia cuya sede fue Santo
Domingo. De este hecho se desprendió una dinámica que permitió, según el autor,
el desarrollo de una estructura social, política, económica y cultural con unas
características propias, que hicieron de las Antillas un espacio distinto de la
metrópoli y de la porción del continente hasta ese momento conocida.
Tales especificidades tuvieron una expresión en aspectos como el demográfico.
Refiriéndose a los indios, el autor argumenta que las consecuencias
de la llegada de los españoles al Nuevo Mundo se sintieron con rapidez en el
volumen de su población. Según él, la disminución no fue provocada por
enfrentamientos con los españoles durante la conquista, «sino, sobre todo,
por la imposición, sobre una cultura en un bajo estadio de desarrollo, de un
sistema laboral desconocido por ella.» (pág 359) A ello añade otras causas
de posterior ocurrencia como el trabajo excesivo y una dieta pobre en
proteínas. Esta situación los hizo muy vulnerables a las epidemias, las
cuales «fueron, en última instancia, las grandes responsables de la extinción
del aborigen antillano», (pág 359) Su número disminuyó rápidamente
y al cabo de medio siglo estaban casi extintos. Según las cifras del autor, en
1492 existían unos 300.000 en las cuatro islas estudiadas, hacia el año de
1550 apenas si quedaban 500 en la Española, poco más de mil en Cuba, y,
un centenar en San Juan y en Jamaica, respectivamente.
A medida que disminuía la población indígena fue necesario acudir a los
esclavos negros para reemplazarla. Estos fueron llegando lentamente desde
la primera década del siglo XVI, sin embargo, fue sólo a partir de 1518
cuando arribaron en mayor número. Su asignación a cada isla estaba en
correspondencia con los recursos explotables de cada una de ellas. Hasta el
año de 1518, a la Española fueron llevados más de 1800, a Cuba 708, a San
Juan 570 y a Jamaica 302sla. La prosperidad de la industria azucarera
iniciada en la Española requería de un mayor número de ellos. No ocurrió
así con San Juan y Cuba, las cuales tenían una magra economía signada por
la explotación del oro, en tanto que Jamaica se mantenía exclusivamente de
la producción agropecuaria.
La dinámica de la economía de las Antillas estaba en manos de una
población europea que inicialmente ocupó, de manera progresiva, la isla de la
Española. En los inicios del siglo XVI, empezó el poblamiento del resto de
islas de las Antillas Mayores, y no cesó de hacerlo hasta finales de la década
de 1620. Ya por esta época, se habían conformado grupos de intereses entre
los habitantes. La encomienda permitió la conformación de un sector que
tomó el control político a través de los Cabildos, desempeñando cargos de
oficiales reales y regidores. Estos, además, actuaron casi siempre en forma
armónica con la iglesia, en razón de intereses comunes, pues el sistema de
encomienda era el único que garantizaba la conversión de los indios. Sin
embargo, la prosperidad económica empezó su declive y, paralelo a él, se
fueron despoblando las islas. Los habitantes españoles se desplazaron a
otros puntos continentales, entre ellos México, en donde los descubrimientos
y las riquezas atrajeron su atención. De otro lado, la economía del oro había
entrado en declive y, en consecuencia, el alto endeudamiento de los
empresarios antillanos estimuló su fuga para evitar el pago y para probar
fortuna en otras tierras. Su salida de las islas se acentuó conforme se fueron
sucediendo nuevos y atractivos descubrimientos en el continente, el Perú
por ejemplo, y con ello se agudizaron los problemas de escasez de población
blanca para la administración colonial. Aunque hubo varios intentos
de repoblación, todos resultaron fallidos.
Al aspecto singular del comportamiento poblacional en las Antillas,
se añadió el de la especificidad de las instituciones que regularon las relaciones
entre españoles e indios. Por ejemplo, la evolución de la encomienda en
estos primeros años de aplicación demostró que, desde un principio, fue la
institución articuladora de todo el sistema social y económico de las islas.
Tomó fuerza a partir de la necesidad de crear un mecanismo de sujeción de
los aborígenes al español, permitir la explotación económica de su trabajo y
facilitar su evangelización. Estas concesiones, sin embargo, favorecieron
la ocurrencia de toda clase de abusos, por ejemplo, el trabajo excesivo, la
deficiencia en la calidad de la alimentación, y la permisividad de las autoridades
frente a la venta y alquiler de los indios. Si bien desde la segunda década del
siglo XVI hubo esfuerzos para contener o eliminar estas situaciones,
lo cierto es que sólo desaparecieron con la institución, la que a su vez
desapareció junto con los últimos indios. Tales hechos hicieron difícil la distinción
entre los indios encomendados, que supuestamente eran libres y los
indios esclavos. Un matiz de las relaciones de los españoles con los indios,
introducido por el autor, sugiere que el tipo de encomienda implantado a
finales del siglo XV en la Española, y en la primera década del siglo XVI en
San Juan, estuvo caracterizado por un trato muy duro hacia los nativos, en
razón de la falta de control de las autoridades hacia los actos de los
encomenderos. No parece haber ocurrido así con los indios de Cuba y Jamaica,
los cuales estaban protegidos, al menos formalmente, por una legislación
emanada de la experiencia encomendera de las dos primeras islas.
