LO CONVERSO: ORDEN IMAGINARIO Y REALIDAD EN LA CULTURA ESPAÑOLA
FINE, Ruth, GUILLEMONT, Michèle y VILA, Juan Diego (eds.): Lo converso: orden imaginario y realidad en la cultura española (siglos XIV-XVII). Madrid, Iberoamericana, 2013, 535 págs.
El libro recoge una veintena de aportaciones presentadas en el Coloquio Internacional, La literatura de conversos después de 1492, celebrado en la Universidad Hebrea de Jerusalén, en enero de 2010. Se trata de un verdadero estado de la cuestión, donde se integran innovaciones metodológicas, precisiones terminológicas y novedosos puntos de vista. Los especialistas allí reunidos proceden tanto del terreno de la literatura como de la historia. Como dicen los propios editores en el prólogo el objetivo de la reunión no fue otro que intercambiar perspectivas, renovar agendas críticas, recuperar cauces exegéticos o impugnar asertos tradicionalmente sostenidos sobre la cuestión conversa.
En vez de hacer un análisis de cada una de las aportaciones, glosaré algunas ideas transversales tratadas por la mayoría de los ponentes. En primer lugar, se analizan los métodos de identificación de la literatura conversa, al tiempo que se reivindica el estudio de aquellos sefarditas exiliados en Ámsterdam, Venecia, Ruán o Constantinopla. A veces, son matices, ciertas expresiones o ciertos resentimientos los que pueden ofrecer pistas sobre un posible origen converso de un autor. No olvidemos que, en teoría, el converso era un cristiano nuevo y, por lo general, trataba de ocultar su pasado judaico. Esta literatura tiene su problemática, sobre todo por la falta de acuerdo sobre si basta algún aspecto biográfico, la actitud crítica, o el simple uso de un género determinado –como la novela picaresca- para incluirse entre los conversos.
Está claro que el género de la novela picaresca, incluye un posicionamiento crítico que sirve de desahogo al sufrimiento de los escritores judeoconversos, como bien afirma Augustín Redondo. A Mateo Alemán se le considera el verdadero creador del género, continuado por el autor del Lazarillo de Tormes y del Guzmán de Alfarache. No tiene nada de particular que el cirujano judeoconverso Francisco de Peñaranda, emparedada un ejemplar del Lazarillo de 1554 en su casa de Barcarrota (Badajoz), antes de abandonarla. Trataba de ocultar lo más posible las huellas de su pasado judío.
A lo largo de esta obra, los distintos autores ponen el acento en la literatura conversa y en los rasgos que la distinguen, desde Fernando de Rojas a Miguel de Cervantes, pasando por los escritores sefarditas exiliados. Por las páginas de esta obra se pasean personajes tan relevantes como Mateo Alemán, Hernando de Talavera, Juan Ramírez de Lucena, Alfonso de Santa Cruz, Juan de Mal Lara, Jorge de Montemayor, Juan Méndez Nieto, Miguel de Cervantes y Juan Lluis Vives, entre otros. Y todo ello sin perder de vista que, en una sociedad tan casticista como la hispánica, muchos optaron por el silencio, por lo que no siempre es fácil identificar a los autores y a la literatura conversa. Interesante es el trabajo de Juan Ignacio Pulido que argumenta sobre la supuesta ascendencia conversa de Cervantes, ratificando lo aseverado hace décadas por Américo Castro. Hay ciertas expresiones de Don Quijote que pueden ser indicativos, como cuando afirma que los sábados comía duelos y quebrantos, aludiendo a los huevos y al tocino respectivamente. Ello implica que el caballero de la Mancha, como muchos conversos, aborrecía un alimento que se veía obligado a consumir, precisamente en la fiesta del Sabbat. También, como afirma Ruth Fine, el tratamiento que reciben en sus obras los marginados pueden ser otros indicios de esa filiación cristiano-nueva.
No podían faltar algunas ponencias relativas a los judeoconversos en las colonias americanas. Muy interesante es el texto de Aliza Moreno-Goldschmide sobre el médico Juan Méndez Nieto, que marchó a América, afincándose en Cartagena de Indias. Allí encontró su espacio de libertad, pues, como él mismo escribió en sus memorias, en las colonias uno podía prosperar con dinero y esfuerzo y no por su ascendencia familiar. Muy singular me ha resultado el trabajo de Jan Szeminski sobre el drama de la muerte de Ataw Walpa, una obra teatral quechua, escrita a mediados del siglo XVI en la que se niega la ascendencia judía de los indios, al tiempo que se le atribuye nada más y nada menos que a Francisco Pizarro. Y ello con la intención literaria de contraponer por un lado lo bueno -indios cristianos- frente a lo malo -el conquistador marrano-. Y ello con la intención de demostrar que Pizarro fue lo peor entre ambos mundos, el Perú cristiano y España.
En general, como bien se explica en estas páginas, los conversos pudieron haberse integrado en la sociedad castellana; lo intentaron. Eran descendientes de judíos, pero cristianos al fin y al cabo, siendo los irreductibles, como afirma Rica Amrán, una minoría. Sin embargo, fue el radicalismo inquisitorial y la actitud casticista de la mayoría de los cristianos viejos los que hicieron inviable el proceso. A fin de cuentas, como dice Rachel Ibáñez-Sperber, eran conversos simple y llanamente porque los demás –los otros- los tenían como tales. Fueron, pues, endógamos a la fuerza ya que nunca fue tanto una opción propia como producto del rechazo de los cristianos viejos. Incluso, se vieron obligados a crear sus propias cofradías de conversos, como la de San Cristóbal de Gandía, fundada en julio de 1403. Por ese mismo rechazo, a finales de ese siglo comenzaron a aparecer en Castilla las cofradías de negros, y en el siglo siguiente las de moriscos. Fueron obligados a vivir en barrios separados, al tiempo que se les limitó el acceso a determinados oficios y a los altos cargos de la administración. Así, por ejemplo, el gremio de plateros de Valencia exigía un expediente de pureza de sangre. Un destino tan trágico como el de los moriscos y el de otros híbridos, sobre los que siempre pesó la sospecha.
Ésta era la España excluyente, intransigente y casticista de ayer que las páginas de este libro ayudan a desentrañar. Éste es nuestro irrenunciable pasado, trágico, pero nuestro. Y tenemos la obligación de desentrañarlo y conocer toda la verdad por dura que ésta sea.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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