LA ENCOMIENDA DE LARES
GUERRERO CABANILLAS, Víctor: Encomienda de Lares (siglos XIII-XIX). Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2013, 525 págs.
El autor, natural de Esparragosa de Lares, viene a engrosar la larga lista de médicos escritores, en este caso con una historia referida a su tierra natal. Ahora bien, no se trata de una microhistoria más, por varios motivos: primero, porque fue, junto a la mayor de Brozas, la encomienda más importante de la Orden, con unas 50.000 fanegas de tierra. Además, se ubicaba en el estratégico paso de las rutas mesteñas Leonesa Oriental y Soriana-segoviana. Segundo, porque se trata de un trabajo documentadísimo, en base a fuentes primarias obtenidas a pie de archivo y de una exhaustiva bibliografía. Y tercero, por los grandes personajes que ostentaron la Comendadoría de Lares, y que hace que esta obra tenga repercusión e interés, incluso, al otro lado del océano. Entre esos comendadores figuraron personajes tan conocidos como Nicolás de Ovando, Juan de Sotomayor, García de Toledo o Gonzalo de Raudona. El primero de ellos, fue nombrado comendador de Lares en 1478 y, entre 1501 y 1509, ostentó la gobernación de las Indias, por nombramiento de Isabel La Católica. Yo como americanista he leído muchas veces el título de Comendador de Lares que ostentaba Nicolás de Ovando. Pues bien, debo reconocer que no he tenido una percepción exacta de lo que significaba hasta que no leí el libro objeto de esta reseña.
La encomienda, tuvo originalmente su sede en la fortaleza y el lugar de Lares, abarcando a las actuales localidades de Esparragosa de Lares, Galizuela y Santi Spíritus. El poblamiento prerromano de la zona, entre los siglos VII y VI a. C. marca el punto de partida de esta historia. El asentamiento en la sierra de Lares, permitía una cierta seguridad, que acertaron a vislumbrar los musulmanes quienes, a partir del siglo VIII de nuestra era, crearon el primer recinto amurallado en lo que ellos llamaron al-Laris. Éste fue ampliado y reforzado en varias ocasiones por su importancia estratégica, al constituirse como base de operaciones desde la que los islámicos lanzaban sus razias sobre el territorio cristiano –p. 71-. Sería a partir de la reconquista, en el siglo XIII, cuando la fortaleza de Lares y su entorno se convirtió en la más importante encomienda de la orden en la comarca de la Serena. Por cierto, que fue una de las primeras encomiendas alcantarinas, pues ya en el año 1284 está documentada la presencia de un tal frey Salvador Méndez, como comendador de Lares. Y bajo este dominio señorial se mantuvo durante seis siglos, justo hasta el final del Antiguo Régimen. Pero a partir del siglo XV, consolidada ya la conquista, la fortaleza perdió su importancia estratégica, siendo abandonada a su suerte. A finales del siglo XVI, tanto esta fortaleza como la aldea o villa aledaña quedaron totalmente extinguidas. En cambio, Esparragosa de Lares –fundada presumiblemente a finales del siglo XIII o principios del XIV- así como su pedanía –Galizuela- subsistieron hasta nuestros días. Y ello, a pesar de las trabas permanentes, impuestas por la propia Orden y por el Honrado Concejo de la Mesta, que lastraban el desarrollo agrario. La mortalidad catastrófica, con hambrunas y epidemias periódicas, hicieron el resto, impidiendo el crecimiento demográfico de las localidades de la encomienda. Eso no impidió que en el siglo de las Luces, Esparragosa experimentase un considerable crecimiento, pasando de 1.575 habitantes a mediados del siglo XVIII a casi 3.000 a finales de esa misma centuria. Asimismo, dispuso de unas infraestructuras sanitarias mínimas pues, a mediados del siglo XVIII, sabemos que el concejo asalariaba a un médico, un cirujano, un barbero sangrador y un boticario –p. 465-.
La Orden mantuvo sobre todos sus territorios y, por supuesto, también sobre la encomienda de Lares los poderes gubernativo, judicial y tributario. Sus titulares gozaron del pleno disfrute de rentas y beneficios además de otros derechos y preeminencias. Como contrapartida, al menos en teoría, el titular de la encomienda debía mantener los edificios civiles y religiosos, así como garantizar la atención espiritual y la protección militar de los vasallos de su jurisdicción. El estudio se prolonga hasta finales del siglo XVIII, analizando las construcciones civiles y religiosas de la encomienda así como el reformismo agrario de los ilustrados y el tránsito de los campesinos de su condición servil de vasallos a la de ciudadanos.
Sorprenden las duras críticas del autor hacia la mayoría los titulares de la encomienda. Salvando casos honrosos como los de Nicolás de Ovando, la mayoría fueron personas infelices, corroídas por la codicia, la soberbia y las envidias, además de falsarios, absentistas, parásitos sociales, déspotas y presuntuosos -pp. 18-19-. Y digo que sorprende no porque no lo crea así sino porque no es usual encontrar escritores tan críticos, especialmente cuando tratan de reconstruir su historia local. Pero también en este aspecto la honestidad del autor para enjuiciar y valorar la historia tal como fue está fuera de toda duda. Asimismo, encontramos, como en toda obra de gran envergadura, algunos errores o imprecisiones. Así, por ejemplo, hay algunas obras que se citan a pie de página, como las de José Miguel de Mayoralgo, pero que el autor se olvidó de incluir en la bibliografía final. Igualmente, cita erróneamente la referencia topográfica de la real cédula por la que se concedió el blasón a la villa de Lares de Guahava, en la Española. El autor, la cita como conservada en el Archivo de Indias, Indiferente General 418, L. 1, F52R-1, probablemente porque la tomó de algún libro antiguo. Sin embargo, cualquier persona habituada a trabajar en dicho repositorio sabe que esa referencia no existe ni ha existido nunca. En realidad, el documento en cuestión, que ha sido publicado en varios regestos documentales, se conserva en la misma sección pero en otro legajo, el 1961, L. 1, fols. 97r-98v. En cualquier caso, se trata de pequeñas objeciones que en absoluto empañan el valor de esta obra.
En definitiva, creo que estamos ante un aporte serio, exhaustivo y bien razonado de una de las encomiendas más importantes del señorío alcantarino. Por ello, viene a completar brillantemente los trabajos de Feliciano Novoa Portela, sobre la Orden de Alcántara.
ESTEBAN MIRA CABALLOS
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Víctor -