La encomienda en las Antillas se caracterizó, en los primeros años, por ser
eminentemente de servicios. Diferenciándose, en cada isla, el tipo de servicio
exigido a los indios, pues éste estaba en función de las
especializaciones de cada economía insular. En la Española, los indios
estaban dedicados a la minería. Años después, hacia 1520, el agotamiento
del oro y el florecimiento de la industria azucarera, los llevó a trabajar en los
ingenios. Ante la necesidad de una mayor fuerza de trabajo y dada una
especialización más compleja de la industria azucarera se incorporaron
esclavos africanos. Los pocos indios sobrevivientes fueron asignados
entonces al cuidado de los ganados. Similar situación puede dibujarse para
San Juan, aunque la importancia de su industria azucarera fue menor. Allí,
al indio desplazado del ingenio se le llevó a trabajar al campo. En cambio, en
Cuba, la permanencia de la economía del oro obligó a que estuvieran
dedicados a su explotación. En Jamaica, la inexistencia de fuentes auríferas
determinó su ocupación en faenas agrícolas desde la llegada de los
españoles.
Otra especificidad de las Antillas es que, durante el período analizado, no
sólo hubo indios en encomienda, también existió la esclavitud indígena. La
diferencia entre estas dos formas del trabajo compulsivo parecería ser grande,
pero en los aspectos prácticos fueron similares, siendo el único hecho
verdaderamente distinto, Imposibilidad de vender los indios esclavos. Estos
podían tener dos orígenes: los capturados durante los tiempos de la con quista
de las cuatro islas, cuyo número fue insignificante y, la mayoría,
constituida por los capturados en las armadas de rescate, especialmente a
partir de la segunda década del siglo XVI, traídos de las Antillas Menores y
Tierra Firme. No se conoce el número de indígenas esclavos, el autor sos-
tiene que la cantidad debió ser superior a seis mil, y este dato lo calcula a
partir de retroproyectar el número de ellos que aún vivía hacia 1550. La
disminución de la población indígena en las Antillas Mayores creó una
demanda creciente de mano de obra, ocasión que fue aprovechada por la
élite encomendera para organizar, previa autorización, las mencionadas
armadas de rescate. Este negocio fue muy lucrativo, pues los encomenderos
controlaban la oferta y la demanda de indios esclavos.
Los indios capturados en las Antillas Menores, no pertenecían a las mismas
culturas de quienes habitaban en las Antillas Mayores. De acuerdo con el
autor, antes de la llegada de los españoles a éstas últimas, «existían diversos
grupos pertenecientes a culturas diferentes como los ciboneyes, los
macoriex, los tainos y, finalmente, los caribes, indígenas estos últimos que
durante estos años se encontraban en pleno proceso de expansión hacia las
Antillas Mayores.» (pág 21) Los capturados en las Antillas Menores eran
caribes, y su sujeción a la esclavitud causó muchos inconvenientes a los
españoles. Los incidentes fueron creciendo y generaron preocupación en la
metrópoli, al punto de organizar, en 1514, una expedición desde Sevilla para
atacar sus posiciones en la isla de Guadalupe. Los problemas no sólo eran
causados por los indios libres de estas pequeñas islas, sino, también por aquellos
capturados y sometidos al trabajo y la esclavitud en las Antillas Mayores.
Fueron numerosos sus alzamientos, algunos de ellos, liderados por indios
conocedores del sistema hispano. Por otro lado, la despoblación española de
las islas les permitió el dominio de amplias zonas abandonadas en su interior
en las cuales se hicieron fuertes para resistir las numerosas expediciones
organizadas en su contra. Según el autor, la suerte de las insurreciones fue variada,
debido al fuerte descenso de la población indígena. La falta de intereses
comunes entre los grupos y la ausencia de una conciencia colectiva, hicieron
fracasar cualquier intento de mayor envergadura.
Hacia 1542, cuando se promulgaron las Leyes Nuevas, la encomienda había
perdido importancia para las economías insulares, debido a que los indios
se encontraban en una etapa irreversible de extinción. Por esta razón no fue
vigorosa la oposición de los encomenderos a las reformas y a los cambios
que la aplicación de tales leyes implicaba. Las medidas, sin embargo, suscitaron
cierta inquietud, basada fundamentalmente en que dada la fragilidad económica
de los españoles, éstos no pudieron comprar esclavos negros y por lo tanto su
sostenimiento dependía, casi exclusivamente, de la mano de obra de los indios.
Esta situación fue común para la Española, en donde aún había cierto número
de ellos sometidos a la esclavitud, y para Cuba en donde quedaban todavía unos
900 de encomienda y unos 730 en esclavitud, todos ellos ocupados en trabajos
de servicio como la atención a los hatos ganaderos y el trabajo en las estancias.
Se considera necesario resaltar algunos aspectos muy precisos que desarrolla
la obra, especialmente aquellos atinentes al periodo prehispánico de las
Antillas. El primero de ellos habla de que las diversas culturas antillanas a la
llegada de los españoles, estarían en una etapa de desarrollo neolítica,
subsistiendo gracias a la caza, la recolección y la agricultura. Si bien parece
un esfuerzo interesante tratar de insertar en un contexto global la presencia
de los grupos humanos antillanos, dicha labor requiere de una indagación
que rebase los límites de una frase bien hecha. Tal clasificación requeriría
por lo menos de un profundo análisis acerca de los rasgos comunes que
caracterizarían a los grupos en ese período. No se debe olvidar que desde
un principio el autor habló de grupos diversos y que esa condición impide
hacer amplias generalizaciones. Más aún, si, como parece, no se cuenta con
material de análisis que permita distinguir unos de otros. Por otro lado,
sería importante saber si las labores de caza, recolección y agricultura eran
practicadas por todos los grupos o sólo por algunos de ellos, dado que los
estudios arqueológicos han precisado, al menos para América, la importancia
de matizar entre cazadores-recolectores y cazadores, recolectores y agricultores,
en razón de que dicha diferencia implica un paso entre la banda
nómade y aquellas bandas que, circunscritas a un amplio territorio, practicaban
el semi-nomadismo, en el caso de que las labores de cultivo no los
hubiera llevado a sedentarizarse.
Afirmaciones como las ya señaladas están presentes a lo largo del trabajo.
Estas hacen evidente que el autor ha adoptado una perspectiva evolucionista
para explicar a través de ella las diversas culturas antillanas. No es el pro-
pósito de esta reseña discutir la predilección del autor por esta corriente
teórica, sin embargo, es pertinente resaltar algunas afirmaciones que pre tenden
hacer pasar por razones históricas verificadas lo que simplemente es
producto de la adecuación de ciertos hechos a las líneas de desarrollo trazadas
por la teoría propuesta o, el intento de llenar los vacíos del conocimiento con
respecto a los indios con formulaciones teóricas. Por ejemplo, refiriéndose
a la rápida extinción del indio antillano, el autor argumenta que "la causa
fundamental fue el choque cultural que fue mucho más duro en las Antillas
que en el resto del continente, lo cual se debió tanto al retraso evolutivo de
las culturas que allí habitaban, como al confinamiento que impuso la
geografía isleña, sin olvidar, por supuesto, el sistema laboral impuesto por
los españoles donde los malos tratos se convirtieron en algo usual y
cotidiano." (pág 66) Como se ve, la rápida extinción de los indios, según el
autor, habría sido fundamentalmente causada por un "retraso evolutivo de
las culturas".
En primer lugar, no se especifica a cuales culturas se refiere, además
no hay un conocimiento teórico ni documentado de ellas, y en últimas, no se
sabe con respecto a qué referente o a qué patrón de medida se encontraban
retrasadas. En segundo lugar, se habla de un confinamiento indígena impuesto
por la geografía isleña. Al respecto vale la pena recordar que los indios
Caribes, cuya expansión se hallaba en camino hacia las islas de las Antillas
Mayores cuando apareció Colón, originarios del Alto Xingú, en el corazón
amazónico, se habían desplegado hacia el norte del continente suramericano
y conquistado una por una, las incontables islas de las Antillas menores. Por
otro lado, los demás indios antillanos eran avezados circunnavegantes de
su archipiélago, dadas las constantes luchas libradas entre sí. Mal podría,
entonces, argumentarse que su confinamiento geográfico fue una causa
importante para la extinción de unos navegantes tan experimentados. Este
hecho podría explicarse, más bien, en el confinamiento de indios sujetos a
sistemas de trabajo extenuante, como el tipo repartimiento y de encomienda
que caracterizó el periodo, y en el tráfico de indígenas capturados y
sometidos a la esclavitud. Marco bajo el cual la población nativa fue objeto
de una amplia gama de formas de explotación y vejación, entre ellas la
subalimentación, que los llevó a morir por centenares frente al más inofensivo
virus. No fue gratuita, entonces, aunque el autor la tilde de exagerada, la
actitud de Bartolomé de Las Casas y la dinámica generada en torno a la
protección de los indios que desembocaría en las sucesivas reformas
implementadas por la Corona para el uso de la mano de obra india. La extinción
de los indios antillanos no fue causada por un "atraso evolutivo de sus culturas",
sino por un afán incontrolado de lucro económico encadenado a condiciones
de extrema dureza en el trabajo.
Luis Enrique Rodríguez B.
1Reseña publicada en la revista Fronteras Nº 3, vol. 3, 1998 (pp. 297-304).
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Miriam Haro Haro -